Vie 06.12.2013
las12

30 AñOS

Para la libertad

Aun con la deuda que significa la criminalización del aborto, que recorta la autonomía de las mujeres sobre sus cuerpos, los cambios que se produjeron en la vida cotidiana en los treinta años de democracia son impresionantes si se recorre hacia atrás cuánto han costado derechos que hoy casi ni parecen tales, como la disolución del matrimonio. La socióloga y doctora en Historia, además de directora del área de Humanidades y Ciencias Sociales del Conicet, Dora Barrancos, recorre estas tres décadas, festejando una época promisoria en la que existen claroscuros –la inequidad social, los crímenes de odio, la violencia de género, por mencionar algunos–, pero en la que el miedo al autoritarismo –“a las hordas fascistas y asesinas”– ha quedado atrás y en la que la lucha por conservar los derechos adquiridos y conseguir los que faltan es una realidad cotidiana que puede ejercerse en un marco de libertad. Algo que, sin duda, merece la pena festejar.

› Por Marta Dillon

¿Cuál es la distancia que separa a una mujer, urbana y de clase media, que está en sus 40 en 1982, de otra con las mismas características pero en 2013? La libertad que significa haber pasado las tres cuartas partes de su vida en democracia. Dora Barrancos valora esta distancia. Barrancos, socióloga, historiadora y feminista, lo hace poniendo sobre la mesa dos salvedades imposibles de saltear: las dificultades en materia de equidad –quedan muchas afuera de esa definición “urbana y de clase media”– y la más importante “rémora de la democracia para con las mujeres, que es la criminalización del aborto”. Sin embargo, no puede menos que festejar la trayectoria de los últimos 30 años y ver ahora una época “promisoria” en materia de derechos que consagran la autonomía de las personas, y por cuya defensa hay que estar siempre alertas porque “ningún derecho es inmarcesible”. Directora del Conicet en el área de Humanidades y Ciencias Sociales, elegida por el voto de la comunidad científica, mujer política e intelectual comprometida, Barrancos siempre se posiciona críticamente, logrando visibilizar por medio de la historiografía las luchas diversas de las mujeres, transformando su modo de abordar la historia en una resistencia, haciendo visible lo que suele quedar en los márgenes o directamente oculto. Generosa con su conocimiento, con la capacidad de convertir cualquier charla en un placer, Dora Barrancos se toma su tiempo para llevarnos de viaje por la historia reciente y cotidiana de las mujeres de nuestro país, empezando su recorrida por el último año de la dictadura, ahí donde ubica a una mujer promedio que habitaba en centros urbanos como Buenos Aires, Córdoba o Rosario –con las dificultades que puede traer toda generalización– que describe de este modo:

Estoy imaginando una mujer que pudiera tener más o menos 40 años. Ella ya sabe todo lo que está ocurriendo en esta sociedad aunque no haya participado de instancias pro-políticas, no es que sabe los detalles de lo que ocurre, pero al mismo tiempo está muy anoticiada de hechos que le ha comentado una parienta, una amiga que hace tiempo no ve o se trata de algo que ha escuchado de manera críptica o con algún grado de solemnidad secreta con respecto a las personas que han desaparecido.

¿Ya usa esa palabra, “desaparecidos”?

–Sí. Y además, otra cosa que me imagino es que está harta, harta de ciertas circunstancias que tienen que ver con lo cotidiano, por ejemplo, de que le pidan documentos a cada rato, a la salida del cine, por ejemplo. Harta también porque alguna vez vio que se llevaran gente de la mesa del al lado en cualquier confitería donde se sentó a la salida de un teatro. Esto se ha ido encarnando en ella sin tener demasiada afinidad o conciencia sobre las víctimas. También se me ocurre que tiene niños adolescentes y que tiene sobre ellos una sensación de mucha fragilidad, porque sabe que no es seguro que puedan volver a la una o dos de la mañana y que no les pase algo, pero no en ese “pasar algo” que hoy tenemos, sino en una cuestión extraordinariamente sombría e indecible; porque hoy pensamos en robos o hechos de inseguridad, pero entonces estaba la averiguación de antecedentes, la detención arbitraria, y la mujer tiene miedo a lo que sería la estructura de una represión que no tiene el nombre de represión, pero que es la militarización de todos los días.

