› Por Cristina Civale
A comienzos de este año, en una reunión privada entre la directora del Parque de la Memoria-Monumento a la Víctimas del Terorismo de Estado, Nora Hochbaun, y el subdirector de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, Claudio Avruj, éste le informó a la primera que no se iba a otorgar una actualización salarial para los trabajadores del Parque y que sus honorarios –no salarios ya que el staff de 27 personas es monotributista, no tiene contrato ni pertenece al plantel del parque, en realidad el parque casi no tiene plantel, sólo estos trabajadores– tendría un 0 por ciento de incremento en relación con los haberes percibidos durante el año pasado. Habría agregado, según nos relata la coordinadora del Parque, Flor Battiti –la única que figura como parte del cortísimo plantel junto al arquitecto Juan Russo– que los que no estaban de acuerdo con la medida podrían buscarse otro trabajo y que ellos –el Gobierno de la Ciudad– los reemplazaría con guardianes de plaza, es decir, personal que abriría y cerraría el predio y ocasionalmente limpiaría el pasto.
El personal afectado por la medida comprende desde guías especializados que dan tours en el Parque-Monumento, explicando su razón de ser: un homenaje a la víctimas de la última dictadura militar y también un espacio educativo y de arte donde, desde 2007, se vienen realizando muestras con artistas nacionales e internacionales, a razón de cuatro por año, por lo menos. También se encuentra entre este personal precarizado al que se quiere reemplazar con guardianes de plaza, el equipo de asistencia curatorial, los montadores de las muestras, el equipo de investigación y el de comunicación, el equipo de ingenieros que actualiza el único archivo en el mundo que incorpora con nombre, apellido, fotografías y otros datos exclusivos la nómina de los desaparecidos.
Según sigue narrando Battiti a Las 12, Nora Hochbaun le pidió al funcionario macrista que pusiera por escrito esta decisión, cosa que no sólo no hizo, sino a la que también se habría negado.
Es importante recordar que este espacio, llevado adelante en su concepto hoy por Hochbaun y Battiti, y apoyado en su comité por organizaciones de derechos humanos tales como el CELS, Abuelas de Plaza de Mayo, Liga de los Derechos Humanos, Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, Fundación Memoria Histórica y Social Argentina, Asociación Civil Buena Memoria y Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, entre otras, tuvo el visto bueno dado por la Legislatura porteña en 1997 y depende del Gobierno de la Ciudad, que cedió el predio ad eternum. Como parque con instalaciones artísticas realizadas por concurso por artistas del país y del exterior viene funcionando desde 2001. Este espacio sin su planta de 27 trabajadores se convertiría en un parque con una pared con los nombres labrados de los desaparecidos, en un paseo para perros y/o un espacio para el acampe de quienes quieran tomar mate o hacer un picnic junto al río (cosa que hoy puede hacerse pero que no es su objetivo central). Sin este personal no habría quién explique a las generaciones menores de 40 años de qué se trata la pared labrada y cada nombre allí escrito.
Los guardianes de plaza –ellos no tendrían la culpa– no podrían garantizar la programación ya armada para este año, que recién empieza y que esperaba contar con la importantísima muestra curada por Ana Longoni, Red de conceptualismo del sur, que ya pasó por el Museo Reina Sofía de Madrid y por el Mali de Lima. No podría tampoco realizarse la gran retrospectiva ya pautada del prestigioso artista chileno Alfredo Jaar –que representó a su país en la última Bienal de Venecia–, una muestra única curada por Battiti, que sería una retrospectiva de su obra producida en Chile.
Al cierre de esta edición, el fotógrafo Marcelo Brodsky, uno de los factótum del Parque en su concepto como tal, había pedido una entrevista con el jefe de Gabinete del Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta. Desde su oficina le informaron que el funcionario no regresaría a la ciudad hasta la semana del 13 de enero y que recién entonces, él –el funcionario– se pondría en contacto. En tanto, desde la Subsecretaría de Derechos Humanos se llaman a silencio. Y el que calla otorga.
Por eso preferimos escribir estas líneas y enfrentar el silencio con palabras claras. No querríamos ver sólo a los guardianes de plaza juntando con palita los excrementos de los perros en el Parque de la Memoria, un espacio urbano, de memoria, educación y arte, un espacio imprescindible para que todo lo que se ha construido en estos 30 años de democracia no sea borrado por un decreto donde domina el número cero. No, nunca más cero.
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