VACACIONES
Villa Gesell como destino de veraneo ha tenido etiqueta de “mala prensa” por el descontrol de los y las más jóvenes, algo que intentan contrarrestar los últimos gobiernos con un perfil de turismo más familiar. Pero a pesar de que sigue habiendo excesos a la vista de todxs, los cuidados femeninos a la hora del disfrute se tornan imprescindibles y no escasean las alertas, incluso con respecto a la violencia de género o la sobreexposición del cuerpo.
› Por Carolina Selicki Acevedo
Después de las 23, el centro de Villa Gesell –que se extiende desde el nacimiento de la avenida 3 hasta el paseo 108, si tenemos en cuenta hasta dónde abarca la peatonal– comienza a colmarse de jóvenes en busca de definir a cuál bar o boliche irán. Los tarjeteros –casi una raza exclusiva del verano– repasan las tácticas de seducción, donde ninguna “minita” puede quedarse sin elogio o comparación con alguna figura top del momento, y sus habilidades en oratoria se ponen a prueba. El fin es siempre el mismo: acaparar esa noche a la mayor cantidad de adolescentes con ganas de bailar hasta que salga el sol, beber hasta que no quede una gota y, en los casos más penosos, seguir bailando en sueños, mientras el amanecer se desploma sobre el horizonte y el cuerpo rendido se tumba en la arena con la misma ropa con la que se acaba de salir del boliche. Esta es la postal que se repite año a año durante la estación en la que las temperaturas suben o con la que se publicitó a Gesell durante mucho tiempo; incluso las referencias al hippismo no han faltado, como sucede con la reconocida marca de cerveza que marca tendencia con sus publicidades hiteras que pretenden acrecentar las ventas reducidas por la dudosa calidad del producto, aunque se aleja del objetivo que desde el gobierno local intentan sostener: que Gesell sea un destino familiar. Pero, a pesar de que atrás quedó el festival Gesell Rock y otras iniciativas que sólo se centraban en esta franja etaria, muchos son los y las jóvenes que siguen eligiendo “La Villa”; y aunque los rituales no han cambiado demasiado, hay cuidados que las adolescentes empiezan a tener presentes. Sin embargo, algo queda en claro: está en cada una qué tomar y qué dejar.
Lucía (19) y Yanina (20) son oriundas de La Plata, estudiantes de Nutrición y Relaciones internacionales, respectivamente. “Elegimos Gesell por la comodidad para desplazarnos tanto de día como de noche, de la playa al centro. Vinimos por una semana. No gastamos mucho porque no tomamos demasiado y las entradas al boliche las negociamos. Estamos parando en un hostel, así que optamos por comidas rápidas y hoy, la noche antes de volver, nos estamos dando ‘el lujo’ de cenar afuera”, cuenta Lucía. El menú a la vista es simple y tradicional: milanesas con papas fritas. Sacando cuentas, cada una gastó entre 2500 y 3500 pesos en la estadía. Las dos están solteras y entre risas confiesan haber hecho “cualquiera”. Pero ante el intento por profundizar en el real sentido del término, ellas aclaran: “Nos agarramos conocidos, pibes que vinieron a vacacionar acá y que son de nuestra ciudad”. Una de ellas baja la retaguardia y, pidiendo reservar la identidad, cuenta que con uno de los pibes que conoce ni se imaginaba que pudiese darse algo, pero “pintó” y se fueron juntos del boliche a la playa, noches atrás. Para cuidarse sólo usan preservativo: como no se trata de nada “fijo”, ninguna toma pastillas (anticonceptivas).
Ambas aprovechan la ocasión para exponer su visión de las chicas más jóvenes, es decir, de las que no llegan a los 18 años: “Vemos muchas en los boliches que se les nota a la legua que tienen 15 y, sin embargo, las dejan entrar igual. No hay controles en las entradas. Con los pibes no pasa lo mismo, filtran más. Y las escenas a la salida son de terror. Muchas pibas quebradísimas. Hace unos días vimos por la 105 a una chica a la que rodeaban cinco policías porque estaba inconsciente y tuvieron que pedir asistencia. También vemos circular faso en el boliche o en la playa. Pero no vimos escenas de violencia”. La preocupación más inmediata es por las responsabilidades de la vuelta a la rutina: mesas de exámenes por dar y un ritmo al que costará volver después de varios días de descanso, playa y diversión.