¿Tiene opiniones políticas formadas esta mujer imaginaria?

–La opinión politizada se la tiene que guardar, no es fácil, por ejemplo, hablar de cómo ha subido el precio de la papa, que es una conversación tan fácilmente politizable en nuestro país. En general, en nuestra sociedad, hay una bellísima historia de politizar lo cotidiano. Acá no hay mediación escatológica del tipo “Dios lo quiso” para las cosas de todos los días, no, se va directo a una interpelación muy concreta que siempre tiene que ver con el poder político.

O sea que esta mujer imaginaria está puteando a los milicos y está deseando paz para su prole.

–Sí, aunque se pudo haber entusiasmado con la guerra de Malvinas, puede haber sufrido el shock chauvinista de alta comunidad, pero luego llegó la completa desazón de esa derrota y de enterarse en los intersticios de las atrocidades que han ocurrido, con lo cual la bronca le ha subido mucho más.

¿Tiene la gimnasia de salir a la calle ante los sucesos políticos?

–Yo creo que esta mujer imaginaria ha votado a Alfonsín y salió a la calle, recupera de repente una identidad muy politizada que no tenía o que estaba antes en sordos ruidos. Y eso la lleva a manifestarse, a tener curiosidad aguda por lo que ha ocurrido, a unos recorridos espirituales de sensibilidad que se le fueron imprimiendo, y disfruta por fin en estos medios urbanos gracias a la libertad recuperada; le va a atribuir a Alfonsín cuestiones bastantes heroicas...

¿A qué llamás “medios urbanos”?, ¿a la oferta de consumo cultural de la recuperación democrática?

–Completamente. Las mujeres siempre han sido buenas consumidoras culturales, tal vez en una franja de edad mayor, en Argentina todos los dispositivos de cultura son sostenidos por mujeres. Si recordamos, por ejemplo, como para mencionar algo que era fácilmente visualizable, esas tenidas en el San Martín, conferencias abiertas que se llenaban de público heterogéneo pero con una avidez letrada. Y ahí estaban las mujeres en amplia mayoría. Y los cursos, desde ikebana hasta la historia de los santos, de caracteropatía de género a la historia de los partidos políticos, idiomas, lo que fuera. Los años de la recuperación democrática se han llenado de mujeres. Es cierto que de más de cuarenta, y eso le da a Argentina un color muy particular y bastante único.

¿Por qué elegís para esta descripción la edad promedio de 40?

–Es significativa porque son quienes han estado cerca de las pérdidas, hay muchos desaparecidos de 30 o treinta y pico y hay algo de connivencia generacional que se siente. Creo que esa generación, además, está harta de la militarización y por eso es tan buena la recepción de la democracia.

¿Cuánto influye en este hartazgo frente al autoritarismo la disciplina verticalista, demandas que se convertirán en leyes un poco después, como la ley de divorcio?

–Yo imagino que hay unas subjetividades femeninas que están diversificadas en distintas posiciones, pero a los cuarenta ya se tiene una buena cantidad de experiencia, amarga o amable; es probable que esta mujer finalmente se divorcie ahí, encuentre –quién sabe– en estas rupturas nuevas opciones, porque las grandes rupturas societales, políticas, llevan a rupturas y crisis de adentro y de afuera. Tengo la impresión de que esta mujer que me figuro está más conectada, ávida de referencias culturales, ávida de modos de sociabilidad más intensos. Que también tenga un despertar, no voy a decir una conciencia, pero sí un hilo de subjetividad que la lleve a pensar más en sí y entonces, como acaba de separarse, la situación de no poder divorciarse es absurda. Aun cuando no tiene demasiado claro que una democracia completa es una democracia de derechos personales, personalísimos, de grandes derechos civiles y no solamente políticos, se va afinando una nueva sensibilidad respecto de sí. Y además es una católica nominal, no de capilla y, por supuesto, se da cuenta de que en su propia situación además hay abundantes mujeres, como lo puede ver en la escuela de los chicos.

