Rawan era una niña yemení de ocho años. Murió por lesiones sexuales en la noche de bodas, luego de ser obligada por su familia a casarse con un hombre de 40 años. Tenía desgarro en los genitales y ruptura uterina. Este hecho no es aislado: las nenas siguen siendo entregadas en matrimonio a adultos que abusan de ellas con el velo de la unión marital. A pesar de algunos tibios reclamos y de pedidos para derogar una ley absurda que se ampara en creencias religiosas y en una sociedad que parece naturalizar estos comportamientos, el Estado no interviene y la comunidad internacional con poder es indiferente, mientras las menores de edad siguen desprotegidas del delirio atroz de tener que casarse, y con un hombre adulto.

El matrimonio infantil es una consecuencia más de comunidades vencidas por la pobreza y por la desigualdad entre los sexos. Hay más de 67 millones de jóvenes en el mundo de entre 20 y 24 años que se casaron a los 18 años. Una de cada nueve niñas contrae matrimonio antes de alcanzar sus 15 años de edad. Nigeria es uno de los países donde la situación es más crítica, con 75 por ciento de niñas casadas antes de cumplir los 18 años. Durante las próximas tres décadas, un total de 130 millones de niñas, sólo en Asia meridional, se casarán durante su infancia. Datos de 78 países revelan que las niñas más pobres y con peor educación procedentes de zonas rurales son las que están más expuestas a los matrimonios precoces.

La mayoría de las niñas entregadas en matrimonio son sacadas de la escuela y dejan de recibir educación. La exclusión del sistema educativo les va quitando de a poco posibilidades de constituirse en personas individuales. El entramado social las convierte en objetos obligados a obedecer. Nadie las ampara, nadie reclama por ellas, nadie alza la voz para impedir una degradación que no tiene retorno, olvidadas en el medio de montes lejanos, o de casas donde el hombre manda y las leyes no importan.

En el Museo de Arte Decorativo puede recorrerse la muestra Demasiado joven para casarse, de la fotógrafa estadounidense Stephanie Sinclair. Casi todas las 34 imágenes exhiben el drama real que viven estas niñas obligadas a ser adultas y a compartir la vida con alguien mayor que ni siquiera conocen en países como Afganistán, Nepal, Etiopía, India, Tanzania y también Guatemala. “Vendemos a nuestras hijas porque no tenemos dinero suficiente para alimentar a todos nuestros hijos”, dice la madre de Roshan, de ocho años, casada con Said de 55. Yamila, de 15 años, fue golpeada y abusada por su esposo, que no fue llevado a la Justicia, porque en Afganistán “los hombres son reyes”. El recorrido por la muestra enlaza estas vidas desarticuladas: niñas madres, niñas esposas, niñas esclavas.

Ghulam Haider está sentada en el piso con las piernas cruzadas y un hiyab rosa que le cubre la cabeza y la mitad del cuerpo. Tiene 11 años y mira hacia al costado, como buscando una conexión con el exterior que la libere. A su lado hay un hombre de 40 años, barbudo, que mira a la cámara con el rostro tranquilo. Ghulam es una niña afgana que fue vendida en matrimonio. Bibi Aisha tiene 19 años y aparece vestida de negro, mirando hacia abajo con resignación al lado de una ventana. Tiene la nariz y las orejas cortadas. Se casó a los 16 con un miliciano talibán que abusaba de ella. Fue atacada por su familia política cuando intentó escapar a los 18 años.

Sinclair llegó a Afganistán como periodista para cubrir los hechos que ocurrieron después del 11 de septiembre de 2001. Luego comenzó a recorrer otros países de Asia y Africa donde encontró la misma problemática, hasta llegar a Guatemala en Latinoamérica. La muestra recorrió varios países del mundo con el objetivo de hacer visible y generar conciencia sobre una problemática tan arraigada y dolorosa, impulsada por Unfpa.

Demasiado joven para casarse, fotografías de Stephanie Sinclair, puede verse hasta el 8 de marzo. Martes a sábado de 14 a 19. Museo Nacional de Arte Decorativo. Av. del Libertador 1902, CABA. mnad.org