ARTE
Dice que sólo lee libros de autoayuda que le ofrezcan consejos prácticos para utilizar en su vida, pero escribe literatura sin esfuerzo, como si canturreara la música que le dictan las palabras. Dice que todo le da pereza, más aún aquello que requiere esfuerzo, pero es capaz de montar un espacio de arte en una zona de Buenos Aires no habilitada para eso y lograr que a pocos años de su cierre se la nombre con la nostalgia de las buenas cosas que faltan. Hay quien cree que lo suyo es puro artificio, pero cuando cerró su galería, Belleza y Felicidad, se llevó lo que sabía hacer a un barrio periférico del conurbano, más precisamente a la casa de una cartonera, donde hubo tanto exhibiciones de arte como clases lúdicas para niños y niñas. Inspirada en esa mujer fundó una editorial, Eloísa Cartonera, con un catálogo de 120 títulos. Es Fernanda Laguna, artista y gestora cultural; habrá quien diga que es un bluff, está su obra para contradecirlo.
› Por Cristina Civale
Que quede claro por lo que se va a leer después. Fernanda Laguna (Buenos Aires, 1972) es una de las artistas más talentosas e influyentes de su generación. Es artista visual, poeta, narradora y una exitosa gestora cultural.
Ahora mismo se encuentra en Madrid presentando en la sección Solo Projects Latinoamericanos de ARCO -junto a su galerista, Nora Fisch-, una de las ferias de arte contemporáneo más influyentes de Europa, su particular propuesta: exhibir una serie de pinturas en diálogo con sus poemas y los subtextos provistos por sus pequeños dibujos. Se aprecia en las pinturas presentadas una serie de formas negras, casi abstractas –que podrían actuar como personajes humanos– y marcan una de las características más notorias de su pintura reciente, como son los tajos y recortes que aparecen en la tela.
Difícil creerle a esta mujer que fundó Belleza y Felicidad (ByF), la galería más sonada de los años ’90, junto a Cecilia Pavón y Gabriela Bejerman, cuando dice de sí misma que es vaga en su statement para Bola de nieve. Escribió: “Pintar lo hago sola y por lo general me desestabiliza. Si me siento mal, me pongo bien. Si me siento bien, me pongo eufórica y después me deprimo. Por lo general digo: ‘No voy a pintar más, me hace mal’. Soy muy vaga conmigo misma. Me gusta hacer el menor esfuerzo posible. Esforzarme es aburrirme”.
La galería fue primero una editorial que se fundó a finales de 1999 y en 2000 empezó a funcionar como galería de arte, en un local ramplón en una esquina de Almagro, en Acuña de Figueroa 900. Pavón se desvinculó del proyecto hacia 2002 (aunque siguió colaborando) y Fernanda continuó con la galería hasta 2007. En un viaje a Salvador de Bahía, Fernanda, Cecilia y Gabriela descubrieron un modo de circulación literaria que era completamente diferente del de Buenos Aires, la literatura de cordel: pequeños libritos folletinescos que se vendían colgados de una cuerda en negocios que mezclaban la literatura popular con baratijas, tipo bijouterie u objetos de negocios de todo por dos pesos. Esa idea de mezclar materiales resultó clave para Belleza porque se trataba justamente de desacralizar la literatura, retirarla del lugar que remite a un modo de producción literario sostenido, tanto en las grandes editoriales como en las universidades, “por la explotación casi esclavista disfrazada bajo el manto del prestigio –el prestigio de pertenecer a la ciudad letrada–”, explica Laguna.
