ACTIVISMOS > LOHANA BERKINS
Está acostumbrada a ser pionera, pero no es el orden de llegada lo que le interesa, sino que todos y todas vayan llegando a la vigencia plena de sus derechos. Este año, además de su activismo de siempre, empezó a dirigir la Oficina de Orientación Sexual e Identidad de Género del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires, desde donde tiene la tarea de educar a la Justicia para que el acceso de la comunidad gltbiq no sea una utopía sino un hecho.
› Por Marta Dillon
Cuando le toque brindar, cuando estalle como siempre el estampido de los petardos y los vidrios que chocan, ella sabe que como afluentes del mismo río la van a inundar la ilusión y la melancolía. Es así porque tiene memoria, dice. Porque sabe que ha construido su lugar en el mundo, pero no podría haberlo hecho sin las compañeras que caminaron antes, sin la Pocha que le enseñó a maquillarse, sin los gritos que tajearon la noche de la represión de su amiga Nadia Echazú, sin los libros que le acercaron, las marchas codo a codo, sin los pañuelos de las Madres, la purpurina de las maricas, los velorios insistentes y a destiempo de las amigas que ya no verán lo que ahora ella ve. Lo que ahora Lohana Berkins hace. Por quienes faltan y para regar su huella siempre fresca, unas lagrimitas se colarán, como siempre, en su festejo, en el chin chin de las copas que ella llena sin alcohol y el trajinar de los platos que disfruta como su único vicio y sostienen ese cuerpo generoso en el que es fácil perderse para el abrazo. Cumbia, copeteo y lágrimas, habrá en este año nuevo, igual que el título del segundo libro que escribió en coautoría –el primero fue La gesta del nombre propio, y ahí también estuvo trabajando codo a codo Josefina Fernández–, porque de todo eso hubo este 2013, y cuando una gusta no hay por qué privarse. Si el año pasado tiene el crespón rojo de los elegidos por ser el año en que Argentina se convirtió en vanguardia por haber sancionado una ley de identidad de género que desprecia la patologización, protege la integridad corporal, reconoce el derecho de cada cual a ser quien es, 2013 vino con más. Con la dificultosa puesta en marcha de esa ley que no quiere quedarse en la letra y sí ser verbo encarnado –”verbo encarnado” es como Lohana llama al travestismo porque no hay clóset posible para esa identidad– y con un puesto de trabajo que no es sólo una satisfacción personal sino una conquista y una tranquilidad social. Sí, tranquilidad. Porque que Lohana esté en la Oficina de Identidad de Género y Orientación Sexual del Observatorio de Género del Consejo de la Magristratura de la Justicia porteña –donde llegó de la mano de su siempre aliada Diana Maffía– trae la serenidad de saber que hay alguien que sabe y que hace en un lugar estratégico para el acceso a la Justicia de muchas personas que históricamente han visto los estrados como el lugar de los castigos, los padeceres o el ninguneo. Incluso el lugar donde se conceden derechos como bálsamo a una vida plagada de calamidades que merece la excepción a la regla. ¿Vale la pena decir que Lohana es la primera travesti en instalarse en el corazón del contralor de la Justicia? A ella no le gusta valorar sus logros como si se tratara de una carrera de atletismo donde lo que importa es llegar primera. Le importa, en cambio, elaborar planes “para ver cuáles son los obstáculos en el acceso a la Justicia de nuestra comunidad, trabajar hacia adentro de la estructura judicial para evitar cualquier sesgo de discriminación, ofrecer herramientas para que jueces y juezas no aleguen desconocimiento, aunque el desconocimiento se nota, y defender los derechos que hemos conquistado”. Además, para una pionera como Berkins, ser primera en algo es casi un lugar común: fue candidata a diputada cuando a las travestis apenas se las consideraba para algo más que el sexo pago y el calabozo fácil, la primera que consiguió que la inscribieran en la escuela secundaria con su nombre propio, fundadora con otras compañeras de la primera cooperativa de trabajo integrada y dirigida por travestis y transexuales. Y la enumeración podría seguir, pero ya se dijo que no es una cuestión de orden, de cómo se llega a la meta. Lo que importa es el recorrido, la conciencia de sí y de los otros y las otras que la hizo plantarse frente a un cura a los 12 por haber rechazado a una amiga tan marica como ella, que a los 13 la llevó lejos de su casa natal de donde la expulsaron, que le permitió dejar la prostitución cuando el cuerpo ni el alma le daban más y porque empezó a avistar otros destinos posibles. Después llegaron las lecturas lesbofeministas y las clásicas, Simone de Beauvoir, Monique Wittig, Judith Butler, Beatriz Preciado y tantas más leídas y discutidas en grupo para ayudar a pensarse a sí misma y a su comunidad. El activismo, la reivindicación de la identidad travesti cuando ni siquiera en los foros internacionales se pensaba el ser travesti como una comunidad, las luchas compartidas, siempre propias, aunque no hablarán de sí. Lohana es una de esas que hace la diferencia, este año y siempre. Pero ¿está cómoda en este sitio, entre mujeres? “Sí, es un honor estar entre estas trece. Puede ser que la de mujer no es la identidad que más rápido elegiría, pero nos construimos en la feminidad, interpelamos el ser mujer, lo ampliamos, lo deconstruimos, lo confundimos. Y desde ese lado está bueno. Además es un honor personal porque no se puede negar la intersección, somos aliadas por subordinación pero también en la lucha.”
¿Y para qué mujer no es un honor estar a su lado? Un honor y una seguridad, porque bajo la sombra de Lohana siempre se está a gusto, siempre protegida, entre la risa y las lágrimas, pero no de pesar sino de memoria.
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