ENTREVISTA
La periodista Sonia Budassi recorrió, con una comitiva argentina, Israel y Palestina. En el libro La frontera imposible, de Marea Editorial, recrea su viaje, sus entrevistas y los puntos de vista cruzados por los prejuicios locales en relación con Medio Oriente. El objetivo de indagar más allá de los discursos polarizados se cruza con la escritura de crónicas y la mirada sobre un territorio en donde el género también es parte de la lucha. La reivindicación de una indagación con matices resulta fundamental después del atentado a Charlie Hebdo, donde se pretendió etiquetar como responsables a grupos que piden por su territorio pero que no reivindican el ataque en París.
› Por Luciana Peker
Un grupo de niñas israelíes con un arma –y no una mochila escolar– sobre su espalda. Todo ese peso. Todo ese fuego. Todo ese poder. Todo ese miedo. Esa fue la primera postal que le impactó a la periodista Sonia Budassi en su recorrida por Israel y Palestina, en un viaje colectivo junto a una comitiva argentina. Su sorpresa se redobló cuando comentó la militarización de la infancia y a nadie del grupo de funcionarios, periodistas, abogadas y políticos argentinos pareció impactarle. El único de todo el grupo que le preguntó algo sobre la infancia militarizada fue Kavanag (su nombre es distinto, pero ella lo llama así en homenaje al edificio en el que vive en Buenos Aires), pero la interpelación sólo redobló el peso sobre la niñez desblindada:
–Sí, la verdad que todas las chicas eran muy lindas –contestó ella.
La postal relatada en el libro La frontera imposible: Israel/Palestina, que acaba de publicar Marea Editorial en la colección Ficciones Reales, dirigida por Cristian Alarcón (que destaca la posibilidad de la lectura como una experiencia viva) dispara el debate sobre la diversidad de posibilidades del cuerpo femenino en el debate entre Palestina e Israel: ¿Todas las mujeres árabes están oprimidas? ¿Portar armas es un símbolo de empoderamiento de las mujeres israelíes? ¿Todas las facciones palestinas tienen la misma postura sobre los derechos de las mujeres? ¿Las disidencias sobre la libertad de género forman parte de la agenda de conflicto en Medio Oriente?
La periodista Sonia Budassi viajó hasta el territorio más agrietado de esa zanja que se cava a diario entre Oriente y Occidente –una polarización más para quitar todos los atajos a los enfrentamientos vehementes– con la intención de deslizar preguntas que evadan la bipolaridad como única respuesta. Mirar, relatar y escribir sin la respuesta como destino, sino con la pregunta como medio de viaje. El motor de la escritura de Budassi no es la neutralidad inexistente ni la subjetividad premeditada, sino la búsqueda como apuesta y la escritura como indeleble diario de viaje.
Ella viajó por primera vez a Jerusalén en 2011 con una comitiva argentina de políticos, funcionarios judiciales, periodistas y directoras de ONG. A partir de ahí vino otro viaje y, finalmente, el espejo de ese mundo mucho más tornasolado que la idea blanco/negro como una dualidad cromática sin lupa para los musgos verdes o las sombras anaranjadas. “¿Tal es propalestino o proisraelí?” es una pregunta que catalogó de tramposa e intentó esquivar en cuatro años de investigación. Y, en cambio, se propuso indagar en otros interrogantes, sorpresas, diferencias y convergencias.
Budassi no es una experta en Medio Oriente, sino que invita a un viaje mucho más que geográfico para aprender una historia que impacta –más que nunca en el mundo y en la Argentina actual, donde el debate por el atentado a la AMIA y sus derivaciones judiciales son el centro de la intriga por la muerte del fiscal Alberto Nisman– en la actualidad y que no sucede sólo en otro continente. Ella escribió los libros de crónicas Mujeres de Dios y Apache. En busca de Carlos Tevez, es subeditora de la revista Anfibia y docente en la Universidad Nacional de La Plata y de la Universidad Austral. Además en el 2014 ganó la beca novela del Fondo Nacional de las Artes.