ByF fue un espacio donde pasaron los artistas emergentes y los consolidados, desde Guillermo Kuitca a Diego Bianchi. Ese espacio que puso el amor, quizá con mayúsculas, por el arte y por la vida por delante de todo y que accedió ausente de temores a la experimentación sin pereza. La galería fue un espacio que trascendió la experiencia de la exhibición de obras. Fue un lugar donde se hicieron fiestas porque sí y celebraciones de cumpleaños, un rincón de lectura de nueva literatura, un punto de encuentro y de debate, un sitio para perder el tiempo o ganarlo aprovechando las actividades que destilaba el simple estar ahí, o sea, una suerte de sala de estar cultural; también fue esa editorial donde la misma Laguna empezó a publicar sus libros bajo el seudónimo de Dalia Rosetti, una suerte de hija literaria, se podría especular, de Leónidas Lamborghini y María Moreno, una chica que les salió crecidita y con una voz mandona que, si no superaba a la de sus “padres”, competía fuerte en el tono y en los contenidos. Una voz tan propia, desaforada y única que no los mandó a callar sino a amarla, a amarla literalmente. Desde la vida y desde la tumba. Su narrativa, quizá su apuesta más desaforada, incluye sus novelas cortas más que su ametralladora poesía. La primera con la que admiró a quienes serían sus fans incondicionales se llamó Tatuada para siempre y junto a Sueños y Pesadillas I y II, la editó con el sello de la editorial de la galería multiespacio en dos pequeños tomos. Sobrina de Copi, siempre especulando pero con la jactancia de tener razón, es evidente que tiene una familia literaria gallarda, publicó además en un género que también se podría decir que inventó, la petit nouvelle, La ama de casa, Ediciones Deldiego, 1999, Sueños y pesadillas 3 y 4, Ediciones Eloísa Cartonera, 2003, Me encantaría que gustes de mí, Ediciones Belleza & Felicidad, 2002, Durazno reverdeciente, Ediciones Eloísa Cartonera, 2003, Love you, don’t leave me!, Ediciones La Lili, Córdoba, 2003, Alejandra, Ediciones La Lili, Córdoba, 2003 y El Comandante, Ediciones La Lili, Córdoba, 2003.
Muchos hablan de ella como una genia, otros como un bluff. Cuando la escuchamos hablar puede sonar a Forrest Gump, pero no nos engañemos, es la transferencia honesta de un pensamiento libre que no se ata a las convenciones y no teme decir, como le dijo a Las 12: “No me gusta leer, sólo leo libros de autoayuda, cosas que pueda aplicar en mi vida de modo práctico para lograr mis objetivos”. Una declaración que no pareciera salir de esa cabeza. Cuando presentó el libro que compilaba su obra poética, Control o no control, el prologuista se preguntó si Fernanda Laguna era estúpida. Luego lo desdijo con una serie de acertados elogios, pero siempre se cierne sobre ella la duda sobre si todo lo que le sucede, todo el éxito que plasma en sus acciones concretas, desinteresadas de toda ambición de capital, en su obra, no son producto de una feliz casualidad, como los camarones del personaje de la película de Robert Zemeckis, Forrest Gump, y su inversión millonaria en la empresa Apple. Dice de esta compilación de 2012, lo más reciente de su creación literaria y con ella explica mucho de su obra narrativa, por ahora abandonada, que no escribe porque le da pereza, porque la aburre. Sobre su poesía, en cambio, es capaz de explicar un poco, en ese tono tan suyo como torcido, pero con una coherencia notable a pesar de su aparente delirio, y quizá sea el delirio lo que mejor arma su tono único, esa laguna en la que nada Rosetti porque dice y escribe como si cantara, como si pensara en el silabeo, en la concordancia sonora de las palabras, o también podría pensarse que dice de lo que escribe con más dificultad de la que se lee en su obra, como si fuese un paratexto nietzcheano. La escuchamos: “‘Control o no control’ no es lo mismo para mí que ‘control y no control’. La ‘y’ convierte a las dos palabras en una dualidad bien separada, como la llave de una luz. En cambio la ‘o’, sumando todas las ‘o’ que tiene la frase, hace que la oración sea una entidad doble pero unida, algo que es las dos cosas a la vez. Los pasajes de una a la otra son como eso que se dice de las transformaciones de las partículas de onda a materia, que son indivisibles y a la vez se separaran a una velocidad imperceptible para el entendimiento humano, hablo del mío. Control o no control es un estado de mi mente permanente, como batir una gaseosa o como la espuma de la cerveza. El realismo es una ilusión. La heterosexualidad no existe y el argumento no sé lo que es. El control del ‘control o no control’ no puede funcionar como un beneficio, ya que es absolutamente inestable”.
