PERFILES
Forma parte de ese selecto grupo de cantantes de ópera que viajan por el mundo con su arte, pero no es profeta en su tierra. La soprano Paula Almerares quiere popularizar la ópera y que el pueblo juzgue cuáles son para el bostezo y cuáles para amar con pasión. A punto de estrenar Pasos de amor en la calle Corrientes, habla de todo con Las 12.
› Por Laura Rosso
Diciembre dejó lo último de sí en una Buenos Aires con termómetros ardientes. El tópico del calor se imponía casi de inmediato y con tono quejoso en cualquier conversación. Es mediodía en Chacarita y Paula Almerares llega desde La Plata a la sala de ensayo. Después de las presentaciones de rigor, Paula se va por la tangente y comenta: “Está fresco hoy”, y el clima de la sala se estabiliza después de esa brisa simpática. La soprano platense está nuevamente en Argentina. Viene de Uruguay, donde días atrás participó del estreno mundial de la ópera Il Duce, de Federico García Vigil, en el Teatro Solís de Montevideo, y en la que interpretó el rol de Claretta Petacci, la amante de Benito Mussolini. Luego de dos días de descanso esta cantante única e indiscutida de la lírica argentina vuelve a nuestro país para retomar los ensayos de lo que será su próximo trabajo, el musical Pasos de amor, que subirá a escena en el Teatro El Nacional.
Puestos a imaginar, se podría decir que Paula es una auténtica Sansona que saca de su cabello la fuerza para cantar. Tiene una melena larga, espesa, que es un plus a su atractivo. Lleva más de veinte años dedicándose a la música y fue declarada Ciudadana Ilustre de la ciudad de La Plata. Nos remontamos a su origen y a sus comienzos. Paula proviene de una familia de tres generaciones de músicos, todos cuerdistas. Su padre, Héctor, y sus tíos conformaron durante más de treinta y cinco años el cuarteto de cuerdas Almerares. Su hermana es violoncelista y su madre, Leonor Baldassari, fue primera bailarina y destacada figura en la historia del Ballet Estable del Teatro Argentino de La Plata. Durante su infancia y en ese contexto familiar, Paula estudió seis años de violín. Recuerda que de un día para el otro se levantó y dijo: “Mamá, papá, quiero estudiar canto”. “Sí, fue así –asiente–, de un día para el otro. Y no me preguntes por qué, pero para mí el canto era canto lírico”. Paradójicamente, en la casa familiar no se escuchaba ópera. Sin embargo, durante la charla, Paula desliza un dato importante: “En casa todos escuchaban música clásica, salvo mi mamá, que cuando estaba embarazada de mí escuchaba algunos discos de pasta de Victoria de los Angeles y María Callas”. Así, con catorce años comenzó sus estudios de canto en Buenos Aires con la profesora Mirtha Garbarini, del Teatro Colón, y luego continuó en Francia con Janine Reiss. Su debut como cantante fue en 1993 en ese mismo teatro con Los cuentos de Hoffmann, donde se puso en la piel de Antonia. Allí cantó junto al tenor Alfredo Kraus, ambos dirigidos por la batuta del maestro Julius Rudel. Por aquella actuación obtuvo el premio a la Mejor cantante argentina.
–Los registros de las voces son: soprano, mezzosoprano, contralto, tenor, barítono y bajo. Dentro de esta calificación existen distintos tipos de sopranos, distintos tipos de mezzosoprano, distintos tipos de tenores, de barítonos, etcétera. En lo que se refiere a sopranos, que sería mi cuerda, están las sopranos ligeras que hacen repertorio con agudos y sobre agudos, coloraturas (es decir, agilidades) como por ejemplo el rol de la muñeca de Los cuentos de Hoffmann, de Offenbach, donde se escucha una voz liviana, con exigencias de grandes virtuosismos. También están las sopranos líricas, donde el repertorio es otro, ya que la voz tiene más cuerpo y la extensión vocal es menor. Las sopranos dramáticas son las que encaran roles más fuertes, como algunos roles de Wagner, por ejemplo. Y las sopranos líricas coloraturas, que sería mi caso, realizamos repertorio belcantista, que en italiano significa bello canto. Podemos interpretar roles con lirismo, o sea con un color vocal, y a su vez tenemos la capacidad de hacer coloraturas –virtuosismos, agilidades– que ciertas óperas piden: La Traviata, de Verdi; Manon, de Massenet; Lucia di Lammermoor, de Donizetti; Romeo y Julieta, de Gounod, entre otras.
