ENTREVISTA
Cecilia González es periodista, corresponsal mexicana en nuestro país y autora de Narcosur. La sombra del narcotráfico mexicano en la Argentina (Marea), un fenómeno vigente que se cristaliza con las declaraciones recientes de un ministro que asegura que Argentina es productora de drogas. Además, cubre los juicios de la ESMA y baila tango como ninguna, pero, eso sí, le cuesta dejarse llevar.
› Por María Mansilla
Hay dos preguntas que a la periodista mexicana Cecilia González le hacen perder el tiempo. Una: si se vino a vivir a Buenos Aires por un arrebato de amor. Dos: si sintió miedo al investigar, durante los últimos 5 años, a la clase alta del tráfico de drogas y el lavado de dinero.
Llegó como corresponsal de la agencia Notimex, en el 2002. Y se fue quedando. Igual que el tema que plasmó en el libro Narcosur, la sombra del narcotráfico mexicano en la Argentina (Ed. Marea). Porque la autora llegó a ese mundo paralelo a través de la cobertura de un caso relacionado; después, a través de otro, y pronto, de otro más. Se resistía a especializarse en el asunto, se sentía lejos de entender la trama por momentos tan del cine clase B. “Hay historias que nos buscan”, la arengó Marcela Turati, referente del periodismo social mexicano. A las amigas-colegas les pasó lo mismo que a tantos cronistas de la región que trabajan en secciones como Policiales o Sociedad que, no tan de repente, terminan siendo narradores de la coyuntura del crimen organizado. Haciendo narcoliteratura.
Para Notimex, Cecilia González cubre mil temas; entre ellos, los juicios de la ESMA. Además, acaba de ganarse el primer premio en el Concurso de Crónicas Espacio Memoria con su texto “Sin confites para Navidad”, un perfil del militante Carlos Loza. Y trabaja en la producción de documentales para Telesur. Es fanática de Cortázar, y sólo le da respiro a su laptop los lunes a la noche, cuando va a la milonga.
Su documento –sobrio, preciso, llevadero, atrapante, revelador– podría armar una saga si se lo encuadernarse con Si me querés, quereme transa, de Cristian Alarcón. Mientras Si me querés... reproduce las coreografías de la violencia que hacen temblar a los barrios marginales y a su gente, González se para en la otra punta del mapa. Sus fuentes llegaban a la entrevista en Harley Davidson, la citaban en bares de Recoleta, en countries o en sus lugares de trabajo, ya sean juzgados o farmacias o puertos o aeropuertos. Muchos de esos testimonios son hijos del neoliberalismo, y tienen una autoafirmación en común: “No nací para trabajar de mozo ni cobrar en negro”. Narcosur explica: los ’90 fueron ideales, durante la presidencia de Menem, para que llegaran los primeros carteles y para socializar el consumo de cocaína que, en el uno a uno, se volvió accesible para la clase media. Al mismo tiempo, en la provincia de Buenos Aires, el gobierno de Duhalde fue tierra fértil para la expansión del paco. Hoy, el negocio local estaría en la producción de drogas de diseño: “No se necesitan cultivos ni grandes traslados, son las más fáciles de esconder y las más rentables”.
La investigación tira una punta confiable para leer la realidad. Para dimensionar el asesinato de Goyo, el reportero mexicano, o las amenazas a los periodistas del diario mendocino. Para valorar que un ministro (Agustín Rossi, Defensa), por primera vez, haya reconocido que la Argentina no es sólo un país de tránsito, que aquí también se produce droga. Para entender por qué un minuto después otro ministro (Sergio Berni, de Seguridad) le haya pedido que se desmienta. “Son indicadores de cómo esto va creciendo. Van a tener que hacer muchas cosas para frenarles”, relaciona González.
¿Está subestimado el rol de las mujeres en este contexto? “Ellas aparecen como la viuda ingenua, la ‘resbalosa’ sexy, la mula pobre... En el caso de Mendoza, sin embargo, hay una posible líder y una fiscal al frente de la investigación. El caso de Mendoza rompe con ese imaginario. Es la primera vez, que yo sepa, que acá se habla de una líder del narcotráfico. En el caso de Rosario se habló de Los Monos, en el caso de Córdoba se habló de los narcos y la policía, como si fuera un mundo totalmente masculino. En mi libro cuento la historia de una supuesta lugarteniente del Chapo Guzmán que fue condenada acá, y me llamó la atención en su momento. Pero en México ya ha habido historias de mujeres vinculadas o líderes de bandas. También esto se muestra en la novela La Reina del Sur... aunque me parece que el peligro de esa novela, igual que El patrón del mal, es que terminan justificando a delincuentes, y eso es peligroso.”
Tu descripción de los narcos no es temeraria. Al contrario, contás que uno es adicto a los antidepresivos, otro encaneció precozmente cuando lo pescaron, otro usa auriculares para tocar la batería sin molestar a sus vecinos.
–Traté de humanizar a los delincuentes del crimen organizado, de contar que son seres humanos. Si tú los pones como los malos, quedan allá lejos; pero si una los muestra como personas, entiendes que todos estamos a un paso o cerca de. Ellos también tienen hijos, tienen depresiones, tienen hobbies, no son dioses ni demonios. No naces siendo malo. Me interesaba no juzgar sino conocer sus historias y contarlas.
