ARTE
La frase del título la escuchó Kelly Reemtsen de boca de un ¿amante? y sirvió tanto para develar la violencia solapada como para inspirar una obra que habla del poder de las mujeres con una sonrisa irónica en la comisura de los labios. La novia de América llamó a su muestra esta californiana que ahora exhibe en Manhattan y que tomó buena parte de sus figurines de una revista llamada Las mejores casas y jardines; todo muy femenino.
› Por Cristina Civale
Mujeres sin pies ni cabeza. Literalmente. Mujeres coqueteando con sus vestidos vintage de cóctel años ’50, con cintura ceñida, faldas al vuelo y corpiños armados. Mujeres con accesorios inolvidables: joyas, guantes y herramientas hogareñas: desde una motosierra hasta una regadera; desde una podadora manual hasta una manguera.
Estas imágenes se dibujan en los óleos de gran tamaño realizados por la artista Kelly Reemtsen, que vive y trabaja en Los Angeles y que, desde el 7 de este mes, expone sus colecciones de mujeres en acciones más o menos repetidas en la Galería De Buck, ubicada en Chelsea, Manhattan.
Reemtsen, que estudió diseño de indumentaria en la Universidad de Santa Mónica, cuenta a Las 12 vía skype que sólo tomó algunas clases de pintura y que en realidad se formó sola. Explica que esta muestra, a la que con mucha ironía llamó American’s Sweetheart (la mejor traducción sería La novia de América) surgió cuando una vez descubrió un aviso de los años ’50 de la firma Better Homes & Gardens, que en realidad era una encuesta. Allí había una fotografía de una primorosa ama de casa vestida de punta en blanco cargando una inmensa y pesada regadera, hasta entonces –increíblemente– territorio absoluto del trabajo masculino, ya que los señores eran los encargados, al menos en Estados Unidos, de regar el césped. La encuesta consistía en preguntar si creían que una mujer era capaz de regar el césped. Los hombres contestaban que no y las mujeres contestaban que sí. Desde esta imagen y con esta información, Reemtsen encaró la realización de sus pinturas.
Las mujeres que creó, tan elegantes, están basadas en modelos reales a los que vistió con sus propias prendas vintage –nos dice que los modelos no son sólo de los ’50, hay prendas de los ’60, de los ’80 y algunas realizadas hace pocos días–. Su inspiración para elegirlas fueron sus amores en la moda: Ives Saint Laurent, André Courrèges y Arnold Scaasi, en quien se basó para realizar sus vestidos con burbujas. Todas estas mujeres, aunque no haya sido intención de la artista, podrían haber salido de una película de los años ’50, de los vestidos que lucía Kim Novak en Vértigo de Hitchcock o aun de los iniciales ’60, y es inevitable pensar en los personajes femeninos de Mad Men, la mujeres que rodean en el trabajo y en la casa a Don Draper.
A pesar del aparente optimismo que destilan estas obras, marcado por los vestidos glamorosos y las joyas, también desgranan una oscuridad que subyace en un segundo plano. No hay cabezas ni caras, las mujeres son anónimas, son quizá todas las mujeres. En este punto Reemtsen confirma que su intención fue precisamente no pintar rostros porque no quería hacer retratos; lo suyo habla de lo femenino, de un género preciso y no se está refiriendo a la tela.
La identidad está marcada por lo que usan pero también y, quizá sobre todo, por los particulares accesorios con que elige vestir a sus damas. No sólo hay joyas y guantes, hay herramientas, antes destinadas al territorio masculino en la división del trabajo del hogar.
Las pinturas logran la ilusión de tridimensionalidad, aunque las mujeres aparezcan incrustadas en un fondo blanco brillante que resalta esos cuerpos anónimos y cuando estas mujeres cargan sus herramientas no parece sólo que se van a ocupar de algunas tareas del hogar, sino que están a punto de cometer un crimen o de ocultarlo. O de hacer justicia por mano propia, que no es lo mismo. Hay algo amenazador en los óleos. Lo siniestro se narra en estas obras con mucha ironía y el uso de colores primaverales tiene que ver con esta intención de la artista. Esta tensión entre los vestiditos de fiesta que aluden a diseñadores de renombre que connotan jolgorio y alegría se tensan con la aparición de “las armas” para ordenar la casa, todas armas que cortan, serruchan, podan. Incluso la obra de la mujer que carga una manguera alrededor del hombro genera sospechas. ¿Realmente va a echar agua a algún lado o va a atar un cadáver o a ahorcar a alguien? El misterio y la pregunta que estas obras no contestan en sí mismas son las que las dotan de su valor esencial y dejan a quien las mira con una pregunta inquietante que vas más allá del momento de encuentro con el cuadro.