–Siempre es importante el cuidado y saber elegir el repertorio justo a través de una guía adecuada del maestro o repertorista. Yo he tenido la felicidad de sostener una larga carrera. A mí me gusta poder llegar con mi voz a cualquier tipo de repertorio, puede ser ópera, puede ser un musical o puede ser la canción más hermosa. Como me pasó en el homenaje que le hicimos a Marilina Ross, junto a Sandra Mihanovich, Julia Zenko, Claudia Puyó, Patricia Sosa, Lito Vitale, Angel Mahler... Para mí era un mundo diferente, fue un público diverso que probablemente no me siguió en mis veinte años de carrera. Yo debuté para ese público. Pero cantar es universal y, si podés dar el sentimiento profundo, no importa si sos una cantante de ópera o qué sos.
Ante aquel pedido de Paula, sus padres la llevaron al estudio de Mirtha Garbarini, una gran cantante del Teatro Colón, quien a la tercera clase ya no quiso cobrarle más. Se dedicó a enseñarle. “Era un gran disfrute entre las dos, yo tenía catorce años y escuchaba muchísima ópera.” Pasó el tiempo y a los dieciocho Paula debutó profesionalmente en Bahía Blanca y con orquesta. Se acuerda de que un día, después de ver cantar a Plácido Domingo en el film Otello, de Franco Zeffirelli, se dijo a sí misma que ella iba a cantar alguna vez con él. Y así fue. Cantó junto al tenor en la reinauguración del Teatro Avenida de Buenos Aires y en el estadio Centenario de Montevideo, y luego fue invitada por él para interpretar L’elisir d’amore, en Washington. Paula debutó en Europa en 1995 en el Teatro La Fenice de Venecia, con Orfeo y Eurídice. Tanto en Europa como en Estados Unidos interpretó y volvió a interpretar I puritani, La Bohème, La Traviata, Rigoletto, El barbero de Sevilla, Manon, Romeo y Julieta, Falstaff, Giuletta e Romeo, Carmen (en el rol de Micaela), Los cuentos de Hoffman, Il corsaro, Cherubin, entre tantas otras. En el Metropolitan Opera House de Nueva York cantó El barbero de Sevilla, la eligieron después de solo cuatro audiciones e interpretó a Rosina. “No es fácil llegar a ese lugar, que es como la industria de la ópera, donde hay miles de sopranos de todo el mundo”, dice.
–Marcadísimo. Ese debut con Alfredo Kraus fue histórico, y no lo digo yo. Tal vez porque después Kraus falleció. Me acuerdo de que le dije: “Maestro, yo tengo una emoción tan grande”. Y él me contestó: “Vos tenés la misma emoción que yo tuve cuando canté con Maria Callas”. Un hombre tan humilde... Yo hice de Antonia en ese debut de Los cuentos de Hoffmann. Son varios cuentos que Hoffmann escribe sobre las mujeres que amó. Y todo salió mal para él. Antonia, la más romántica, tiene una maldición: si canta se muere. Cuando viene Hoffmann, ella empieza a cantar y muere. En el dúo muere. Es un acto intensísimo. Y así debuté. Claro que está muy presente cada vez que vuelvo.
–Esa vez quedé con una sensación de plenitud y exhausta.
