PERFILES > JUANA MOLINA
› Por Marta Dillon
Es sábado a la noche y la luna está llena. Redonda, blanca y esquiva, tapada por ese techo de nubes que se instaló al final de enero sobre este sur y no se va, no se va. Pero no llueve y hay ceremonia en Almagro. La conduce Juana Molina, vestido y pelo largo, una aureola de frizz que potencia las luces y que podría poner a gritar de histeria a cualquier estilista. Nada podría ser menos importante. Desde el público, que la mira arrobado, alguien pone el grito en el cielo: “¡Estás hermosa!”. Un niño de cinco años sentado en el estratégico lugar desde donde se graba el show se tapa los oídos por el volumen; después se pone la mano en el pecho por recomendación de una de sus madres para sentir lo que pasa y dejarse asustar por el volumen y entonces dice: “Me hace corazón lindo y a veces corazón feo”. El resto del show lo pasará evaluando por qué le gusta uno y le gusta el otro, como entendiendo la alquimia de la música. Juana canta “Edades” y el niño entiende lo que dice, al menos lo experimenta; todas las edades pueden convivir en un cuerpo y de hecho lo hacen. Ahí enfrente, en un escenario con unas pocas, hipnóticas luces, una mujer canta con la suavidad de la madurez, toca la guitarra como si hubiera hecho un pacto con el diablo hace un siglo y se ajusta un corset sobre una túnica violeta –aquí, quien podría sufrir el ataque de histeria es una vestuarista– como si tuviera 20 años. Y debajo de ella, en esa masa que se mece a veces acunada y otras electrificada, siempre agradecida, hay personas de todas las edades posibles. ¿Qué edad hay que tener para ponerse a bailar en esa noche? Todas. ¿Qué edad hay que tener para que la música ponga a bombear el corazón? ¿Y por qué entonces no hay vez que se entreviste a Juana Molina que no se le pregunte por la edad, por su conflicto con el tiempo, el miedo a la vejez? Y lo que viene con eso: las cirugías que se hizo o no se hizo, la falta de maquillaje, su ideal de belleza. Aun aquí se menciona, aun a modo de queja y que me disculpen pero parece necesario, aunque ella haga estallar los platillos y en el cuerpo se sienta el eco como un cimbronazo, como si una misma fuera de mimbre y pudiera agitarse en el viento de esa noche de sábado y no quede lugar para ninguna otra cosa que la música animada por esta chamana que es capaz de abrir las nubes para que la luna también baile. Por cansancio y por desagravio, porque a los tipos no les preguntan por sus implantes de pelo, porque los codazos virtuales de los chongos que comentaron en las redes sociales la tapa de la revista 7D como si estuvieran en el aula de la secundaria burlándose de las compañeras merecen la denuncia y la pena por lo que pierden. Yo que ellos tendría miedo, porque Juana es bruja. Basta ver cómo transforma los sonidos para hacer canciones para notarlo, basta asistir a sus ceremonias para probarlo, alcanza con oír sus aullidos para estar segura.
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