Vie 14.03.2014
las12

VIOLENCIAS

Del puño a la palabra

La periodista Mariana Carbajal acaba de publicar el libro Maltratadas, violencia de género en las relaciones de pareja (Ed. Aguilar), donde responde a los mitos que encasillan a las víctimas en segmentos sociales y busca saber si hay tratamientos efectivos para los varones violentos. Recomienda siempre pedir ayuda, apunta a bajar el morbo de los medios de comunicación y pide mejorar las políticas públicas con un plan nacional contra la violencia de género.

› Por Luciana Peker

“En estos años escuché decenas de testimonios de víctimas que trataban de salir del laberinto de violencias en el que las había encerrado su pareja, o buscaban rehacer sus vidas, lejos del hombre del que alguna vez se habían enamorado, pero al lado del cual se habían desintegrado”, escribe Mariana Carbajal, al final de su libro Maltratadas, violencia de género en las relaciones de pareja. En su mente las historias se multiplican como en la voz del movimiento de mujeres sus notas se replican desde hace más de una década por su trabajo en Página/12. Aunque fue una historia cercana, la de una amiga, la de una mujer que parecía una víctima impensada, pero que vivía una historia de maltrato por parte de su pareja, que se animó –después de doce años– a compartirla con ella en un bar de Congreso y a pedirle ayuda a quien escribía para que otras mujeres se animaran a salir de la violencia. No hay dudas de que lo personal es político. Por eso, la amistad la interpeló sobre la necesidad de hilvanar las palabras, repensar las preguntas, reconstruir las respuestas, encontrar las piezas de rompecabezas que necesitan ser rearmados en un libro que estimule la conciencia sobre la violencia de género, anime a pedir ayuda y a reclamar claramente que la Justicia y los poderes ejecutivos cumplan con su obligación de generar más y mejores políticas públicas.

“Se necesita un plan nacional para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres”, demanda. El libro eleva la dimensión del problema y la posibilidad de diversas soluciones, y ya fue propuesto por la diputada Diana Conti para que sea declarado de interés parlamentario por el Congreso Nacional.

Cada palabra del libro eleva sogas a mujeres y jóvenes que quieren salir de una trampa que alguna vez llamaron amor. Por ejemplo, fue el lunes 10 de marzo a presentar el libro al programa Una tarde cualquiera, de la Televisión Pública, y en el panel había una joven, de 17 años, de la Villa 31, que decidió contarle su historia, entre amigas que la abrazaban. “Estoy juntada desde hace cinco meses y estoy embarazada de cinco meses. Fueron los peores cinco meses de mi vida porque él me pega”, disparó al aire. No hubo asombro en la respuesta de Mariana, sino comprensión y multiplicidad de posibilidades de ayuda. “No se sale sola”, le dijo y las amigas la enredaron de brazos. Pero no fue el final de su decisión de hablar, porque a veces la necesidad de palabras brota como una forma de dimensionar el dolor. “Yo no hablaba por miedo y porque mi mamá tiene ocho hijos. Pero creo que si una persona te quiere no te tiene por qué levantar la mano”, dijo en una nueva página de un libro que ya está en la calle y se escribe con los ecos de la circulación de Maltratadas.

“Hay una enorme necesidad de hablar”, avizora Mariana Carbajal. Su voz, que ahora ronda por sí sola, se hizo cotidiana en el diario y a través de distintos programas de la televisión pública como Todavía es temprano o Con sentido público. Su reconocimiento es enorme. El 10 de abril le entregan el premio Personalidades y Organizaciones Argentinas Destacadas en la Promoción y Protección de los Derechos Humanos, otorgado por la Banca de la Mujer del Senado de la Nación. También ganó el Premio Nacional al Periodismo Responsable, el premio Lola Mora y el premio Dignidad, otorgado por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.

Empezó a estudiar periodismo en la Universidad de Lomas de Zamora no bien salió del secundario, jugaba al hockey y buscaba en bicicleta la comparación de precios para notas sobre la inflación. Hoy tiene 44 años, está separada y en pareja, y tiene dos hijos. Pero hay una mujer en especial que signó su camino: Marisú Devoto, su madre. “Tuve la influencia de ver cómo mi mamá fue abriendo su propia cabeza y viviendo en la misma casa me fui empapando de sus inquietudes”, destaca. Marisú creó hace más de veinte años la Fundación Propuesta, que trabaja, a pulmón, con mujeres maltratadas por sus parejas a través de grupos de ayuda mutua en Temperley, Lanús y Remedios de Escalada, mudando su sede según los avatares de la financiación que se suele prometer pero que pocas veces llega. Una marca de familia es que, en una época, el teléfono de la fundación estaba en su propia casa. Ese ring llegó a oídos de todos. También de su papá, Jorge, que aprendió, sin ser un especialista, a dar la primera contención a las mujeres que llamaban de urgencia. Y de su hermana Cecilia, que jugaba al futbol, junto a Mónica Santino, con chicas de la Villa 31 para que puedan practicar un deporte y hablar en grupo contra la violencia en las relaciones de pareja.

