El juego es por un trono disputado, el de un rey de reyes que deberá mantener la unión de remotos reinos. Mantenerlos unidos es la manera de hacer frente a lo desconocido, de pasar los largos inviernos o de enfrentar un posible ataque de cualquier cosa que venga de afuera de la unión. Aunque las imágenes y los personajes tengan aires fantásticos, después de ver “Hora de aventura”, donde también hay reinos y conflictos, inconcebibles aquéllos, éstos resultan muy parecidos a los de la historia mítica europea. Castillos inaccesibles, burdeles y enanos, espadas, abismos y dragones visten las intrigas y los juegos de poder en una fórmula donde mezclar y agitar elementos del imaginario nórdico europeo de lejanos tiempos son las instrucciones seguidas. Aun así, estos juegos logran –con intermitencia– atraparnos e instalarnos en ese mundo creado sin ver los gastos de vestuario y escenografía o las actuaciones en primer plano (disponen de altísimos presupuestos y los actores viajan a Londres sólo para probarse un peinado). La primera vez que fue visto el “Trono de hierro” fue en la Feria del Libro de Buenos Aires hace unos años, cuando se presentaba la serie de novelas del escritor George R. R. Martin, Canción de hielo y fuego. Una podía sacarse una foto sentada en el trono con la espada y todo. Juego de tronos se llama el primer tomo y de ahí el nombre de la serie. La mayor parte de la historia tiene lugar en Poniente, un continente ficticio de climas extremos, y se centra en las violentas luchas que surgen entre varias familias por el control del muy poco ergonómico trono que comanda los Siete Reinos.

Como en un juego de la silla, siempre alguien fue o será expulsado. Una familia, los Targaryen, se propone recuperarlo. El heredero casa a su hermana, la vende, mejor dicho, al líder de los Dothraki, Khal Drogo –un tipo que mete miedo–, para aliarse y recuperar su poderío (son guerreros temibles, aunque no se animan a cruzar el mar). Para crear un idioma para los Dothraki, gente brava –la “esposa”, ya embarazada, deberá comerse crudo un corazón sin vomitarlo–, los de HBO contrataron al creador de lenguas de la Language Creation Society, quien desarrolló el idioma dothraki con sonido propio, un extenso vocabulario y una compleja estructura gramatical.

Uno de los reinos es Invernalia y su rey, Ned Stark, es obligado a aceptar el cargo de Mano del Rey y viajar al lugar donde está el Trono de Hierro, la capital de los Siete Reinos. La corajuda mujer de Ned irá tras el responsable de atentar contra la vida de uno de sus hijos, y ahí tenemos otra heroína. Y cómo no encariñarse y seguir al personaje de la hija pequeña, quien no quiere aprender a bordar y prepararse para un conveniente matrimonio sino que aprendió a manejar la espada. Tiene una espada fina como una aguja que le regaló su medio hermano antes de formar parte de la Guardia de la Noche, un ejército que custodia un inmenso muro que separa de la otredad absoluta, ese lugar del que se cuentan historias extraordinarias de los que llaman “los caminantes blancos”.

Casi con la excepción de la rubia come corazones (Khaleesi, esposa de Khal), muchos personajes quedaron a medias. Una mujer-niña rubia y frágil, casi una esclava sexual al principio de la serie, propiedad de lo que consideraban un salvaje, Daenerys terminó haciendo suya la gesta por la libertad de los esclavos y acabó con Astapor, la ciudad esclavista, en una de las mejores escenas. La siguen miles que la llaman madre, lo tiene todo, pero todavía le faltan los medios para cruzar el mar y llegar a Poniente, donde está el incómodo asiento. Es muy posible que lo logre; algunos de los momentos más interesantes de la serie se dan cuando los personajes aparentemente débiles muestran una fortaleza superior. ¿Quién hubiera apostado algo por la rubia bajita, la nena que quiere pelear, la madre solitaria o por el gordito miedoso que cayó en la Guardia de la Noche?.