Más adelante, sentados en uno de los bancos de la peatonal permanente y escuchando a unos músicos callejeros, están Paula (18), Micaela (19) y Alan (19), quienes hace 16 días que disfrutan de sus vacaciones. La plata la juntaron trabajando: Paula, en una empresa de animaciones de fiestas infantiles y en una colonia de vacaciones; Micaela, cuidando a un bebé; y Alan, pasando música en eventos. Los tres terminaron el secundario hace poco y este año ellas comenzarán la facultad. Eligieron vacacionar en Mar del Plata y pasar unos días por Gesell, donde ya cuentan con un grupo de amigos de temporadas anteriores. La abuela de una de ellas les alquiló por 1000 pesos a cada una un departamento. Y en Gesell paran en un camping que les consiguió un amigo. Gastan alrededor de 150 pesos por día. La mayoría del tiempo lo destinan a la playa y a las salidas nocturnas. ¿Lujos? Fueron una vez al teatro y al cine. “Se viene por todo: amigos, pibes, playa”, gritan las chicas. Pero rápidamente aparecen los “códigos”: “Ningún pibe entra al departamento; salimos juntas y volvemos juntas”. Dicen ser de las que sólo intiman con un chico luego de conocerlo –durante al menos dos o tres días–, nada de irse con el primero que se les cruza y siempre usando preservativo. Un tema lleva al otro y, en medio de la verborragia adolescente, surgen dos cuestiones polémicas y centrales: el aborto y la violencia. Respecto del primero, a Paula le parece correcta la actual legislación a nivel nacional, pero en caso de un “accidente” le cuesta pensar en no hacerse cargo del bebé que vendría al mundo. Por otra parte, Mica cuenta que una amiga de 18 años sufrió violencia familiar y su miedo principal era hacer la denuncia. “Me contó que su viejo era agresivo con ella y con su mamá, así que con mi familia la ayudamos a hacer la denuncia, después recurrimos a unos parientes. Pero al tiempo volvió a vivir con sus papás. Por ahora la situación está bastante controlada, pero siempre está la alarma.” Luego, Alan sorprende con su confesión: “Yo lo viví en mi casa. La segunda pareja de mi mamá era violenta con ella. El es el papá de mi hermana menor. Afortunadamente mi mamá lo dejó cuando estaba de ocho meses de embarazo, porque el cuadro se agravaba cuando él se drogaba con merca. Lograron internarlo y ahora mi mamá está hace 12 años en pareja con un hombre que la respeta. Pero yo tenía sólo tres años y era consciente de todo lo que padecía”. La confesión sirve para introducir otro tema del que abundan prejuicios, si de jóvenes se trata: el consumo de drogas. Paula cuenta: “Fumo cada tanto marihuana, ellos también, pero nunca compramos, sólo fumamos si nos convidan. Nos relaja, nos hace pasar un buen rato, pero no más que eso. Creo que cada uno sabe sus límites. El cigarrillo mata y es legal. Probé éxtasis sólo una vez, pero no lo volvería a hacer, es un vicio”.
M.: Lo que más circula es el alcohol. Yo sé hasta dónde tomar. Y tengo una amiga que por ejemplo, cuando se le empieza a dormir la mano, dice: “Hasta acá llegué”.
P.: Sí. Nosotras solemos dividirnos para cuidarnos; cuando andamos con auto, ésa toma menos.
En el centro hay más efectivos policiales que otros años –en esta temporada, 600 son los oficiales enviados como refuerzo en el Operativo Sol–, quizás, en parte, a ellos se les atribuya el no ver tanto joven botella en mano por la calle. Los espectáculos callejeros que funcionan en la peatonal –y por la que han pasado artistas como Los Ote, Los Tipitos, el actor Pasta, el payaso Chacovachi, entre otros– comienzan a llegar a su recta final. Algunas familias todavía pasean y aplauden a los artistas. Frente a los videojuegos de Centerplay, el show circense copa la calle y entre los espectadores se encuentran Camila, Sabrina y Leyla, todas de 18 años, que parecen no haber perdido aún su costado infantil. Una de ellas pide sacarse fotos con parte de los integrantes del elenco. Han venido anteriormente con sus familias, pero ésta es la primera vez que viajan solas y por 13 días. Lograron recaudar el dinero ahorrando y pidiendo prestado. Gastan 180 pesos promedio por día. “Ahorramos en la comida, sólo fuimos dos veces a cenar afuera”, cuentan. El día arranca tipo tres de la tarde, llevan fernet, coca y algo de agua, para arrancar, galletitas, sandwiches y directo a la playa. “La comida ‘posta’ es a la noche. Un clásico: arroz o fideos”, cuenta entre risas Camila. Cuando llega la noche, prefieren los bares. Unas birras en El Nacional o en New Rock. Todas están solteras y afirman no haber conocido a nadie aún, pero para ir más allá de los besos al menos tienen que haberlo visto en más de una ocasión. Todas intentan cuidarse y que la tentación no les juegue una mala pasada. “Yo estoy medio traumada con el tema del embarazo, aunque entiendo que también hay que cuidarse por las enfermedades de transmisión sexual”, confiesa Sabrina y agrega: “Si no, no te queda otra que la pastilla del día después, aunque se pueden tomar máximo dos al año”. “Mínimo, querrás decir”, le replica Leyla entre carcajadas. Durante la noche, para transportarse, usan el colectivo –la única línea es la 504– que suele ir “hasta las manos” de pibes cantando y entonados, y donde “las apoyadas son cotidianas”.
