ESCENAS
En esta nueva versión de Las boludas, bajo la dirección de Florencia Goldstein, el texto de Dalmiro Sáenz cobra más intensidad a través de las situaciones límite a las que llega una mujer, que a su vez es muchas otras.
› Por Carolina Selicki Acevedo
Un hombre y su amante mujer nos invitan a ser testigos de su intimidad en una pequeña habitación. La cama es así el escenario montado donde cada uno jugará a interpretar distintos roles, que a su vez nos transportan a distintas historias aunque todas atravesadas por un eje principal, según la lectura que cada espectador haga, por supuesto, ya que abarca múltiples relatos: el del desafío de quién “caza” a quién, mediante la seducción y la astucia y las relaciones de poder que se producen, en el contexto de la última dictadura militar en Argentina.
El es oficial, ella su última conquista. El no se despega de sus apuntes, sobre historias de la cárcel y de la vida, pero no se cree escritor. Parece no animarse a ponerle un final a ese tejido de historias y es entonces por su amante, ansiosa por saber si ella también ha sido motivo de inspiración de alguno de sus personajes, que nos metemos de lleno en sus más profundos y aterradores deseos o instintos y somos conducidos al engaño constante. Descubrir la verdad, su verdad, no resulta fácil. Entonces, lo que parece un juego de roles en medio de su cotidianidad sexual se convierte en el más exquisito teatro de representaciones, como en un relato enmarcado, donde se mezclan estos dos personajes principales desdoblados en un cazador y su presa, en un policía y su amante, en una joven judía y su torturador, y más, en aquello que el otro desconoce.
Si bien Las boludas parece ser un título que invitaría a la denominación peyorativa hacia las mujeres, es todo lo contrario. La obra, basada en el texto del escritor y dramaturgo Dalmiro Sáenz, representada anteriormente por el director Guillermo Asencio y llevada al cine por Víctor Dinenzon en 1993, es inteligentemente montada y dirigida por Florencia Goldstein –también docente, formada en la EMAD– en una versión con excelentes actuaciones de Iamma Chedi y Alejandro De Gasperi, que invita a ser interpretada –y completada– por los espectadores.
La reflexión de la escritura, del teatro, y el papel relevante que cumplen las mujeres en cada historia representada demuestran que no son ningunas ingenuas y que sí son víctimas de situaciones perversas e injustas frente a sujetos perversos, pero donde ellas no dejan de tener el poder –la joven judía nos conduce a uno de los momentos más dramáticos y poéticos cuando en medio de la oscuridad incita a su torturador a que le introduzca la picana en la vagina, pudiendo así quizás obtener la muerte, única vía a su ansiada libertad–.
Las proyecciones de sombras y luces acompañan los movimientos de los personajes, que se convierten en coreografías. Cada paso está pautado de modo preciso, cuenta la directora, y sin embargo, parecen desenvolverse de un modo tan natural que la perversidad y las contradicciones del ser humano logran conmovernos. Ellos van y vuelven a la situación inicial de cada relato y no dejan de generar tensión. “La música fue elegida con minuciosidad –en momentos terribles aparecen canciones que nos llevan a otro matiz–, todos artistas de la época que hablaban del amor pero sin embargo estaban a favor de la dictadura. Mi idea es que el público no se relaje nunca y, sin embargo, no llevar la historia al lugar común o al llanto obligado”, dice Florencia y Alejandro agrega: “Me preparo mucho para cada función, física y psíquicamente, luego me predispongo a ‘jugar’, a ‘cazar’ y ser ‘cazado’ por esta intrépida mujer”.
Funciones: viernes a las 21 en Espacio Urbano, Acevedo 460.
Entrada $60. Reservas: 4854-2257.
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