ARTE
La instalación escultórica realizada por la artista visual Elba Bairon destila un silencio perturbador. De qué se tratan esas formas ambiguas e inquietantes, blancas como las nubes y densas como la bruma.
› Por Cristina Civale
La instalación puede verse en el espacio Contemporáneo 30, de la planta baja del Malba y propone la llegada y estancia en el lugar de una tribu formada por ocho figuras –realizadas en pasta de papel– de forma humana y a escala, sin rostro, ambiguas en su sexualidad; unos cuerpos que parecen estar naciendo mientras se los observa, destilando un silencio perturbador desde su blancura encandilante, separados entre ellos pero dialogando con el espacio, donde parecen más suspendidos que plantados, a punto de que alguien les baje una bandera de largada para que despierten de la ensoñación en la que parecen reposar, para luego pasar de este posible estado larva-estatuas de sal y salir de allí para dar lugar a las nuevas vidas que sus cuerpos de ficción –trazados con esa ambigüedad estudiada y provocadora– vienen a proponer. Un paisaje que podría verse como desolador o como un sueño trunco, que encierra una promesa en la intuición velada de algo ya visto pero que, desde allí, renacerá mejorado, vital y poderoso. Esta tribu creada por Elba Bairon está acompañada por pequeñas construcciones arquitectónicas racionalistas producidas en yeso y juntas arman un laberinto-cosmos del que es físicamente fácil salir, pero que nos deja atrapados emocionalmente.
Daniel Molina, uno de los críticos que más escribió sobre esta artista, dice sobre la muestra: “Nunca sabemos del todo qué dice una obra de Bairon, porque no emite mensajes sino que produce efectos. Lo suyo es una religión sin dios (como el budismo o el taoísmo): hay mundo fuera del lenguaje porque el arte (cuando logra esta intensidad) sana y salva. Milagrosamente”. En la visión del crítico este corpus de obra vendría a contar, sin embargo, un mundo de ruinas, un mundo que describe lo que quedó luego de que todo –quizá la vida– haya sucedido.
Desde otro ángulo, los ojos del que observa podrían ver en este inquietante conjunto de obras una propuesta de nacimiento, de cuerpos en formación, de otro milagro que hable más de un comienzo que de un fin.
La muestra surgió por un encargo del museo. Explica Victoria Giraudo, coordinadora ejecutiva de curaduría, que Bairon, “en vez de realizar una muestra antológica de su producción hasta el momento, planteó ella misma la realización de un cuerpo de obras totalmente nuevo. Malba, conociendo la trayectoria de Elba Bairon, su seriedad como artista, la sensibilidad y el refinamiento de su trabajo, asumió el riesgo de fijar fecha de exhibición sin conocer el resultado final. Sólo se sabía de las piezas y del diseño espacial de la sala a través de varios bocetos en acuarela”. Una apuesta fuerte e inusual del Malba, que no es afín a las sorpresas.
El museo solventó la producción del conjunto de esculturas y objetos especialmente realizados para la sala que el museo le dedica al arte contemporáneo. Bairon, a quien le tomó un año concluir el trabajo, se ganó el derecho de sorprender y de jugar con la intriga, dada su larga trayectoria que la define como una artista impecable, original y puntillosa en cada una de sus realizaciones.
No empezó siendo escultora. Sus primeros trabajos fueron grabados y dibujos y sólo después llegó a la escultura, en busca de la dimensión que incluyese el espacio en sus producciones y su interés por lo corpóreo. “Una situación disparadora –explica Bairon– puede provenir tanto de la literatura como de la vida cotidiana”, dice. Y sus esculturas ahora devienen instalaciones quizá por esa necesidad que ya va más allá de trascender lo corpóreo y de afincarse en el relato tridimensional de un mundo propio. Ese es el cosmos de Bairon hoy con su tribu de ocho pioneros soñadores o intoxicados por el propio blanco que los carga de una pureza que quizá necesita ensuciarse de color para pasar a otra instancia, pero que así, congelada tal cual la artista la plantó, sólo se encuentra en trance. La ausencia de color marca un deseo más que de pureza de esencia y allí, con esa imposibilidad de contar lo que se ve y sólo con el atrevimiento de palpitar sus efectos, abandona al espectador con esta propuesta, totalmente nueva en su larga producción, para que se pierda y encuentre –entre estos posibles fantasmas blanquísimos– los propios, sean del color que fueren.