Paula ganó el Premio Traviata 2000 en Pittsburgh, Estados Unidos. Luego, durante quince años, vivió en Verona, Italia, con su marido Rubén Martínez, tenor, régisseur y escenógrafo a quien conoció cuando comenzó su carrera en el Teatro Colón. “Nos sentimos súper bien, aunque no vivimos fijo ahí. Ese es el lugar de referencia, después las cosas te llevan de un lado a otro.” En épocas de ensayo, Paula se pasa desde las 9 de la mañana hasta las once de la noche trabajando. “Después es fundamental dormir y no hablar”, revela. “Para casi todas las óperas, yo estudio ochocientas páginas de notas que parecen hormigas, con el idioma abajo, en francés, italiano, alemán. Es muy complejo, cantás y sos el personaje. Todo eso hay que ponerlo en la voz y dejarlo descansar. Es como correr no sé cuántos kilómetros hasta lograrlo. Moverte en el escenario y cantar, moverte y cantar, e interpretar un personaje.”
–Julieta significa mucho para mí. La palabra amor y todo lo que un ser humano es capaz de hacer en su nombre. Su garra, su fuerza. Con catorce años peleó por el amor. Me encanta cantarla, me encanta la música. También me gusta La Traviata, donde interpreto a Violetta. Manon me apasiona. Lucia Di Lammermoor me permite hacer la interpretación de la locura. A Lucia la obligaron a casarse con alguien que no quería y por eso mata al marido. Hay muchos sobreagudos, notas sueltas; esos sonidos, esos ruidos, las visiones que tiene. Para elaborar ese personaje visité un psiquiátrico. Yo estoy sola en el escenario y quería estudiar los movimientos mecánicos, la autoflagelación. Te lo cuento y se me pone la piel de gallina. Me gusta poder elaborar los personajes, poder sacar la parte actoral. Me considero cantante y actriz, en la ópera las dos cosas van de la mano, si no se torna bastante pesada.
–Una casa con escenario que me permitió ir a otras casas con escenario. El Colón lo mismo. Diferentes temporadas, diferentes producciones, por ejemplo allí hice muchas Traviatas, pero todas diferentes. Por eso el trabajo es tan grande. Pero yo amo cantar.
Pasos de amor es el próximo trabajo de Paula que la encontrará este verano en plena calle Corrientes. En este musical estará dirigida por Daniel Suárez Marzal y cantará junto con Juan Rodo. Paula quiere abrir la ópera, cantar cosas populares, tener la posibilidad de escuchar una voz lírica en otros ámbitos, “quiero abrir la ópera, que la ópera salga y que se vea que no es una cosa estructurada en la que te morís de sueño, bueno... algunas óperas sí resultan bastante inaudibles, como en todo”, soslaya.
Su personaje en Pasos de amor es Ana, la mujer de Alex, el personaje que interpreta Juan Rodo, guarda de un tren. Hace varios meses que vienen ensayando y Paula se siente muy a gusto con el grupo. En esta obra con libro de Rafael Jijena Sánchez y dirección coral de Gerardo Gardelín, cuatro jóvenes de distintos países, culturas y credos coinciden en el vagón de un tren durante un viaje por la India, en los años ’40. Un actor y poeta polaco, una profesora de historia albanesa, un promisorio abogado hindú y un pastor protestante que se imaginaba médico. El devenir del destino y unas cartas que Ana encuentra en un bolso de Alex harán que la vida de los cuatro jóvenes y del guarda tomen caminos que no se imaginaban.
Sobre el final de la charla y antes de sumergirse en el ensayo, Paula cuenta que después de cantar se queda vacía, pero no de aire. Vacía. Por eso, al día siguiente de una función, para sobreponerse recuerda la noche anterior. Así logra sentirse feliz con este don que tiene. En su tiempo libre hace el jardín. Le gustan las flores, las rosas especialmente. Hace los gajos y pasa las horas tranquila en su casa de La Plata. Toma mate y lee. “En estos días, la opción es el tereré”, se ríe. Donde sea que habite su mundo, Paula siempre convive entre las partituras con el mismo entusiasmo y fuerza de aquella adolescente que quiso decidir cuál sería su camino.
Pasos de amor
Estreno: 15 de enero
Teatro El Nacional, Corrientes 968
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