Toda la historia personal es política y se traduce en lo periodístico. Vos contás que el relato de una amiga que sufría violencia de género te marcó profundamente...

–A mí me escribe mucha gente pidiéndome que me ocupe de su caso en el diario, pensando que a través de la publicación pueda ayudar, cuando no encuentran respuestas en la Justicia a sus casos de violencia o abuso sexual infantil. Yo siento el compromiso de ayudar. Ese es el lugar en donde me paro en el periodismo. Como en el caso de Lulu, la niña trans, que necesitaba conseguir un documento que por las vías legales la Justicia no le había permitido. Pero, finalmente, aunque una tenga la escucha atenta no dejan de ser uno o algunos encuentros. En cambio, en el caso de mi amiga, fue fuerte que ella, teniendo la posibilidad de plantearme su problemática, hubiera aguantado con un costo altísimo sobre su salud tanto maltrato durante doce años. Cuando una tiene una historia tan cercana te interpelás sobre todas las preguntas en las que creías que tenía todas las respuestas. Eso me generó esa historia. Volver a hacerme preguntas: ¿Por qué los hombres son violentos con la mujer que dicen que aman? ¿Por qué tratan mal a las mujeres en una comisaría? ¿Siempre es bueno denunciar? o ¿en qué circunstancias? ¿A todas las mujeres les puede pasar? o ¿tienen un perfil determinado? ¿Qué pasa en los noviazgos? ¿Por qué las mujeres si tienen síntomas no los identifican? ¿Por qué es tan difícil pedir ayuda?

¿Qué te generó tener, frente a frente, una historia de maltrato oculto tan cercana?

–Cuando me hacen la propuesta de escribir un libro, que es algo que implica mucho trabajo, la historia de mi amiga fue el motorcito para pensar que lo tenía que escribir. Su historia de mujer de clase media acomodada, exitosa laboralmente, sin problemas económicos, con una vida hacia el afuera idílica y de cuento que, en realidad, vivía situaciones de maltrato físico con el padre de sus hijos, me llegó profundamente. Nosotras, las amigas, veíamos que tenía ataques de pánico, dolores de cabeza, que estaba desmejorada y le preguntábamos y nos decía que no sabía qué le pasaba. Me impactó que a una persona tan cercana a mí, que sabía que yo la podría haber ayudado conteniéndola y diciéndole dónde poder ir, le hubiera costado tanto –por miedo, por vergüenza, porque sentía que ella lo había elegido y pensaba si se separaba más adelante sus hijos iban a sufrir menos y no sabía a dónde ir– iniciar el camino de separarse de un hombre violento. Esa historia tan cercana de una mujer instruida y exitosa me hizo pensar sobre tantos mitos instalados que hacen que las mujeres tarden años en pedir ayuda, y eso me convenció de que yo tenía que aportar este granito de arena para pensar el tema en toda su complejidad. Estoy convencida de que sola una no puede salir.

¿Cómo fue el proceso de construcción del libro?

–Lo terminé en diciembre, pero lo empecé a escribir hace muchos años con el trabajo cotidiano de abordar este tema a raíz de las notas del diario. Varias de las historias que se cuentan en primera persona las conocí por la cobertura periodística y me volví a vincular –con las víctimas o con sus familiares– ahora. La cuestión fue sistematizar el trabajo, la opinión de especialistas, mi propia reflexión. Eso lo hice en 2013 durante los fines de semana, cuando no tenía a mis hijos en casa, y en la semana, haciendo las entrevistas entre el trabajo del diario y del canal.

¿Por qué dividís el libro en mitos?

–Cada capítulo es un mito y creo que los mitos están tan instalados que desarmarlos es un paso fundamental para que la sociedad empiece a pensar este problema desde otro lugar. Son todas creencias que escuchamos muy asiduamente, como “eso sólo les pasa a las mujeres sumisas e ignorantes”, “no hay que meterse en la pareja” o “siempre hay que denunciar”.

¿Por qué decís que no en todos los casos hay que denunciar?

