RESCATES > CARMEN REYES 1905-2013
› Por Marisa Avigliano
Entre el ábrete sésamo de la resurrección carnavalesca y el hueso de caracú que alimentó las horas que hilvanaron los trajes, florece la cara arrugada de Carmen Reyes. Tiene una coronita de cotillón sobre la melena de canas y levanta los brazos acostumbrados a saludar. Es la eterna madama de Maturín, Venezuela, la reina centenaria que conoce las razones del color sonoro en cada uno de los disfraces. Las conoce bien porque desfiló durante más de treinta años en las comparsas de la calle Bolívar, resucitando aquella primera que vivió de a dos en San Antonio de Capayacuar, cuando levantaba tierra en la cocina de su casa bailando joropo con su mamá. Dos mujeres solas armaban un carnaval, la tropelía entre las piernas y la gracia decidida para un público imaginario que las vitoreaba. El auditorio ganó cuerpo con los años en el sector Periquera, cuando Carmen bailaba cerca de Juana Moreno, su compañera en la procesión pagana. Juntas lograban aullidos en la noche desgarrada que borraba el duramen del tiempo enhebrando ritmos. Cuando Juana murió, Carmen la sentía bailando junto a ella como si su amiga nunca hubiera dejado de lanzar caramelos mientras taconeaba en el centro de la calle. Las hidrataba el ron mientras los trajes de papel de aquellos primeros cortejos –no era papel pero lo parecía– se pegaban sobre la piel humedecida. Unos años antes Carmen se había casado con Nazario, un músico al que conoció una noche en una fiesta sobre la Bomboná de Maturín. Tuvieron dos hijos, pero Nazario murió cuando el menor tenía cinco años. “Se descuidó mucho y no quiso ir al médico, me dejó con dos niños, así que hice lo que todas las mujeres venezolanas hacemos: salimos a la calle a trabajar para llevar un plato de comida a la casa. Yo lavaba, planchaba, limpiaba casas, cuidaba hijos de otras familias.”
Después Carmencita fue madama, icono del carnaval, como lo había sido antes la más famosa de todas, la Negra Isidora (Lucía Isidora Agnes: 1923-1986, nieta de esclavos etíopes y sindicalista de las zonas mineras). Ahora, con vestidos de colores fuertes y pesados collares de perlas que nunca conocieron el mar, Carmen recuperaba calipsos en patois y ritmos caribeños, mientras incitaba a las nenas más chiquitas a reflejarse en la silueta de sus bisabuelas. Sabía que el cuerpo de una sobre la otra era el mejor maniquí de prueba que quería el vestido de estreno para la fiesta del Rey Momo. En los últimos tiempos, cumplió 108 años unos días antes de morir, y como si fuera la caricatura femenina de Mr. Magoo, Carmen Reyes posaba siempre con una coronita de plástico que algún pariente acercaba y un fotógrafo exigía. Ella sonreía y mostraba orgullosa sus más de treinta trajes de reina bordados por amigos y parientes mientras se apoyaba sobre su ahora párvulo cuerpo siempre sentado, un vestido de rosa y tules con detalles de flores en piedras color fucsia. Lo lucía con vitalicio encanto, asegurando que lo exhibiría mejor aún durante los carnavales si la acomodaban en una sillita segura para que pudiera saludar a los festejantes y darles dulces a los más chiquitos. Hada madrina y Patrimonio Cultural de Monagas, Carmen nunca quiso dejar de bailar entre mascaradas y reyes del steel band. Unos años antes de morir (murió el 8 de marzo de 2013), desde una silla de ruedas y con un fémur roto, pedía salir a la avenida Bolívar para bailotear, podía hacerlo decía: “Bailarán mis brazos y mi cabeza”.
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