VISTO Y LEíDO
El universo masculino, sus trampas y compartimientos estancos en el último libro de la psicóloga Diana Coblier, El varón devaluado.
› Por Laura Rosso
La calle, el bar, la cancha, el auto, la política, el trabajo fuera de casa, la trasnochada, la canita al aire, el dinero, la barra de amigos: mensajes hegemónicos que forman parte de lo público y pertenecen al varón. Son su herencia y denotan una fuerte disociación entre lo público y lo privado. El hogar, la comida, la crianza, hacer rendir la plata, las enseñanzas, la moral, el cumplimiento de los horarios, el cuidado de la ropa son temas femeninos. Así comienza a construirse en la estructura mental la imagen de un varón que entra y sale, siempre apurado, ocupado y con derecho al desafecto porque trabaja. Las esposas, madres y abuelas, mientras tanto, deben cumplir con la ley suprema del amor. En ese contexto familiar, ratificado luego en la escuela, clubes, iglesias y demás organizaciones sociales, se aprenden las leyes de la masculinidad. De este modo –palabras más, palabras menos– Diana Coblier da cuenta de la “Construcción de la mentira o La herencia del varón”, capítulo que abre su libro El varón devaluado (Ediciones nuevos tiempos).
Coblier, psicóloga y con una militancia de más de veinticinco años en el feminismo, dice que el libro surge de observar situaciones durante los años del neoliberalismo salvaje y el estallido que se produjo en 2001. “Algunxs piensan que el patriarcado afecta y oprime sólo a las mujeres”, dice y por eso quiere demostrar que también afecta y oprime a los varones. Y que fue precisamente la crisis económica del 2001 la que dejó al descubierto esta realidad. La autora habla de la devaluación del varón en relación con un modelo previo de varón, creado desde un imaginario social que se inserta en un contexto político y económico. Este trabajo –producido por la Fundación Tehuelche– desarrolla la hipótesis de que la devaluación afectó al varón de clase media y media alta que hoy tiene entre 45 y 75 años. No poder responder al modelo instituido genera los trastornos que la autora denomina devaluación. Deslizarse fuera de la esfera de los dichos del patriarcado (“lo que se espera de él”) produce ese desfasaje. El peso se devalúa en relación con el dólar y el varón se devalúa en relación con un modelo previo de varón.
“El varón devaluado es un hombre castigado por la cultura patriarcal, que disminuye su autoestima, mientras la sociedad y las instituciones disminuyen la estima que le tienen, además del respeto y el afecto. Si el varón logra ser ‘exitoso’, si logra tener esas cosas que se supone que tiene que tener (casa, auto, trabajo, dinero en el bolsillo), tiene que estar todos los días ocupándose no solamente de tener conquistas de todo tipo, sino que además esas conquistas se vean. Si ese varón llega en un momento a ser un varón devaluado –porque pierde cualquiera de estas conquistas– hay un sufrimiento que no se puede mostrar, porque la cultura patriarcal no acepta la vulnerabilidad masculina. Por eso digo que hay que perderles el respeto a estas pautas que encorsetan al género en conductas esperables. Porque los presuntos privilegios que el patriarcado otorga tienen costos altísimos.”
Ser varón implica tener privilegios, entre esos privilegios hay derechos “naturales” (¿por divina gracia?, se pregunta Coblier) e impunidad con respecto a algunas acciones. Se le disculpan olvidos, tardanzas, incumplimientos, y otras formas de desamor que son esperables por una cuestión de género (“los hombres son así”). También se minimizan infidelidades, groserías, exabruptos y hasta escenas de violencia, porque el hombre es hombre y tiene derecho a emborracharse, gritar, dar puños contra la mesa y tener amoríos. “Esa impunidad del varón en algunas acciones sería rápidamente denunciada por vecinos o familiares si la madre fuera quien llega borracha a la casa y golpea a sus hijos”, puntualiza la autora.
Coblier propone un ser varón sin ser el sexo fuerte. “Que puedan llorar, que puedan compartir, ser sensibles, amar y ser amados por un par, criar y cuidar. Sacarse la mochila que cargaron durante miles de años. Los varones que trabajan codo a codo con las mujeres entienden que la equidad de género no es ‘ayudar con los chicos’.” Tal vez falte pero vale la pena empezar a transitar el camino.
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