Una mujer vestida de seda portando una motosierra es humor negro en estado puro; la chica con el inocente vestido de pechera amarilla y falda a rayas combinadas con blanco portando un hacha como si fuese una cartera de Dior, no puede ser más que un chiste que invita una reflexión. Y otras mujeres sin pies ni cabeza portando un par de tenazas, una sierra, un par de tijeras de césped, una barra de hierro, a qué invitan a pensar, cuál reflexión más allá de estas posibles interpretaciones también sostenidas por otrxs críticxs de la obra de Reemtsen.
No sería justo quedarse en las escenas del crimen, como tampoco en las estrictamente hogareñas. Las herramientas como accesorios también pueden ser vistas como símbolos de la autonomía femenina, y las mujeres vistas como heroínas que están “haciendo todo” y más de lo que una sociedad que aún hoy divide el trabajo de la casa en masculino-femenino podría aceptar. Vestidas para matar –en el doble sentido de seducir y en el literal de dejarte sin respiración–, estas “súper mujeres” están dando los últimos toques obsesivos en el patio y ordenando la casa antes de la lleguen los invitados, con o sin la ayuda de algunas de las pastillas que yacen como caramelos en sus mesitas de luz.
El juego al que remite la artista con sus mujeres armadas, se completa con una serie de esculturas donde se reproducen –como candies inofensivos– toda una artillería de pastillas básicamente relacionadas con las mujeres y su uso cotidiano para tratar de ser algo normales –palabra aún sin definir aunque figure en el diccionario de la Real Academia Española– tales como Prozac, Xanax y Alvil, el Ibuprofeno yankee. ¿Son mujeres sacadas por sobredosis, son mujeres en exacta sintonía con la contemporaneidad, son iconos revulsivos de un mundo que habla de igualdad pero está lleno de hipocresía? “Lo que quieras”, nos dice la artista riéndose por skype.
También los nombres elegidos para las obras apuntan a que de ellas no debe esperarse sólo entender lo que se muestra en un primer plano. Estos nombres nos dan una mano, nos indican como también podríamos guiar la mirada.
Veamos: La carga que llevo, Yo no necesito una llave de tu casa, No me voy enamorar de vos. ¿No es evidente?
Los fondos blancos aludidos, esos donde se clavan los cuerpos de las mujeres, se parecen tanto a un helado de limón que uno podría estar tentado a probar la pintura, a comérsela. Una rara antropofagia. A pesar de lo dulce y tentador del helado más light del mundo, es una pintura que intoxica.
La artista se ríe de todo pero no niega nada. Es muy firme, sin embargo, sobre un punto. “Efectivamente me refiero al empoderamiento femenino –afirma– en el sentido de ‘guau , mirala, qué hermoso es su vestido’ y la mujer puede tener esa sierra y no se ve extraño, parece potenciar el lugar de fuera de lugar, pero ése también es su lugar. Los dos: los del vestidito glotón y los del arma. Van juntos: ¿por qué no?”
En cuanto a los nombres de las obras, confirma que no son ni casualidad ni inocentada: “La obra de la mujer que sostiene la motosierra se llama Te amo en pedazos. Una vez me lo dijeron, que amaban así, y me pareció tan violento que de allí surgió este cuadro. Cómo sería el asunto: ¿serrucharme?”.
Reemtsen además cuenta que en el acto de pintar aplicó los mismos procedimientos para dar luz a las joyas que a las herramientas a las que considera el accesorio más valioso y diferenciador de las mujeres de nuestro tiempo. “Creo que las herramientas son más que una metáfora para el empoderamiento –afirma–. Las mujeres que conozco trabajan duro y tienen muchas responsabilidades diferentes. La cantidad de funciones que desempeñan en un solo día: mamá, esposa, novia y mucho más todo esto, cuentan esas herramientas.”
Y cómo querría que su audiencia masculina reaccionara ante sus cuadros, quisimos saber. No tardó ni un segundo en contestar: “Con reverencia. Quiero que piensen que hablo de emponderamiento, no de desmembramiento. Mi trabajo, de todo corazón, celebra la feminidad”. Y no se requiere mucho esfuerzo para, al menos, darle el crédito de la duda si quien mira es muy paranoicx.
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