Mujer de vida itinerante, Bairon nació en La Paz, Bolivia, en 1947. Desde 1967 vive y trabaja en Buenos Aires. Estudió grabado y litografía. Pasó su adolescencia en Montevideo, donde estudió pintura china, uno de los encuentros más importantes de su carrera. Contó recientemente a la revista Sauna: “Tenía 12 o 13 años. Mi familia me preguntó si me gustaría anotarme en unos talleres de pintura china, dije que sí, que me encantaría probar, y me fascinó. Fue un encuentro extraordinario. Lo primero que me atrapó fue lo más superfluo, por llamarlo de algún modo: el pincel, las tintas, el papel absorbente, la pizarrita..., pero luego, con el tiempo, me fui fascinando con lo tan sutil del trazo, esa presión tan delicada que hay que hacer. Fue muy hermoso, muy hermoso. Pero el aprendizaje es muy arduo: empezabas haciendo sólo tracitos pequeños, mínimos, casi como si estuvieras escribiendo un ideograma, hasta lograr una línea suave, con matices, con una precisión fabulosa. Al principio era como escribir, y luego de un tiempo empezabas ya a trabajar un poquito más, pero era todo una cuestión de repetir y repetir hasta lograr lo que se buscaba..., y eso fue lo que me resultó fascinante”. Esa fascinación la traduce hoy en el trabajo meticuloso de su obra y en el trazado de sus trabajos más recientes, que destilan la paciencia de encontrar, más allá del tiempo que toma y aun corriendo contra ese propio tiempo, el efecto buscado. Bairon empezó esta obra con una idea muy precisa que, como ella misma aclara, en el devenir de la realización le fue permitiendo encontrar otros rumbos enriquecedores que no traicionaron su idea inicial. Vista desde una plano general, a la distancia, es una obra figurativa; acercándonos a las figuras de esta particular tribu, la figuración se desdibuja y llega la abstracción. En estos seres creados por Bairon se percibe el tránsito por un precipicio donde el equilibrio es muy fino entre proponer una figura o estallarla. La misma Bairon lo confirma a Las12: “Mi intención fue trabajar en ese borde entre la figuración y la abstracción. Estas figuras humanas, a las que me gusta llamar seres, me permitieron trabajar en este límite impreciso. Y la imprecisión llega a todo, incluso a lo sexual. Estas figuras no tienen sexo”. Y repite: “Son sólo seres”.
Esta instalación escultórica –que podrá visitarse hasta marzo– continúa, aun en su novedad, la línea de la producción más reciente de Bairon (ganadora del Gran Premio Salón Nacional Nuevos Soportes e Instalación y del Premio Federico Jorge Klemm a las Artes Visuales 2012), que se caracteriza por la sutileza poética, el misterio y la ambigüedad y por el trabajo con la figura humana. Cuenta a Las 12: “Desde 2003 empecé a trabajar con la figura humana. Ya en mi muestra en Proa lo hice y luego en la galería Braga Menéndez. Lo que aquí quise hacer fue poner a estas figuras en una escena. No sé bien qué es la escena. Pero hay una escena. Me abruma siempre tener que explicar mi obra una vez que la terminé”.
Junto a la tribu de seres también se exhibe una serie de acuarelas que sirvieron de estudio preparatorio para el desarrollo de la instalación. A Bairon, de alguna manera, le causa gracia haber ganado en el “rubro” nuevos soportes, considera que cuando algo es inclasificable va a parar allí. Se podría decir que, más que el soporte, lo nuevo que trae Bairon es el entrecruzamiento de sus experiencias anteriores a las que de un modo más o menos sesgado les aporta también una visión tanto literaria como cinematográfica. Alguien comentó que esta obra tenía una influencia del Kubrick de 2001, odisea del espacio, y no parece ser una llave muy torcida para abrir la interpretación y sensación que la obra produce. A Bairon no le gusta hablar de su obra, ya se dijo, sólo quiere hacerla, y que esa llave secreta la decodifique el espectador, participativo y también generador de significados. Le comentamos lo de Kubrick. Le encantó.
Junto con la exposición, Malba editó un catálogo bilingüe español-inglés, de cuarenta y ocho páginas, con el ensayo Una cifra escondida en una piedra, de Teo Wainfred, además de un registro fotográfico de las esculturas y la reproducción color de las acuarelas que sirvieron de boceto a la instalación. En uno de los pasajes del texto de Wainfred incluidos en el catálogo se lee:
“La obra de Elba Bairon es un desfile de figuras cifradas, mediante las cuales la artista intenta llevarnos por el camino de la experiencia. A este mundo nuestro, tan seguro de sí mismo, estas figuras quietas llegan para señalar con la punta de sus instrumentos metódicos que todo puede ser de acuerdo a quién lo mire. (...) Elba es la única que conoce los antecedentes de estas imágenes. Qué cosas las han traído hasta aquí. Pero es a nosotros a quienes nos toca darle el soplo. La orden. El levántate y anda.” Entonces vayamos y miremos y ordenemos a esta banda de ocho figuras –¿soñadores, zombies, pioneros de un nuevo mundo, desechos de un mundo que ya no será?– que nos lleven a soñar el mejor sueño que nuestra conciencia no se atreve a descifrar sin hablar en potencial. Ordenémosle a la obra que nos permita encontrar las palabras justas que nos cuenten un cuento que nos conmueva con la posibilidad única de su efecto múltiple. “La chamana” la llama Molina. La maga, decimos acá.
En Malba. Figueroa Alcorta y Salguero. Hasta el 10 de marzo.
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