La obra de Laguna, aka Dalia Rosetti, es como el cuerpo mutilado de la Dalia Negra, el pseudónimo de la actriz asesinada Elizabeth Brown. En su prosa ocurre un asesinato, la muerte de toda la literatura anterior y ocurre, probablemente, porque la desconoce y escribe desde esa rara libertad que da la ignorancia, una acción que puede ser brutal pero que en su caso es puro regocijo. Su obra no sólo cuestiona el género literario, cuestiona el género en su declinación sexual.
No, esta mujer no se va de boca como una estúpida, como intentó arrancar ese prólogo a modo de provocación. Es una de las pocas mujeres que ejerce la libertad de expresión sin temor a contar cómo la ejerce.
Laguna participó de la beca Kuitca en 1994, cuando ésta funcionaba en la vieja Proa, aún un espacio arrumbado. Fue en ese mismo año cuando presentó en la histórica y ya mítica galería del Centro Rojas dirigida por Jorge Gumier Maier sus primeras obras visuales. “Eran unas figuritas que imitaban a esas de la infancia, llena de brillantina. Hice pinturas que imitaban esas tarjetitas de la infancia, como un juego.” Y el juego se convirtió en obra y en un obra destacada.
Más difícil aún es continuar creyendo este asunto de la supuesta vagancia, estupidez y feliz coincidencia, cuando es esta misma mujer quien llevó a Villa Fiorito una escuela secundaria de arte a la que le dio el nombre de la galería, luego de cerrar el espacio creado en los bordes del barrio de Almagro cuando aún tenía éxito y tela para seguir cortando y artistas para seguir presentando en su galería Belleza y Felicidad. Fue, sin dudas, una toma de posición, más allá de sus dichos, una apuesta claramente ideológica. Laguna en Fiorito fue por más, por una apuesta más difícil, comprometida y sobre todo inédita, tratando de ubicar en una zona carenciada de Buenos Aires la experiencia del arte y su amor por él para generar trabajo, entusiasmo y energía. Todo se fue dando como en fundido encadenado y también algo azarosamente, si es que el azar es una posibilidad a tener en cuenta. Pasó así: Laguna conoció “azarosamente” a la cartonera Isolina Silva en la esquina de Rivadavia y Sánchez de Loria, una mujer que, además de juntar cartón, dirigía un comedor para 200 chicos en Villa Fiorito llamado Pequeños traviesos. Belleza y Felicidad, “la central” de Almagro, comienza a colaborar con el Comedor Pequeños traviesos con 10 paquetes de fideos en mayo de 2003 y se comienza a encargar al mismo comedor bolsitas de tela para contener los libros de la editorial Belleza y Felicidad. Da comida pero da trabajo: da dignidad.
En agosto de 2003 finalmente se abre el local No hay cuchillos sin rosas, sede de la editorial Eloísa Cartonera. David, Daniel y Alberto Ramos (hijos de Isolina Silva) y Gastón (vecino) fueron los primeros en trabajar en la editorial. Y así, nuevamente con la imagen y la coherencia del fundido encadenado, nace Eloísa Cartonera, la editorial manejada por cartoneros, con la cabeza de Laguna, la vaga y perezosa, al frente. Otra idea descollante, en sintonía con su tiempo de vida porque Laguna es pura contemporaneidad y una contemporaneidad avezada, más allá de lo que diga o quiera que creamos de ella.