La separación de la pareja conyugal ya no es un secreto como lo era al inicio de la dictadura.

–Ya no. Por eso para nuestra mujer es un disparate no tener derecho al divorcio, de modo que, cuando esta ley llega en el ’87, es una de las que va a aplaudir. Y además si no vive en algún lugar donde hay una regencia dura de las formas más reaccionarias como las que se viven en ciertas regiones del interior, podrá plantear cómo puede ser que no haya divorcio en Argentina. De modo que el paso hacia el divorcio es algo que va a conmemorar, lo mismo que la patria potestad compartida, que es una cuestión que se va a imponer, porque una puede decir que ya para el ’87 la propia Iglesia tenía, sobre todo en sus institutos educativos, una experiencia inexorable por la cantidad de familias separadas.

Pero de todos modos, la Iglesia no se privó de intentar imponer sus resistencias...

–Yo me acuerdo de la perorata de Ogneñovich, el famoso obispo de Mercedes, que era patético, pero el resto fue tímido, atenuado, no hubo gran escándalo. Sí fue gracioso seguir el debate en el recinto porque hubo almas menos civilistas, por ejemplo, (Fernando) De la Rúa. El siguió pensando que lo mejor era la anulación del matrimonio, igual que lo decía desde su banca Carlos Auyero, muy cristiano católico, para que no hubiera ninguna rajadura con la opinión de la Iglesia. Pero la enorme mayoría fueron discursos civilistas, pro-laicos. Ahí les brotó a los radicales la mejor raíz liberal.

La defensa y resignificación de la palabra “matrimonio” es una buena parábola de estos 30 años.

–Sí, ¡y qué parábola! Al inicio de la democracia era impensable esto del matrimonio igualitario, es un arco extraordinario y te digo por qué: un país como el nuestro, que tiene matrimonio civil y no se anima a tener divorcio a principios del siglo XX, en un momento de alza del estatuto liberal, mientras que por ejemplo en Uruguay sí se consigue en 1907 y en 1912 por mera voluntad de la mujer, es doblemente extraordinario. Nuestros liberales eran completamente pacatos, con escasísima convicción sobre los derechos personalísimos.

¿Pacatos al punto de estar tan lejos de sus pares de Uruguay? ¿Por qué?

–Estos liberales nuestros son una cepa no radicalizada; en el ’32, por ejemplo, se consigue el divorcio en Diputados pero no en el Senado. La nuestra es una modernidad con una rémora impresionante en cuanto a soberanía de los individuos. La modernidad es de una contradicción enorme. El Código Civil se modifica un poco en el ’26, y se va a modificar con relación a las mujeres, fijate vos, con Onganía, en el ’68, con (el jurista Guillermo) Borda. La parte del código que habla de la inferioridad jurídica de las mujeres tiene una primera modificación en el ’26, pero había quedado la rémora de los aspectos económicos de las mujeres, que no podían enajenar sus bienes sin el consentimiento de sus maridos, por lo tanto podías ser dueña pero necesitabas la firma de tu marido, eso se modifica gracias al ministro Borda. Y en general la soberanía individual tiene una referencia muy limitada en el tono de nuestros liberales, mucho menos aguda que la que hay en Uruguay. Lo que sí es notable es cómo en estos treinta años se modificaron cuestiones fundamentales de nuestra vida.

O sea que la tradición autoritaria, con la seguidilla de golpes de Estado, viene acompañada por la restricción de los derechos personales. ¿Nunca antes del ’87 se pudo legislar sobre divorcio?

–En 1954, por ejemplo, se avanza en la ley del divorcio vincular en una noche en que, escandalizados, los radicales abandonan el recinto porque el líder de la bancada, (Carlos) Perete dice, sic: “Esto es una provocación directa a la Iglesia” y viene la revolución del ’55 y un decreto en marzo del ’56 que suspende la ley de divorcio sine die. En estos treinta años lo que avanzamos en derechos personales y civilidad es notable; imaginate, divorcio, patria potestad compartida –que había sido votada en la primavera camporista y vetada por Isabel Perón–, derechos que no son sólo para las mujeres, pero con enorme repercusión para ellas. Ahora se ha votado la ley de trata, que es una de las mejores, y me parece que en materia de derechos formales Argentina, dentro de Latinoamérica, es de las mejores. La ley de identidad de género es de las más progresistas del mundo, porque incluso las sociedades más progresistas del mundo dan garantías, pero con una ley en sí misma es muy conmovedor. Pero tenemos una rémora enorme con relación al aborto.

