Vie 25.10.2013
las12

MONDO FISHION

El libro fashion de Pucci

› Por Victoria Lescano

“Querida Lao. Te envío el comunicado más escueto que he podido redactar en relación con el premio por si alguien desea saber algo más de mí. 1936. Reed College, Portland, Oregon. Un estudiante italiano llamado Emilio Pucci, capitán e instructor del equipo de esquí universitario, diseña el uniforme del equipo. Lo confecciona una pequeña empresa local llamada White Stag.

1948: El número de Navidad de Harper’s Bazaar publica unas fotografías de la ropa de esquí de Pucci que se vende en Lord & Taylor. El artículo lleva por título ‘Esquiador italiano diseña’ a la venta en Lord & Taylor”.

El memo enviado por Emilio Pucci en 1991 y dirigido a su hija Laudomia en ocasión de que la firma fuese galardonada por el CFDA (Council of Fashion Designers of America) irrumpe en el prólogo, pero también entre los rescates de documentos del álbum familiar y del acervo de una de las firmas italianas más innovadoras de siglo veinte. El libro Pucci Fashion Story remite a la historia oficial de la casa Pucci, recientemente editado por Taschen en un formato de 420 páginas, cuya portada fue vestida con prints de la firma y sus interiores compilan anécdotas tan coloridas como las estampas; tiene textos en inglés y traducciones al castellano, portugués e italiano (existió otra edición limitada, aún de más alta costura, pues admitía originales vintage y un packaging de acrílico). La historia del Príncipe de los Estampados fue reconstruida por la periodista Vanessa Friedman, redactora jefa de moda del periódico The Financial Times, y la historiadora Alessandra Arezzi (actual conservadora de la Fundación Emilio Pucci). Mientras hace anclaje en el diseño aristocrático, también indaga en los modos contemporáneos y el revival de esa firma, y lo ejemplifica con la fiesta del sexagésimo aniversario de la empresa, cuando las asistentes de rock stars a modelos, pasando por embajadoras y galeristas acudieron con Puccis de todas las épocas, componiendo una retrospectiva sin los dictámenes de los curadores de moda. Así el patchwork visual, editado con precisión pictórica e histórica, admite retratos del marqués y diseñador vestido con traje y gafas oscuras, mientras paseaba a su perro por las calles de Florencia; o con camisa blanca con trazos que imitan costuras, mientras bocetaba algún print sobre papel o tinta desde una silla de playa; o bien, en ocasión de una sesión de fotos para el lanzamiento de sus pantalones capri en diversidad cromática. Asoman los de bañadores con bustier y corte balloon, en una estampa apodada “pallancini”. Exalta otro de los hits de esa firma, los pantalones palazzo y los vestidos de noche con apariencia de capas, de la colección 1967. Hace lugar a cartas de la editora de modas Diana Vreeland hacia Pucci y también a imágenes de DV luciendo un Pucci. Todo indica que Marilyn Monroe fue fan confesa de la firma, de los capri en color naranja y la blusa al tono que lució en 1962, con su curvas ceñidas por el vestido Ceramiche; en gamas de verde y fucsia o adornada con un camisa de tulipanes para leer en su cama.

De un recorrido por la galería visual llaman notoriamente la atención las fotografías en blanco y negro fechadas entre 1930 y 1940 y que registran a Emilio en el instante previo a la práctica de su deporte favorito, el esquí, mucho antes de que los centros de nieve estuvieran de moda. Y allí surgió el disparador de sus diseños; tal como lo indicó en el memo, su primer diseño fue para su equipo de esquí y, agregan las investigadoras, haciéndose eco de una sinfonía de testimonios. “Ese traje inicial, un par de pantalones con estribo, realizado en una tela suiza llamada helanca, no fue pensado para la venta sino para que su novia estuviera más cómoda. Cuando ambos llevaban esos innovadores pantalones fueron avistados por una fotógrafa de modas –Toni Frisssel–, y las tomas no tardaron en llegar a manos de Diana Vreeland, quien provocó que la tienda Lord & Taylor le hiciera su primer pedido oficial y comercial.”