–Creo que no hay reglas, cada caso es único y hay que evaluar las circunstancias. A veces el camino en la Justicia es tan tortuoso y hostil que puede haber otras salidas. Hay que estar preparada para sostener esa denuncia. A veces en las comisarías son revictamizadas y en la Justicia no son escuchadas, y si no tienen una protección oportuna las mujeres pueden estar en riesgo. En el 16 por ciento de los casos de femicidio, según La Casa del Encuentro, las mujeres habían hecho denuncia y tenía una orden de exclusión o protección pero terminaron muertas. Mientras que el informe de la Defensoría General de la Nación muestra que una de cada tres mujeres que denuncia refirió que su agresor había incumplido las órdenes de prohibición de acercamiento y volvieron a ser agredidas. Por eso, no hay que pensar la denuncia como una salida mágica. Pero sí la mujer tiene que pedir ayuda, de eso no tengo dudas, en grupos de ayuda mutua, red de familia y amistades y asesoramiento psicológico para que la acompañen y la sostengan.

¿Cuáles son los obstáculos que pone la propia Justicia?

–El Observatorio de Violencia de Género (OVG) de la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires analizó puntualmente el circuito institucional que deben recorrer las mujeres en el ámbito bonaerense cuando denuncian y piden medidas de protección en la Justicia. En el informe “Monitoreo de políticas públicas y violencia de género”, publicado a fines del 2013, se señalan los nudos críticos que deben sortear. En principio, la falta de información sobre la forma de acceder a instancias de protección. Pero, una vez que llegan a alguna de las sesenta y cuatro Comisarías de la Mujer y la Familia que hay en la provincia, se topan con otras trabas que dificultan la interposición de denuncias, como la falta de capacitación específica del personal y de protocolos de actuación con pautas claras y precisas. Además, la víctima debe ir personalmente al juzgado luego de haber denunciado, y muchas veces termina no concurriendo por el control que el agresor ejerce aún en ella y por temor a sufrir posibles represalias. También suele haber demoras en la aplicación de las medidas de protección de las víctimas. El monitoreo también revela demoras con las notificaciones a los agresores por parte de la fuerza policial. Como si todo esto fuera poco, el informe señala con preocupación el alto nivel de incumplimiento de las sanciones que estipula la Justicia a los maltratadores para proteger a la víctima. Otro punto advertido por la OVG es la absoluta desconexión entre las actuaciones del juzgado de familia o de paz y las del fuero penal. Se desconocen los antecedentes previos del caso o las desobediencias o sanciones por parte del victimario.

¿Cómo creés que se podría mejorar la protección a la víctima que denuncia?

–Creo que hay que pensar en respuestas integrales y articuladas. El botón antipánico en las jurisdicciones donde están funcionando es positivo, pero está en muy pocos lugares. El problema es que no hay un plan nacional contra la violencia de género, como debería existir según la ley 26.485. Esa es una deuda del Consejo Nacional de las Mujeres. No es sólo responsabilidad del gobierno nacional, sino también de los gobiernos provinciales y municipales. Faltan campañas de concientización permanentes, de difusión. Y hay deudas en la Justicia. Las mujeres tienen que ir al juzgado una y otra vez y no tienen dónde dejar a sus hijos o para pagar el colectivo.

¿Qué conclusión sacaste sobre los tratamientos para los hombres violentos?

–Hay cursos a los que la Justicia los manda como parte de la probation e intentan ser de sensibilización en la temática, pero no cambian conductas. Mientras que en los otros tratamientos que hay –aunque no estamos hablando de alguien enfermo, sino de alguien que tiene conductas violentas– el problema es que tienen gran deserción, y si los hombres no van durante un año es muy difícil que cambien sus conductas. Y está el gran debate sobre si hay que invertir cuando los recursos son escasos en grupos para varones, pero si decimos que no, ¿qué se hace?

¿Cuál fue tu sensación en la entrevista con un integrante de los grupos para hombres violentos?

–Cuando lo vi no podía imaginarme que fuese el mismo hombre que podía violentar a su esposa. Pero es lo que pasa siempre, más allá de su pareja, son encantadores y gentiles. Por eso las mujeres piensan que nadie les va a creer que el mismo que es amoroso y lava los platos les sacude la cabeza contra la pared.

¿Qué pasa con los medios de comunicación? ¿Siempre es bueno que se hable sobre violencia de género?

–Siempre es bueno que se visibilice la temática, pero a veces hay mucho morbo y se pone el eje en cómo fue ejecutada la mujer. Ese abordaje periodístico no contribuye a tomar conciencia. Si no damos la información de lugares a donde poder recurrir, si no hablamos del contexto o la matriz de estas situaciones, nos quedamos como si fuesen casos policiales y no lo son. Hay un estudio de una universidad española que afirma que si los medios dan información sobre prevención y políticas públicas disminuyen los casos. También en Argentina la red PAR, que yo integro, elaboró un decálogo para el tratamiento de estos casos.

