PANTALLA PLANA
Masters of Sex pone en escena la biografía de Masters y Johnson, la pareja que allanó el camino al clítoris.
› Por Rosario Bléfari
Años cincuenta en EE.UU., la efervescente y conocida euforia de posguerra recortada contra el puritanismo histórico de esa sociedad. Algunos médicos empiezan a preguntarse por el comportamiento sexual humano de manera más específica, tratando de dejar la moral y la religión de lado. Entre 1951 y 1954 es Alfred C. Kinsey el primero que se anima. Otros lo siguen. William H. Masters y Virginia E. Johnson, una pareja de científicos que termina saliendo en la tapa de las revistas por la notoriedad que cobran sus investigaciones sobre el orgasmo. Ella murió este año. En los setenta su foto estaba ya en las enciclopedias. Todo lo que se mencionaba acerca del clítoris, de la autosatisfacción, estaba inevitablemente cruzado por las citas de sus conclusiones.
Basada en un libro de Thomas Maier publicado en 2009, y con Michael Sheen y Lizzy Caplan como protagonistas, la serie ya va por el capítulo número 9 de la primera temporada. La futura pareja se conoce cuando ella llega a trabajar al hospital sin título universitario, ex cantante con dos hijos, divorciada dos veces. Su capacidad para tratar a la gente que colabora con la investigación y los interrogantes que plantea enriquecen y hacen despegar el estudio. Se disfruta mucho de la serie, el enfoque en la historia de la investigación sexual: cómo era posible llevarla a cabo por primera vez, qué se pensaba antes y las conclusiones a las que se iba llegando. En el capítulo 6 aparece la división freudiana del orgasmo femenino en clitoridiano y vaginal, y el consecuente diagnóstico de frigidez para quien no lo obtuviera del segundo modo a partir de la pubertad. Son Masters y Johnson quienes desmienten esta aseveración, gracias a ella, que inicia una línea de la investigación al respecto. Es oportuno destacar que no sólo la animaba a Virginia su inteligencia y experiencia, sino también un pensamiento científico más empírico, en busca de pruebas que la hija de Freud –según la serie– considera imposibles de llevar a cabo por lo “indecente” que resultarían. Sin embargo el psicoanálisis tiene su lugar y se lo considera en todo el panorama de cambios del momento como pieza fundamental. Esto es lo interesante de la serie: si bien puede molestar por momentos con la reconstrucción de época impecable que se preferiría un poco más relajada, nunca se vuelca por la visión reduccionista de los estudios sexuales en detrimento de la psicología; en cambio pone ambos pensamientos a dialogar, y además coloca a los personajes en el lugar incómodo de las contradicciones entre lo que piensan, sienten o intentan llevar a cabo. Un capítulo de la ciencia y la psicología donde el eje femenino es fundamental, como sujeto observador y observado. Vértigo y emoción al seguir a estos personajes que –aunque estilizados en sus modelos de colección– existieron y trabajaron poniendo el cuerpo, y al recordar cuánto de la vida sexual puede jugar en la búsqueda o la pérdida de la felicidad y cómo depende a su vez de las creencias y de los prejuicios de la sociedad. Pueden verse hoy con ojo crítico los comienzos de la sexología y de los estudios sexuales que intentaron clasificar y definir, pero cuanto más se curioseó y se ahondó en eso ganaron existencia otras formas. Lo dice la misma Virginia cuando comenta que parece que al orgasmo se puede llegar de muchas formas y que algunas lo consiguen cepillándose los dientes. Solamente se necesita cada tanto poner las piezas adquiridas desde distintos puntos investigativos sobre el tablero. Algo que tal vez corresponda a las personas que vivimos y experimentamos en carne propia y para quienes el acceso al conocimiento que generan las experiencias ajenas puede ser una guía de referencias a considerar.
Los lunes a las 21 por HBO.
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