C.: Sí, con fernet, vino o champagne.
C.: Probamos marihuana y cigarrillos, pero no somos de hacerlo seguido.
S.: Mucho alcohol. Hace unos días, a una chica la sacaron arrastrando de un bar de la 105 re en pedo, con el vestido levantado. Y en Pueblo Límite el panorama es peor: según nos contaron unas conocidas, se suele ver sacar a chicas en ambulancia varias veces en una noche.
L.: Además hay muchas menores en los bares o boliches. No controlan demasiado en los accesos. Si tienen buen culo y buenas tetas, pasan derecho.
Pero no toda chica que llega a Gesell en verano lo hace para vacacionar. También están las que, como Jesica (24), Chechu (25), Carla (18) y Naiara (21), vienen a trabajar como públicas, en este caso de Hook, uno de los boliches que se encuentran sobre la avenida principal. Cuentan que son en total 7 mujeres y 20 hombres. “Alquilamos una casa con habitaciones separadas para cada grupo. Vinimos sólo por enero. Ganamos entre 5000 y 6000 pesos por mes. Además nos dan almuerzo, cena y comisiones por ventas de entradas”, y agregan: “Nosotras sólo podemos tomar algo después del horario de trabajo, que se extiende de 16.30 a 18 por la playa, luego continuamos en el centro, cortamos para cenar y 12.30 volvemos a la peatonal hasta las 3 de la madrugada aproximadamente. Tenemos traslados incluidos y un coordinador, Maxi, que nos acompaña todo el tiempo (tiene experiencia en el rubro desde hace 20 años, aunque éste es su primer año en Gesell). Estamos muy conformes con el trato”. Lo mismo afirman otras tres chicas que forman parte del staff de públicas del boliche más grande de la ciudad: Pueblo Límite, que se encuentra en el ingreso y que noche a noche convoca a 15 mil jóvenes que provienen también de otras localidades balnearias aledañas, como Pinamar, Cariló, Madariaga e incluso Mar del Plata. El panorama laboral este año parece haber mejorado, en comparación con las declaraciones recabadas el año pasado a dos promotoras de dicha empresa durante la temporada. Eliana y María habían denunciado: “Somos 17 chicas viviendo en una casa con tres habitaciones y sólo dos baños. Nosotras incluso dormimos en la misma cama porque no alcanzan para todas. Tenemos un presupuesto diario muy escaso para la comida, administrado por una coordinadora. Cobramos cada 15 días un sueldo promedio de 1000 pesos por semana más comisión por las entradas anticipadas que vendamos. Por cada entrada nos dan 5 pesos. Pero al resto de las chicas les pagan menos porque son sólo públicas, nosotras venimos por contrato de las agencias de modelos para las que trabajamos”. Ellas también habían comentado su descontento en cuanto a la exposición: “Tenemos que estar en la calle con plata encima de las entradas. A veces hasta 6000 pesos”. Para desplazarse, debían arreglárselas por su cuenta. Este año, las jóvenes entrevistadas aseguran tener traslados seguros, almuerzo y cena, habitaciones cómodas –son sólo cuatro chicas por habitación– y una paga que alcanza los 5500 pesos más las comisiones por venta de promociones en vía pública. El ingreso a Pueblo Límite continúa siendo el más caro de Gesell: de jueves a domingo la entrada es de 200 pesos con un champagne para los hombres (promoción válida hasta las 2 de la madrugada) y acceso free para las mujeres (hasta el mismo horario), luego deben pagar una entrada de 150 pesos. El resto de los días es un poco más barato. Pero hay algo que no cambia: las jóvenes que optan por “hacer una diferencia” en verano, saben de la exposición a la que se someten y que deben manejar el acercamiento de los hombres, que suelen pretender más que una entrada. “Cuando venimos directamente para la noche y luego ir al boliche, nos producimos más: pollerita, top, mucho brillo, tacos o plataformas, pelo bien peinado, mucho maquillaje, todo por cuenta nuestra. La producción es parte del trabajo y lo aceptamos. Pero acá nos piden que demos nuestro número de celular a los que nos compran las entradas, y eso no lo hacemos en Capital. Nos exponen por demás”, cuenta una de las promotoras. Todas afirman no haber intimado con nadie todavía y que sólo puede tener chances “aquel que la reme”, nada de la primera noche, y que tenga el látex siempre a mano. Con respecto a la violencia, una de ellas acota que con un chico que manejaba una agencia le ocurrió que se puso agresivo al negarse a pasar la noche con él, y desde ese momento está más atenta. Otra comenta que en la noche gesellina se ve lo mismo que se ve en Capital o alrededores. “Aunque las chicas están peor que los chicos. Mucho alcohol y de vez en cuando alguna que se agarra a piñas con otra.”
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