Pero hay más. La galería Belleza y Felicidad decide abrir en la casa de Isolina Silva (La Negra) una sucursal de Almagro en Villa Fiorito pagando el alquiler de una pieza con alimentos para el comedor. La galería se inaugura con la muestra colectiva de los vecinos Omar Gómez y Nélida Seguí. En 2003 la Escuelita y Galería de Arte Belleza y Felicidad iniciaron sus actividades, que consisten en talleres de artes plásticas y literatura dictados para niños. Estas disciplinas son acompañadas por cursos intensivos y espectáculos. Además de su función educativa, el espacio de Fiorito funciona también como galería de arte donde se exhiben obras de artistas de la zona y del resto del país, además de los trabajos producidos en los talleres. “Algunos chicos no van a la escuela y tienen que trabajar precozmente –explica Laguna–. Otros van a la escuela pero no tienen un espacio donde desarrollar su tiempo de ocio. Por eso nos interesa como escuela generar un espacio de esparcimiento donde el aprendizaje del arte sea una especie de juego. Trabajamos para que los chicos encuentren una forma personal de ver el mundo, su mundo. Para lo cual la imaginación es la capacidad fundamental a incentivar.” A través de los talleres intentan dar a los pibes herramientas para que puedan llevar a cabo sus sueños y expresen sus sentimientos. Los niños son becados, todas las clases son gratuitas e incluyen los materiales. La escuela de Fiorito es apoyada por Florencia Polimeni y Esteban Brenman, Acrílicos Eterna, la junta vecinal del Barrio Libertad y Guillermo Kuitca. Algunos artistas que expusieron sus obra y realizaron espectáculos fueron León Ferrari, Francisco Garamona, Marina de Caro, Leo García, Claudia del Río, Adrián Villar Rojas, Matías Caballero, Eduardo Navarro, Roxana Verón, Juliana Ceci, Mariela Scafati, Paula Trama, Warrios, XulAcri, entre otros.
Y todavía falta. La chica que se proclamó alguna vez “vaga” armó el espacio Tu Rito, una demencia llena de gracia y desparpajo donde las performances durante dos años se sucedieron sin solución de continuidad, cada hora del día: era un entrar y salir de poetas, artistas y aspirantes a tales exponiendo el arte con su cuerpo y sus movimientos, y sobre todo con su palabra. Tu Rito era el rito de leer sin parar y de manifestar en otras expresiones artísticas aquello que se leía. Fue la idea de armar un espacio como si la vida fuese un poema eterno, como si la vida fuese sólo eso: pura poesía, pero el peso de la realidad no se detiene y frenó un trabajo loable tan maratónico como faraónico e imposible de continuar sin el agotamiento de sus gestores.
No suena a vaga como se autoproclama, quizá todo le sale fácil, en un fluir continuo producto de su talento. Hasta podemos llegar a creer que los libros de autoayuda que leyó con esmero –nos dice que los leía con mucho tiempo, ya que los estudiaba y aplicaba cada paso que se le proponía– dieron resultado. ¿Y qué?
Laguna es reconocida por sus pares, admirada como una gran escritora aun cuando confiesa que no se puede concentrar para leer y que es cierto el mito de que no lee casi nada. “La escritura empezó como un juego, yo tenía amigas escritoras y quería jugar a ser como ellas, luego me salió una obra”, las nouvelles citadas, la invención del personaje Dalia Rosetti, una obra que ya forma parte de la historia de la literatura contemporánea argentina como hito. Laguna es una mujer práctica, muy práctica, y tiene muy claro lo que quiere llevar a cabo aunque sus palabras parezcan falsamente el producto de un divague.
Dijo de ella Guillermo Kuitca en el libro Industria argentina, del que soy autora: “Toda la obra de Fernanda Laguna es extraordinaria. Me parece que el trabajo de ella tiene una importancia que es el puro timing, algo que aparece en un momento determinado y no en otro. Ella lo capta. Tiene sintonía de lo contemporáneo y de lo que está pasando, pero no hablo de lo contemporáneo en cuanto a la estética relacional con el mundo sino de Buenos Aires y, básicamente, de Buenos Aires en crisis. (...) Ella captó una especie de kitsch y pop hurgando de los últimos años del menemismo y sobre todo captó el modo en que esto cobra un sentido después de 2001. Realiza un producto que es muy crítico y que después se vuelve eco de una necesidad social”.
