Vie 28.02.2014
las12

MONDO FISHION

Un fuego

› Por Victoria Lescano

Cuando Clemente Ludovico Garavani, más conocido por los devotos de la moda como Valentino, decidió retirarse en 2007, celebró sus 45 años de oficio en la alta costura con la pompa y el exceso de los emperadores clásicos. Hizo una muestra en Roma que compiló 300 de sus trajes más famosos, una fiesta que duró dos noches con puesta en escena del escenógrafo Dante Ferretti (colaborador de Scorsese) y un libro de lujo con portada roja. Porque esa tonalidad, el rojo casi anaranjado que se calificó como “rojo Valentino”, fue su marca de fábrica (además de los primeros diseños para Elizabeth Taylor, quien devino una de sus primeras clientas, mientras se tomaba un descanso de la filmación de Spartacus). Los abrigos blancos de paños exquisitos, con cintos de raso y pieles al tono, los sacos de lanas color camel matizadas con cuellos de piel y los trajecitos sastre con bolsillos que simularon apliques de brocatos calados resumen otros lineamientos de su estilo.

“Diseño para gente romántica”, solía argumentar el maestro Valentino sobre sus influencias, y esa afirmación parece haber sido rescatada y remozada por los diseñadores que lo sucedieron en la casa de modas María Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli. Quienes, además de una celebrada colección de alta costura, desde 2012 lanzaron una línea más accesible y adolescente a la que decidieron apodar Rojo Valentino. Mientras que sus colecciones de alta costura siguen preceptos románticos del fundador de la firma (aunque actualizados), Rojo Valentino es la versión más democrática y pop, dirigida a las hijas o las nietas de sus clientas, aunque no excluye a fashionistas de edades diversas. Los gustos de los clientes asiáticos no les resultaron ajenos para decidir abrir un pop up store (léase tiendas efímeras, como en Hong Kong y Saint Tropez).

Uno de los rasgos omnipresentes en la firma es el rescate de los cuentos de hadas, las historias infantiles y los cartoons, para luego traspolarlos al lenguaje de la moda. “Siempre se trata de una niña, como las de los libros de cuentos, pero en distintas situaciones y locaciones”, argumentaron los diseñadores. En sus colecciones abordaron bordados de rosas rococó en suéteres, carteras símil canastas de alguna Caperucita Roja, hadas y estampas selváticas de tramas casi fantásticas. Trazaron odas a los vestidos cortos de línea A, a los tules y a los frufrús. Si nos remitimos a la colección más reciente, presentada esta semana en Nueva York, el disparador de la nueva colección fue la iconografía de Disney y en especial la estética de Blancanieves. En decorados dignos de cuadros de Lichtenstein, la musa de la colección irrumpió en las estampas de vestidos de línea A, abrigada con cazadora de cuero o con chaquetas a cuadros y sobres celestes al tono, mientras que las manzanas del cuento mutaron en carteras vanidosas y de lujo. El omnipresente moño rojo en el peinado de Blancanieves se trasladó a la estampa de una cartera y acompañó a un vestido negro, de mangas baloon, tal vez lo más austero y adulto de esa colección barroca y empalagosa en su búsqueda lúdica. La colección admitió también zapatos amarillos con labios rojos en la puntera, guiños a Moschino y a Schiaparelli.

Otros guiños a la cultura pop en las pasarelas transcurrieron en la reciente presentación de Moschino en Milán y con la dirección creativa del americano Jeremy Scout. Allí hubo una vasta procesión de trajes con estampas rescatadas de Bob Esponja y atuendos celebratorios y paródicos de las camareras de McDonald’s con el logo trazado en carteras, mezcla de cajitas felices para portar maquillaje con reversiones de la cartera Chanel. Una sucesión de prendas amarillas y rojas parodiaron también al trajecito sastre y a las cadenas de Coco y de Karl.

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