Unos años más tarde, la inspiración del señor Pucci pasó de la montaña al mar: otra vez la búsqueda de la comodidad para la mujer. El repitió a modo de mantra que debía su carrera en la moda a una mujer y que su premisa de diseño consistía en hacerles la vida más amable: fue Cristina Pucci, su esposa, quien comentó: “En esa época, comienzos de los fifties, si querías ir a la moda tenías que usar falda y en un destino turístico como Capri, lleno de escalinatas, había que lucir confortable. Así fue que Emilio diseñó el pantalón capri, largo hasta los tobillos y para usar con camisas al tono, en seda liviana”. Las primeras estampas se rigieron por postales cromáticas de la isla.

Pucci abrió un pequeña tienda en Capri; él y su mujer vivían en la trastienda y, pese a la fortuna familiar, su alimentación supo ser frugal: comía yogur y frutas (una costumbre que llamó la atención a Dior, un devoto de los banquetes gastronómicos).

Las estampas de los inicios, de peces a alusiones al mar, irían mutando por patterns más sofisticados (en rigor de verdad, la geografía y las etnias de las texturas africanas e hindúes fueron temas de rigor en sus colecciones desde fines de 1960, anticipándose al furor de las etnias). Acerca de las reacciones de sus padres aristócratas en relación con la moda, contó su mujer: “Cuando abrió la tienda, se escandalizaron un poco y no había forma de que uno de sus tíos más ancianos entrara en razón. Luego, al ver que se hacía famoso y las estrellas de cine empezaron a usar su ropa, cambiaron de parecer”. ¡Pucci llegó a jactarse de haber sido el primer integrante de su familia que había trabajado en mil años!

De ahí que en 1950 Emilio tuviera el consenso para trasladar la tienda pequeña al palacio familiar, situado en Florencia y donde aún ahora permanece la base de operaciones de la firma. Inicialmente exhibió sus colecciones en la semana de la moda oficial celebrada en el Palacio Pitti y, muy pronto, sus desfiles se mudaron al gran salón de baile familiar.

Otro rasgo diferencial indica que fue la primera firma italiana de prêt-à-porter precursora en adoptar un logotipo y en abordar las infinitas aristas del diseño como si se tratase de un corpus; transitó de la decoración de interiores a la ropa deportiva, pasando por diseños para autos y motos, y no omitió un tejido innovador pensado para los viajes de las consumidoras y para que luego de doblarse en las maletas no necesitaran de la tiranía de la plancha. Con el tiempo sumaría toallas, sábanas, alfombras y las etiquetas de un vino que producía en su casa de campo, indicadores suficientes para afirmar que don Pucci se anticipó varias décadas al actualmente bastardeado concepto de lifestyle.

Cuando las imitaciones de estampas Pucci que vuelven en cada nuevo ciclo de la moda se volvieron groseras, se recurrió a sumar la firma manuscrita de Emilio en cada tela. Con el nuevo furor del vintage de 2000, los originales Pucci que parecieron quedar rezagados por algunos años y destronados por estampas de Versace, Dolce&Gabbana y Missoni, sus redescubiertos prints llamaron la atención del emperador del lujo, Bernard Arnault, para sumarlo a su listado de marcas. Las creaciones de Emilio Pucci fueron remozadas por un vasto listado de jefes de diseño: de Julio Espada, un creador de Puerto Rico, a Christian Lacroix, hasta llegar a Mathew Williamson, otro devoto de las estampas coloridas pero de procedencia británica. En 2009, la firma sumó a Peter Dundas, creador noruego que ahondó en Palio, la colección de 1957, y para adaptarla a los modismos de las nuevas consumidoras de lujo. Cuentan las investigadoras que Pucci encomendó a su mujer antes de morir: “No permitas que mis creaciones permanezcan en un cajón”. El exhaustivo rescate encomendado por Taschen exhibe la vida del esquiador y aristócrata bon vivant que devino laborioso diseñador; los logos de su firma, con ilustraciones de Capri y del palacio trazados a mano; los bocetos en témpera y su compulsión por las tomas de moda realizadas en los tejados del Palacio.

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