¿Hubo en estos 30 años algún momento en que estuvimos más cerca o mejor posicionadas en relación con la posibilidad de descriminalizar o legalizar el aborto?

–No me parece. Ni siquiera ahora, en especial con el retroceso que hubo en el texto del nuevo Código Civil, que directamente afecta a la propuesta del aborto, porque si son personas los embriones congelados, pobrecitos, son personas que viven congeladas, ¿no? Es una desopilancia mayéutica.

Pensando de nuevo en el ’83, ¿existía un movimiento de mujeres con demandas propias?

–Sí, había. Pero era un movimiento menguado. No solamente había sino que en algún punto teníamos una consagración a los estudios sobre la condición femenina. No hay que olvidarse de que el grupo en el que estaban entonces Gloria Bonder, Mabel Burín, Irene Meler, el hermano de Mabel Burín, ya se reunían. También ya crecían los movimientos de reivindicación, pero este grupo era de antes de la dictadura. Lo mismo en Córdoba, donde había un viejo grupo que subsistió durante la dictadura, un grupo feminista que se las arregló para no desaparecer.

Distinguimos el feminismo de los grupos feministas.

–Claro, el feminismo existe per se, pero los grupos feministas han tenido bastante labilidad; por muchas razones, les cuesta la continuidad. Muchas rajaduras, divisiones, durante el período predictatorial, por este dilema de si servir primero a la revolución y después al feminismo, que dividía mucho a la gente. Pero la eclosión de movimientos feministas que hubo después de la dictadura brotó allí porque algunos tenían sus células bien germinadas. Con relación al aborto, me parece que si alguna coyuntura hubo fue al final de la dictadura.

¿Porque era parte de la agenda de esos grupos feministas?

–No me parece que fuera prioritaria. Estaba tímidamente en la agenda. Además la cuestión política estaba complicada, porque el radicalismo, mayoría parlamentaria, nunca tomó el tema –bueno, el peronismo tampoco–, y las radicales en el Congreso eran poquísimas. Históricamente el radicalismo ha tenido poco comedimiento con las mujeres.

¿Hablás del radicalismo porque era el partido de gobierno en la apertura democrática?

–Sí, pero además el peronismo siempre ha tenido mayor cordialidad con las mujeres, en el sentido de mayor reconocimiento. Esto es histórico. En el ’51, primera vez que votan las mujeres, la fuerza que le había impuesto Evita y la creación de la rama femenina significó que en esa primera elección hubiera 30 por ciento de mujeres en los escaños. Y además el peronismo tomó una serie de medidas civilistas: la ley de adopción, la legitimidad de la absoluta igualdad de los hijos legítimos e ilegítimos, más el divorcio. Es decir, si hay alguna aproximación que hacer es que los gobiernos liberales no se ocuparon de esto y en cambio el peronismo avanza sobre los derechos civiles. Pero en el momento en que los radicales ganan la elección había pocas mujeres en las listas de representantes. Lo que no quiere decir que no hubiera almas dispuestas. Además hubiera sido interesante, porque la Iglesia estaba muy debilitada, desprestigiada después de la dictadura, porque se sabía muy bien el papel que había jugado en la dictadura. Sin embargo, no se puso fuerte el tema.

¿Por qué creés que no se jugó en ese momento en favor de legalizar el aborto?

–No lo puso en la agenda de manera prioritaria, esto es lo que quiero remarcar.

¿En qué estaba entonces la agenda feminista?

–Violencia. La violencia era una de las cuestiones más importantes, era uno de los dos grandes temas. El otro tema era el reconocimiento de la participación política, que llevó después al cupo en el ’91.

