INTOXICADA
La televisión y los sitios web viralizaron esta semana la foto de la cara desfigurada de una chica que sufrió una paliza a manos de su ex novio en el estacionamiento de un boliche marplatense, ignorando todo enfoque de género. Pero ella las había publicado en su Facebook para advertirles a otras jóvenes y poder salir del círculo de la violencia que la mantuvo sometida durante ocho años.
› Por Roxana Sandá
Cuando pudo tipear dos palabras seguidas, Victoria Montenegro actuó con instinto de supervivencia. El propósito, tras entreabrir los ojos lastimados a trompadas, fue escrachar al violento que la castigó hasta casi matarla. Por supuesto que “castigo” no es término apropiado salvo para el individuo golpeador, Cristian Darío Pilotti se llama, que antes de agarrarla del cuello y llevarla a la rastra al playón de estacionamiento del boliche marplatense donde se habían encontrado la semana pasada, le preguntó “¿así que bailás como una putita? No vas a bailar más, te voy a matar”. El anuncio de eso que venía, de la acción disciplinadora por ejecutarse, estaba hecho; el castigo que a entender de Pilotti merecía Victoria iba a ser aplicado por desobediente y provocadora, aunque minutos después de desmayarla mandara mensajes a algún otro diciendo haberse “mandado una cagada”. Pero volviendo al escrache, a esas horas después del horror en las vidas de las mujeres que sufren violencias, cuando los dolores que penetraron cada rincón del cuerpo siguen latiendo entre la tristeza y la náusea, justo en ese momento Victoria escribió una extensa carta pública donde relataba lo que le había pasado y publicó fotos del antes y después de la pareja que había formado con Pilotti; de Pilotti haciendo alarde de su cuerpo tuneado a fuerza de anabólicos, y del antes y después de su propio rostro, un perfil resplandeciente al sol, y del otro irreconocible, de ése sobre el que se animó a hablar por primera vez y mostró desfigurado para terminar con el silencio propio, con la impunidad de él y con los ocho años de tantos golpes disimulados en base a correctores de ojeras y maquillaje.
“Me costó mucho tomar la decisión de hacer este escrache, porque mi intención no es hacer un boca en boca de uno de los peores momentos de mi vida, pero me encuentro ante la necesidad de que la gente sepa realmente quién es y de cuidar a otras chicas que puedan llegar a estar con él o cruzárselo en sus caminos”, dice un párrafo de la carta que publicó en su Facebook, reconociéndose en sus miedos, en su impotencia, en la decisión, a los 25 años, de desenmascarar lo que ella todavía caracteriza como “una mente enferma”. Se escudó en la valentía que anida para confesarle a sus seguidores en la red –amigas, familiares, los seres queridos– “que no es la primera vez que recibo violencia de su parte” y que “el hecho de no poder contarle a nadie lo que me estaba pasando, de tapar las marcas y de tener a ese psicópata diciéndome ‘que iba a estar bien’, que él ‘me iba a ayudar y cuidar’”, hicieron que su cabeza “se vuelva una ensalada, que yo no entienda lo que me estaba pasando, en dónde estaba metida y mucho menos poder medir la dimensión de esta situación”.
Nada de todo esto fue replicado en su verdadera dimensión por la mayoría de los noticieros que dieron a conocer el hecho. El inmenso paso que dio Victoria al hacer públicos años de violencia y sometimiento, poniendo en palabras aquello que sólo había ocupado el interior de las cuatro paredes que silenciaban las trompadas de Pilotti, no fueron siquiera tenidos en cuenta por las producciones televisivas. Que sí en cambio se encargaron de viralizar a piacere, las 24 horas, las fotos de ese rostro lastimado y del de tres días después, algo hinchado todavía, claro, pero ahora parlante. De leerse títulos tales como “Desfiguró a la ex novia en fiesta electrónica”, “Le dio una paliza a su novia por cómo bailaba”, “Conmovedor relato de la chica desfigurada” o “El novio le pegó porque bailaba como una trola”, los informes dieron el salto –ahora que la hinchazón de los labios había bajado y la víctima logró recuperar el habla– hacia interrogatorios primitivos, inconcebibles, de conductores y conductoras frunciendo el entrecejo para darle un aire de profundidad al asunto. “¿Pero qué pudo haber pasado?”, “¿Vos sentiste que lo hacías quedar mal mientras bailabas?”, “¿Vas a seguir saliendo después de esto?”, fueron algunos de los segmentos más lúgubres de una banalidad mediática que sigue atrasando siglos, aun cuando el marco normativo en materia de comunicación social y en violencia contra las mujeres es amplio y de vanguardia. Momentos sólo superados por las y los sensibilizados de siempre, que le hablaron a Victoria “como si se tratase de una amiga o de una hermana”, y antes de cortar la comunicación la regañaban diciéndole “Me imagino que esto te sacó las ganas de cualquier cosa”, o “A esta bestia no la vas a ver más, ¿no es así?”. Parecen lugares comunes, reprimendas de batón que seguramente serán olvidadas por quienes las pronuncian en cuanto pasen a otro tema “que mida bien”, sin embargo son relatos para el gran público, construidos por un patriarcado que sostiene y aplica esa violencia contra las mujeres cada vez que ríen, bailan, cuchichean, no usan corpiños, llevan faldas cortas o visten calzas como segundas pieles.
“La violencia mediática reproduce e instala desde los medios de comunicación imágenes e ideas discriminatorias en las que las mujeres aparecen estereotipadas, maltratadas o directamente invisibilizadas”, destaca un informe conjunto realizado por el Inadi, la Afsca y el Consejo Nacional de las Mujeres en 2014. Se comprobó que la mayor parte de las noticias no fueron construidas desde una perspectiva de género ni desde un enfoque de derechos. Pocas veces los informativos insertaron –e insertan– un zócalo referente a la línea 144 de orientación de víctimas de violencia o la línea 137 que en la ciudad de Buenos Aires, Misiones y La Pampa tiene la capacidad de intervenir inmediatamente para detener la violencia y a la que puede llamar cualquier testigo, no sólo la víctima. Son miles los relatos y las imágenes que refuerzan “la representación de las mujeres como víctimas desamparadas e indefensas, las construcciones discursivas que las subestiman e infantilizan”.
En los medios periodísticos falta permear que la violencia contra las mujeres debería analizarse siempre, sin excepciones, en un marco de relaciones de poder asimétricas ejercidas a través de la fuerza física, psicológica, sexual, económica y simbólica. Se hizo costumbre ver coberturas que naturalizan todo tipo de situaciones violentas pretendiendo desfigurarlas. Y siempre con el dedo levantado para reconvenirles a las víctimas, por si todavía no aprendieron o no se dieron cuenta, que no se les ocurra volver a salir, que se fijen lo que hacen y la ropa que usan porque la violencia machista siempre escribe un mensaje en el cuerpo de las mujeres.
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