Vie 10.01.2014
las12

RESCATES

Rápida y furiosa

Annie Soisbault
1934-2012

› Por Marisa Avigliano

Los trofeos de su cuarto guardaban ecos de match point. Annie Soisbault jugó al tenis desde que –como dicen las abuelas– aprendió a caminar. Su papá era abogado, pero sobre todo era el presidente de la Liga de tenis de Bretaña, de modo que tantas veces como vidas tiene un gato Annie ganó los torneos de Cadetes y de Junior de la vieja Galia y participó en el Circuito Internacional de Tenis de Francia, desde 1953 hasta 1956 (en 1954 no compitió). Pero no sólo Francia la vio finalista, también Inglaterra en el Wimbledon de 1953. Mientras todos creían que el futuro de la heredera Soisbault tenía encordados y pollerita tableada, la joven Annie se estaba probando otro vestuario: mamelucos, zapatones, anteojos, guantes y gorras con orejeras que anticipaban la protección de futuros cascos. Entre medallas y acusaciones de fraude (aseguraban que su padre instigaba desde el escritorio) Annie se escapaba de los entrenamientos, abandonaba el polvo de ladrillo y se subía a cuanto automóvil pudiera manejar, aunque ella prefería uno en especial: el de carrera. El año en el que se bajó de los sets empalagada por la voz del juez anunciando un tie-break, lo pasó escondida en los boxes de la escudería francesa. Tres años después ganó el Rally de Francia, la nombraron mejor conductora y levantó la copa del Tour de Francia junto a su copiloto Michèle Cancre. Al año siguiente ganó la Copa de Damas con Lise Renauld en el Rally Lyon-Charbonnière y un tiempo después el Rally de la Acrópolis.

Una de las mujeres con más estilo de manos en el volante traspasó banderas a cuadros durante los años cincuenta y sesenta. La ex tenista Annie Soisbault compartía ahora ruidos y mecánica con otras mujeres que como ella se había lanzado a las rutas (Sheila Van Damm, Denise McCluggage, Evy Rosqvist –su mayor competencia–, Betty Skelton, Louisette Texier y Annie Bousquet, entre otras). A los veintiuno descubrió que el mundo de las carreras era divertido, ganó mucho dinero y se independizó del abogado con raqueta. Se compró un Delahaye Grand Sport y una Triumph TR3, con la que ganó la Copa de Damas en el Tour de Corse en 1957. El mundo del automovilismo le presentó al marqués de Montaigu, su futuro marido y su crédito para conseguir un Ferrari que manejaba a 300 km/h. En 1966 conduciendo un Porsche cruzó el implacable Monte Ventoux (en la región de Provenza, en el sureste de Francia), convirtiéndose en la primera mujer que franqueaba la velocidad media de 100 km/h (62 mph) en la montaña. La admiradora de Hélène van Zuylen (pionera del automovilismo junto a Camile du Gast y Anne de Rochechouart de Mortemart en la Belle Epoque) abandonó la voz de los motores después de una década de riesgos (fracturas de pie, clavícula y vértebras que la inmovilizaron varios meses en la cama de un hospital) y se dedicó a otra de sus pasiones: el dinero. Primero vendió autos de lujo, como los Aston Martin que promocionaba James Bond en sus películas, y después formó parte de un selecto mercado inmobiliario. Vivió entre París y Saint-Tropez y en los últimos años se ató al cuello y a la cintura el delantal de chef francesa. Pasatiempos de señora rica, divertimentos sin ruedas que pagaban sus francos para mitigar la adrenalina perdida. Murió el 18 de septiembre de 2012. Sus amigos la despidieron seis días después en Père-Lachaise. Desde hace un tiempo y gracias a YouTube podemos verla en 1958 en la Coupes des Alpes, imperdible.

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