¿Los derechos laborales no figuraban entonces en la agenda?

–Nunca han sido una agenda fuerte.

Ni siquiera ahora hay demasiada demanda cohesionada sobre derechos como la licencia por maternidad, la equiparación del salario, la creación de guarderías...

– Argentina sigue con las doce semanas de licencia por maternidad, lo mínimo de nuestra histórica adhesión a las primeras recomendaciones de la OIT. Muchos países ya han subido ese rango, nosotros seguimos con el mínimo, abajo nuestro hay pocos países en América latina. Y, sin embargo, no ha sido demanda de los grupos de mujeres feministas, tal vez por el corte de clase que supone el feminismo. Más allá de la convocatoria y de la sonoridad de los sectores populares, el grueso del feminismo descansó siempre en mujeres de clase media. No ha sido una demanda fuerte del feminismo reclamar por nuestros derechos en el mercado laboral.

Tampoco se han visibilizado demasiado las tareas de cuidado como parte del mundo laboral.

–Recién ahora se está empezando a hacer un trabajo importante alertando sobre la necesidad de pasar este tema de la esfera de lo privado a la cuestión política.

Volviendo al tema del aborto, ¿cuándo aparece como demanda fuerte del movimiento de mujeres?

–Notablemente tuvo una fuerte impronta, no digo que hubiera movilización –porque las movilizaciones se hacían por la revolución–, pero sí había visibilidad de la cuestión del aborto. Mabel Belluci trabajó la cuestión y tiene razón, la agenda de las mujeres en la apertura democrática estaba marcada por la denuncia de la violencia y la ampliación de la participación política. Y bueno, tiene lógica, democracia era participación política.

Hubo un hito importante, con relación a poner el tema del aborto en la agenda pública, en la reforma constitucional de 1994.

–Es un hito que se pierde porque quedó dentro de la Constitución esto del inicio de la vida desde la concepción, pero se hace visible la tarea de muchas feministas en la Convención Constituyente. Y hubo algo notable porque es la única Constitución que tiene dentro de su plexo las convenciones internacionales, porque las constituciones que se reformaron después, por caso Ecuador, Bolivia y Venezuela, exhiben garantías sobre todo para pueblos originarios. Pero la nuestra tiene la gracia de tener a la Cedaw –la Convención para la eliminación de todas formas de discriminación hacia la mujer– mencionada de manera explícita en el plexo y eso es muy interesante.

¿En la Constitución del ’53 había mención al inicio de la vida humana?

–No, no hay una referencia así. Yo creo que una vez que se obtuvo lo del cupo, empieza la cuestión del aborto y también cierta especialización del feminismo en alcanzar ese derecho, como he dicho. Fijate que toma fuerza el Foro por los Derechos Reproductivos que llevó a cosas importantes, que tuviera que legislarse en torno del acceso a los anticonceptivos. Esta ley llega a presentarse en 1997, pero perdió estado parlamentario. Y luego se llega a su sanción recién en 2002, después de que aparecen las denuncias contra el obispo de Santa Fe, (Gabriel) Storni por pedofilia. Y en esa debilidad se pudo sancionar la ley. En esa época escribí un artículo en una revista muy pituca de los Estados Unidos, el Journal of Women History, llamando la atención sobre la compleja modernidad argentina, que era este oxímoron, pues todo parecía moderno (además había pasado el tsunami del neoliberalismo) pero no lo era en materia de derechos personalísimos, identidad, sexualidad, autonomía. La Argentina estaba en la retaguardia de los derechos liberales.

Y más tarde aparece la ley de educación sexual, la de protección integral contra todas las formas de violencia hacia la mujer y otras que ya hemos mencionado.

–Sí, de los tres poderes del Estado podemos decir que es el Legislativo el que más avanzó en la protección de los derechos personales y que afectan directamente a las mujeres. En el Ejecutivo se avanzó mucho en el ámbito de Defensa. La Fuerza Aérea tiene, por ejemplo, una diplomatura de género, que se da en ese ámbito y que el año pasado tuvo tres alumnas travestis, dos eran de la Policía Federal Argentina, una era cabo, pero la otra era subcomisario, que obviamente expresaba su identidad según su nuevo pacto de género.