¿Hablar de violencia de género no necesariamente generó más conciencia?

–Hay mujeres que recurren a los medios de comunicación o cuelgan en las redes sociales sus testimonios desgarradores o la imagen con el tabique roto y la cara golpeada. La televisión si tiene imágenes se ocupa de la temática desde el lugar del impacto visual. Yo soy partidaria de que se hable más, pero hay que poner el eje en no tratar estos hechos como aislados y con sensacionalismo. Hay que interpelar a los responsables de políticas públicas y a la Justicia.

¿Cómo fue tu experiencia en la televisión, un medio con mucha más llegada y donde es más difícil abstraerse de lo que hacen los demás canales?

–En la televisión pública tuve libertad para hablar de los derechos de las mujeres y la gente agradece que se salga del chimento y la pelea entre vedettes a la hora de la tarde. Sirve la difusión permanente, porque tal vez hay una mujer que está viendo y le hace un click. Un testimonio que me conmovió mucho es el de una joven, Luciana, de 19 años, que se va a vivir con su novio a Córdoba; él empieza humillándola y tirándole del pelo y le decía que, como no le pegaba todos los días, no era violento. Ella descubrió lo que le pasaba viendo un documental de Cosmopolitan y dijo: “Esa soy yo”. Por eso, un buen abordaje periodístico le puede salvar la vida a una mujer. Se habla cada vez más en los medios de comunicación y hay más conciencia. Se dice menos “crimen pasional” y más femicidio como un posicionamiento ideológico en relación con esta problemática, pero falta darle lugar a la necesidad de los jóvenes de hablar y explicar cómo se enmascara la violencia de género en el control a las chicas sobre su uso de las redes sociales, de la ropa o el aislamiento al que puede llevar una pareja.

¿Te gustaría que el libro se pueda leer en las escuelas?

–Me encantaría que fuera un material que pudiera servirles a los y las docentes para trabajar la temática entre adolescentes para la prevención de la violencia de género, sobre todo en los noviazgos. Aunque está previsto hablar en la Ley de Educación Sexual sobre los estereotipos de género, que son el caldo de cultivo para que los hombres consideren a las mujeres parte de sus posesiones (en los casos más extremos hasta el punto de matar a su pareja), no hay un tratamiento sistemático en las aulas. Hay experiencias por parte de docentes preocupados, pero cuesta que llegue a todas las aulas.

¿Crees que hay más violencia o se visibiliza más?

–Es muy difícil saber si hay más o menos porque no hay estudios. Pero las denuncias de violencia de género aumentan año a año y esto es un síntoma.

¿Cuál fue la conclusión que sacaste al poder repensar de cero la violencia de género en el libro?

–Es un tema muy complejo. Me costó ponerle un punto final. Si no era por la presión de la editorial hubiera seguido indagando, porque las respuestas no me terminan de satisfacer. Y me surge una gran pregunta: ¿Por qué cuesta que sea un tema prioritario en la agenda política cuando una va a cualquier barrio y vemos historias de mujeres que denunciaron y no tienen la respuesta indicada y cada treinta horas una mujer es asesinada? Es cierto que una no puede ver sólo el medio vaso vacío. Hay buena legislación, a través de la Corte Suprema de Justicia de la Nación se está trabajando en la Justicia, se está capacitando a la Policía Federal (¿pero qué pasa con las policías provinciales?), hay muy buenos contenidos educativos del Ministerio de Educación de la Nación pero no llegan a las aulas, hay buenos programas como “Las Víctimas contra las Violencias”, pero tiene alcance sólo en la Ciudad de Buenos Aires, aunque en Posadas y Resistencia se esté replicando. Falta un programa nacional que ponga la violencia de género como un tema social, de derechos humanos y de salud pública.

Maltratadas, con prólogo de Eva Giberti, se presenta el jueves 20 de marzo, en Libros del Pasaje, en Thames 1762 (Palermo), a las 19, con Diana Maffía y Gabriela Cabezón Cámara y el 12 de abril en San Nicolás y en Rosario, como inicio de un camino por distintos lugares del interior del país.

Más información: Línea 144 del Consejo Nacional de las Mujeres / Línea 137 del programa Las Víctimas contra las Violencias / Línea 0800-6666-8537 para mujeres víctimas de violencia doméstica y delitos sexuales de la Dirección de la Mujer del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires / 4370-6761 Oficina de Patrocinio Jurídico y Asistencia legal gratuita a víctimas de violencia de género de la Defensoría General de la Nación/ 0800-555-0137 Programa de Atención a Mujeres Víctimas de Violencia de Género de la Provincia de Buenos Aires.

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