Y las palabras de Laguna dichas a Las 12 parecen un espejo de eso que capta con mucha lucidez y acierto Kuitca. Nos cuenta: “Me gusta la autogestión, tiene que ver con el presente de vivir el momento. Es como hacer algo cuando uno necesita hacerlo, no esperar a que otros ayuden a hacerlo. Hacerlo uno para hacerlo cuando necesita expresarse. La emocionalidad tiene mucho que ver con el presente, con esa urgencia de hacer. Uno cuando piensa a medida que lo está haciendo aplica un pensamiento práctico, eso genera una estética. Colgar los cuadros de cinta de papel era la estética de lo posible, hacerlo como sea posible pero hacerlo”. Esa fue su sintonía con la realidad y ése fue su mayor logro, aunque ahora parezca una obviedad. Fue una pionera de hacer más allá de las posibilidades impuestas por la crisis y un mercado quebrado. Creó su propio circuito en unos márgenes que se volvieron mainstream cuando ya los bordes entre lo central y sus costados se diluyen cada vez más.
La prestigiosa curadora Inés Katztentein se refiere a su obra, que trasciende su lucidez como gestora: “Es una creadora que puede cubrir todo un abanico de acciones y esto la convierte en un modelo que creo que va a ser cada vez más relevante, opuesto al del artista encerrado y reconcentrado en su taller haciendo un modelo específico de obra”. Y se suma Kuitca acompañando este pensamiento: “Es una mujer que está en sintonía con lo que hace. Es una artista sorprendente, no sólo como pintora, también como poeta y editora. Tiene la capacidad de hacer del arte una materia totalmente elástica, ya sea en la literatura, en la acción cultural, en sus cuadros como en su trabajo con los otros”.
En este compendio de trabajo intenso a lo largo de ya 20 años, su creación más descollante, además de su propia obra, podría ser la de la ya mencionada editorial Eloísa Cartonera que urdió con Washington Cucurto, luego del encuentro azaroso con esa cartonera, la del comedor de Villa Fiorito, en una esquina de Almagro, ese barrio donde parecen haberse concentrado sus inspiraciones. Libros de autores de todos los colores: Alan Pauls (El caso Malarma), Mario Bellatin (Salón de belleza), Néstor Perlongher (Eva), Ricardo Piglia (El pianista), César Aira (El todo surca la nada y Mil gotas), entre tantos otros como Ricardo Fogwill, los creadores Laguna/Rosetti y Cucurto, Haroldo Conti y Dani Umpi, dentro de un catálogo que superó los 120 títulos y que se animó a publicar cuentos sueltos como novelas, novelitas, poesía y ensayo.
¿Qué podría haber más contemporáneo que esa acción cuando los cartoneros eran arrojados como lacra en un tren blanco, separatista, porque estaban sucios y los vecinos porteños no querían sumarse a su mal olor?
Todo este compendio de trabajo de estos veinte años es lo que lleva en una obra ahora a ARCO, una obra que ella aún con el pie en el avión no sabe muy bien cómo montará. “Miro los cuadros y los poemas –nos dice– y están muy distantes. No sé todavía cómo voy a montarlos, necesito ver el espacio para ver qué se me ocurre. Por ahora no estoy nada conforme con lo que tengo.”
Cuando este texto esté impreso en papel, Laguna ya estará en ARCO. Quizás haya huido porque no tuvo una sola idea para pegar sus palabras con sus imágenes. Pero sería raro que la chica que estudió con tanto esmero los libros de autoayuda y que incluso leyó De profundis, de Oscar Wilde, como si fuese una manual de Louise Hay, no tenga una idea: práctica, efectiva, deslumbrante. Apuesto por ello, por la “pequeña” genio, la mujer que con 41 años ya entró en nuestra Historia, la que se escribe con mayúscula.
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