Y en el ámbito académico y universitario, ¿qué cambios registrás en materia de género?

–Ha habido cambios profundísimos de tipo demográfico. Hoy en día las universidades se han feminizado. La Universidad de Buenos Aires está con más de 58 por ciento de mujeres, ésta es una circunstancia de todo el continente americano. Y han crecido las áreas de género, los institutos, prácticamente no hay universidad que no lo tenga, todo esto está muy bien. Pero, en general, no se modificó la currícula. Lo que sí se modificó es a nivel de posgrado, tenés cantidad de tesis, maestrías, doctorados que investigan en la condición femenina, la diáspora sexual, las familias de los más diversos órdenes. Maternidad se estudia menos, pero las familiaridades en sus más diversas formas están siendo objeto de estudio. En el Conicet es muy revelador por la cantidad de programas de género, disidencia sexual, etcétera. Pero no es en grado, el milagro se produce en posgrado.

¿Por qué esta resistencia a modificar las carreras de grado?

–Es más renovador el posgrado que el grado.

Pero son muchos y muchas más los que quedan con la carrera de grado.

–Y sí, pero más allá de todas las recomendaciones, las currículas de grado siguen estando atadas a las viejas epistemologías. No hay materias obligatorias para revisar las cuestiones de género, en general hay optativas. Pero en posgrado ha habido una articulación más libre, no están atados al programa que es cuasi inmóvil. Esto es interesante desde el punto de vista de la producción del conocimiento.

Para terminar, te invito a que describas, como hiciste con la mujer tipo de clase media de principios de los ’80, una familia de 2013.

–Primero no cabe el singular, todo se pondera en plural. Dentro de la familia todo es plural por la impresionante transformación que se ha dado en estas décadas. Hablemos de los vínculos heterosexuales primero: es absurdo pensar en la estimulación a los divorcios como decían los pacatos. Hay una estimulación a la libertad, esto es cierto. Desde luego, todavía existen subjetividades de acatamiento tan bien descriptas por Simone de Beauvoir en la cuestión de la dialéctica del amo y el esclavo. ¿Por qué se queda una esclava como esclava? Algo lucra, la libertad es muy peligrosa. Existe ese sujetamiento, pero felizmente cada vez menos. También podríamos decir que las desvinculaciones han perdido dramatismo, por supuesto que hay bolsones terribles, pero si uno toma el paisaje de las clases medias yo conjeturo que las disoluciones son más amigables hoy en promedio que en el pasado. A un cumpleaños de un hijo pueden ir las parejas anteriores y las nuevas, por ejemplo. Y los ensamblamientos producen germinaciones de familias a lo largo del andarivel, que producen a su vez colectividades de familias. Las personas quieren afectividad. ¿Qué le importa al pichón humano que está creciendo? Le importa la afectividad, seguridad y afecto.

Y después están las parejas gays, lésbicas, trans, los varones gestantes, las mamás travestis...

–¡Desde luego! Esto es novedad por el reconocimiento, pero son familias ya acostumbradas a la colectividad por fuera de la ley, por lo que me animo a pensar también en estos ramilletes de vínculos. Es extraordinario ese cambio. Y ya hay operaciones lingüísticas que se han quedado sin ningún asidero, por ejemplo un término como “adúltero” no tiene ningún sentido. Estamos en una época muchísimo más democrática de lo que viví.

En definitiva, para festejar.

–Claro. Es cierto que a veces vivimos a la sombra de tendencias fascistas, de circunstancias brutales, pero no son las mismas autorizaciones fascistas del pasado cuando las hordas salían a matar gente. Hay una sociedad muy renovada, con sus reservas, pero no es lo mismo pelearse con conservadores neoliberales que pelearse con hordas fascistas como hace 40 años. Eso felizmente no existe más. Existen los crímenes de odio, sí, tenemos grandes dificultades para la equidad, pero estamos en un registro epocal promisorio, aun cuando haya que seguir peleando por nuestros derechos porque ningún derecho es inmarcesible.

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