–Totalmente. Son seres humanos que cometen un delito. Me parece importante no idealizarlos ni ponerlos en otra dimensión. Vivieron circunstancias específicas que explican, no justifican, lo que hacen.
–Los temas tienen picos mediáticos, la mayoría de los medios no continúan con las investigaciones. Igual, no sabemos qué pasó. A la línea de investigación que apuntaba al lavado de dinero del Cartel de Juárez no la siguieron ni los fiscales ni los investigadores. En cuanto a la difusión, lo que ocurre es que la sobreinformación termina generando desinformación, además nuestros colegas especulan tanto...
–Les llaman “los obreros” del narco. Si ves las sentencias del juicio por la efedrina puedes hacer un análisis sociológico. En las condenas, a la mayoría de los mexicanos les dan un atenuante por ser jóvenes, pobres, como miles de mexicanos. En cambio, a la mayoría de los argentinos les dan un agravante por ser personas educadas, que sabían a lo que se metían. La sociología de cada país quedó plasmada en la sentencia, cosa que no exonera pero explica.
–Durante los primeros años de mi investigación, entraba a un restaurante en Puerto Madero y volteaba, observaba a la gente y pensaba ¿éste será narco? Lo interesante es que se sigue teniendo el estereotipo de Don Corleone y El Padrino, y no. Además, estamos hablando de crimen organizado, y el narcotráfico es uno de los negociados. En la mesa de al lado tuyo puede estar negociando gente que no sabes en lo que está metida. El submundo criminal está con nosotros pero no lo vemos. Híjole, estamos ahí nomás, eh, pero no nos damos cuenta.
–Cuando la gente ve a un niño drogándose no piensa en narcotráfico. Piensa en el adicto y en el gobierno que no lo quita de ahí. Y le molesta, le tiene miedo porque cree que lo va a asaltar. La lectura es muy básica, y profundiza la xenofobia.
–Sí. Considero que la memoria es fundamental, habla de la sociedad argentina. Este país ha dado un ejemplo al mundo, y no siempre es valorado. Porque no tiene que ver con cuestiones de gobierno, sino de Estado. En México estamos enfrentando una situación bien complicada, y estamos tratando de hacer memoria casi instantánea. He participado en proyectos de recuperación de las historias de las víctimas del narcotráfico, para que dejen de ser un número. Para mí fue paradójico, venía siguiendo los juicios de lesa humanidad y la lucha por los derechos humanos de acá, y de pronto me encuentro en mi país con todo esto.
–Se llama Red de Periodistas de a Pie, y la mayoría son mujeres. Han generado redes en los estados, viajan por el país, hacen talleres de protección y también de crónica, para mejorar tu manera de trabajar. Eso es súper lindo y ayuda a la contención. Lo vimos en el asesinato de Goyo, cómo estuvieron unidos y recibiendo apoyo solidario desde todos lados. Algo interesante de todo esto es que el sentido de lo colectivo se ha dado a través de las mujeres, como pasó acá con las Madres o las Abuelas de Plaza de Mayo.
–Justamente la primera reunión fue hace 7 años, cuando le hicimos una despedida a Marcela Turati, una de las fundadoras de los Periodistas de a Pie, que regresaba a México. Yo creo en lo colectivo. El nuestro empezó como un rato para charlar, para pasarla bien, y se convirtió en un espacio de apoyo y respaldo que rompe con el estereotipo de que las mujeres se tienen envidia, no saben trabajar juntas, se pelean, sólo hablan de hombres. Hablamos de relaciones, a veces, pero tampoco nos reunimos a insultarlos ni son nuestro objeto de debate, ¡por el contrario! Participan periodistas, escritoras, una productora musical. Vamos compartiendo nuestra cotidianidad, y en nuestra cotidianidad hacemos cosas activas, el año pasado varias publicamos libros con sentido. Compartimos eso, lo celebramos; son cosas que nos trascienden pero nunca desde una actitud soberbia. Yo preparo algo rico para comer, y a veces terminamos bailando Madonna.
–Habemos una generación de mujeres fuertes que tuvimos y elegimos vivir como queremos. Y soltar el control cuesta bastante. Cuando empecé a bailar tango el maestro nos dijo que no era un baile para feministas. Tú caminas, el hombre dirige, te marca, no tienes que preocuparte de nada. Como metáfora es linda e interesante, suena maravilloso. Pero eso ni siquiera ocurre en el mundo real. De hecho, no tengo amigas que vengan a bailar, creo que resisten, desde lo psicológico, a permitir que un hombre las mande. Yo hoy colaboro como ayudante de los profesores, y hay parejas que se re-pelean en las clases. Lo que aparece, según lo que he escuchado, es miedo a dejarse llevar.
–La ciudad está cada vez más linda, desde lo urbanístico. Pero a mis amigos los veo preocupados. No siento que el país vaya hacia un mejor rumbo. Ni en cuanto a violencia ni economía, ni derechos sociales. Veo mucha desesperanza, lo cual hace más loable el trabajo de mis compañeros de Periodistas de a Pie.
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