Vie 16.01.2015
las12

ALBúMINA

Glamour en el hospital

Karolyn Gehrig es una artista multidisciplinaria y escritora queer, que vive en Los Angeles, Estados Unidos, y convive desde hace más de una década con el Síndrome de Ehlers Danlos (SED), también conocido como “la enfermedad del contorsionista”. El diagnóstico arribó en 2003, año en que la muchacha se desayunó tamaños datos fácticos: que –a cantar de docs varios y sitios explicativos símil– el asunto no tiene cura; que es debilitante y potencialmente invalidante; que se trata de un conjunto de raros padecimientos hereditarios del tejido conectivo, generado por un defecto en la producción de colágeno... Entonces, lo demás: la piel se estira, el dolor es crónico, las articulaciones se dislocan, la visión falla, las heridas tardan en cicatrizarse, entre otras cuestiones. Cuestiones que, lejos de derribar a la doñita, le dieron cauce a su creatividad. Porque, amén de recibir la asistencia necesaria, KG se ha vuelto ducha en chequeos con profesionales, habitué de nosocomios de ocasión; y esa cotidianidad –tan tediosa e irritante para la gran mayoría– es la que ella convierte en “algo hermoso”, “algo poderoso”, según define la revista Bustle.

Con el objetivo de empoderar su golpeado cuerpito en constante tratamiento, la mujer comenzó a sacarse selfies en cada visita médica; y no cualquier tipo de autofoto; oh, no: el tipo arty que encuentra belleza en lugares inesperados, donde la protagonista se calza las pilchas más glamorosas y usa aparatología a mano para posar cual diva, sin intentar disimular –dicho sea de paso– dónde está, qué está ocurriendo. “Mi cuerpo, mis reglas, sin vergüenza”, resume el acta de intenciones detrás de su proyecto, Hospital Glam, que –según explica el sitio BuzzFed– empezó siendo un hashtag de creación personal y se volvió un movimiento social, en tanto más y más personas en situaciones similares a las de Gehrig han comenzado a compartir sus imágenes, luciendo espléndidas entre sondas, posters anatómicos, máquinas de hacer tests, variedad toda. “Hay que navegar la experiencia en redes con humor, lápiz labial y orgullo”, promueven quienes buscan efecto contagio. “El rouge puede comenzar una revolución”, bromea ella, y, contundente, asegura que el ideal es normalizar la enfermedad, derribar los estigmas y ser fuerte en espacios asociados a la vulnerabilidad. Esta vez, una selfie es más que una selfie.

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