Vie 28.02.2014
las12

MEGáFONO

Una muerte inútil

› Por Vero Marzano *

Una adolescente más que se muere por una causa completamente evitable. Digámoslo con todas las letras, se murió por una infección. Sí, como hace dos siglos. Como si no existieran la medicina, la salud pública, los antibióticos. Se murió de lo que casi todo el mundo se salva... una infección... que probablemente haya comenzado con un dolor abdominal y fiebre, síntomas ante los cuales es simple: salís corriendo al hospital. Pero no, porque si la infección es producto de un aborto realizado en malas condiciones podés ir presa, te pueden atar a la cama, insultar, golpear o escrachar frente a toda la comunidad simplemente filtrando tu nombre. Pueden violar todos y cada uno de tus derechos como adolescente, como mujer, como ciudadana. ¿Por qué? Porque la punibilidad del aborto genera un enorme, escandaloso, inmoral piso de impunidad para el ejercicio de la más feroz violencia fascista que espera siempre agazapada para desplegarse contra lxs jóvenes, y encuentra en el aborto una oportunidad única. Por eso las mujeres se quedan en la casa.

Durante estos años se ha construido mucho, claro: la Corte ha dicho ya que es ilegal denunciar a una mujer que va a atenderse por aborto. Pero no alcanza. No hay forma de poner en marcha esa definición de la Corte, se necesitaría de una conciencia y un ejercicio de ciudadanía por parte de las mujeres imposible de pedir de forma individual, frente al enorme poder de la institución hospitalaria. En el momento concreto la escena es clara, es irremediable: es su difuso derecho a la salud frente a la demonizada y penalizada práctica del aborto. Es imposible. Es demasiado.

El terror de las adolescentes pobres no es a morir, puedo dar fe a partir de los muchos talleres que he podido compartir con adolescentes sobre uso de misoprostol. El terror es a caer en cana o a que te torturen en el hospital. Las experiencias abundan y las anécdotas más trágicas y descarnadas corren como reguero de pólvora en los sectores populares. Quien más quien menos conoce a alguien que fue insultada o abandonada en la guardia por más de 24 horas o denunciada y esposada a la cama, o amenazada con contar “lo que hizo” o inyectada sin saber qué es lo que les están poniendo porque el personal “no les habla”. Todas esas acciones, ya se sabe, no llegan jamás a un juicio; de hecho no existen mujeres presas por abortar, es puro disciplinamiento, pura tortura y un estigma que durará mucho tiempo. He allí gran parte de la “tragedia del aborto”.

Ante tamaña desigualdad de fuerzas entre todo un aparato montado para la represión, que en muchos casos aún conservan prácticas y jefes involucrados con la dictadura, y una ciudadana común que encima “se mandó una macana”, la elección es clara: se quedan en la casa... ¿esperando qué? Que un milagro apague el ardor de la infección en el vientre, que los paños de agua cesen la fiebre abrasadora, que pare el dolor... que pare el dolor... y así es como el dolor termina con la muerte. Una muerte que sólo tiene que ver con que seguimos negándonos a hablar de aborto en términos concretos y reales. Las puertas del Estado, ese que defendemos a rajatabla, que apoyamos, que construimos con fe y convicción hace 10 años, siguen cerradas para estas adolescentes que también son parte de esa juventud que tanto queremos cuidar. Las puertas de la militancia pro aborto también siguen en parte cerradas, cuando nuestra única agenda parece reducirse a una reivindicación que pareciera traducirse apenas en una ley. Hay muchos derechos en juego en la situación concreta de abortar, muchas garantías violadas, muchas instancias que urgentemente hay que revisar. Para no dejarlas más solas cuando no hicieron lo que “esperamos de ellas”. Necesitamos hablar de aborto, de nuevo, a la luz de las nuevas tecnologías y de los derechos humanos que hemos hecho efectivos durante estos años. Hagámoslo de una vez, hay mucho por hacer.

* Lic. en Trabajo Social. Agrup Macacha Güemes @veromrzn

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