Y así comenzó su libro: “Me invitó una fundación a un viaje a Palestina e Israel y volví llena de preguntas. Cuando creía que encontraba una certeza, lo anterior no me servía casi para nada. Me di cuenta de que tenía que volver y con las mismas condiciones, en una comitiva, para hacer un relato coral y contar no sólo el territorio sino qué les pasa a los personajes que se enfrentan al territorio y al conflicto viniendo de un mundo totalmente distinto como el argentino”, explica.
–No podía dimensionar la tensión permanente. Y es impactante la playa y la ciudad de Tel Aviv gay friendly, como dicen en las guías turísticas, con la guerra inminente y las injusticias que viven, por sobre todo, los palestinos y algunos israelíes con las huellas del trauma histórico y de las intifadas.
En el libro relata un acto junto a la Cámara de Comercio e Industria de Qalqilya en Palestina, con las mujeres vestidas con burka y jihabs, en el que no sólo se enfrenta a las contradicciones de mujeres a las que conoce a la distancia sino, también, a los roces con sus compañeras de viaje que, desde la Argentina, exportan una mirada sin fisuras sobre Israel y Palestina. En La frontera imposible, relata: “Nos interpela una mujer cuyos ojos se humedecen: mi hermano está preso. El sol me da en la cara y cuesta mantenerles la mirada. Estamos rodeadas de agobiadas jihabs (las mujeres palestinas), transmiten su pena con eficacia, el murmullo alrededor crece hasta el griterío. Juana (una integrante de la comitiva argentina) toma a la traductora de la mano y le dice: ‘Decile a ella que la entendemos; yo soy abogada en Derechos Humanos y le prometo que vamos a liberarlo. Y haré que su voz se expanda en todos los rincones del planeta’. De pronto, estoy a su lado grabando, en una inaudita proximidad física hacia ellas y hacia mis compañeras de viaje, y me toma a mí de la mano que tengo libre y dice:
Me siento desencajada, desubicada, mentirosa. Y cobarde: no me atrevo a decirles que yo no prometo nada. ¿Cómo habría de prometer si ni siquiera conozco la situación de cada una? ¿Quién soy yo para luchar contra las detenciones administrativas del gobierno de Israel? ¿Acaso tengo algún poder como para dar alguna esperanza, en este momento de pura ebullición, sin toda la información, sin tener conciencia de que las estaría engañando? Y ella, ¿de qué manera podrá influir para que liberen a los familiares de esta gente que se ve tan desahuciada? Es un momento para regalarles a los teóricos de la noción de subalterno.
La analogía forzada entre Palestina y Malvinas; entre ocupación extranjera y dictadura; entre estas madres y hermanas y novias y esposas y las otras.
Veo a Juana abrazando a las mujeres musulmanas y cómo, al separarse, nos mira y se seca con la mano lo que, adivino, será una lágrima; me gana la moralina, ¿cómo llorar nosotras ante el dolor de estas mujeres que dejaremos en breve para seguir con el viaje? ¿Es digno nuestro llanto ante las que sufren esa opresión que nosotros apenas visitamos? ¿Enfrente de ellas?”.
Una de las reivindicaciones de Budassi es que palestinos y palestinas no son sólo pobres sujetos pasivos como indican quienes –incluso– se arrogan su defensa, sino que tienen un Estado en formación, a pesar de no ser reconocidos ni tener soberanía y mucho más poder del que pretende mostrarlos débiles. Ella tampoco muestra que todas las palestinas están reducidas a la cuestión doméstica, que es otra estigmatización en donde se saltea a dirigentes, militantes y empresarias. Y rescata que, como en la escena de su libro, son las mujeres las que más luchan y se exponen para lograr la liberación de los llamados presos administrativos en las cárceles israelíes.
–Hay que entender que la situación de la mujer palestina en Gaza es distinta que en la mayor parte de Cisjordania. La fotorreportera palestina que suele dar charlas TED, Eman Mohammed, vive en Gaza y suele contar las dificultades que tuvo, por ejemplo, para poder trabajar en la calle: el campo de la fotografía estaba reservado sólo para varones; las mujeres podían trabajar, claro, pero “mejor si lo hacen puertas adentro, en la oficina”. Algo impracticable para una fotoperiodista. Ella, sin embargo, no lo atribuye netamente al Islam o a Hamas sino también a una cuestión de usos y costumbres, una cuestión cultural, de una sociedad con herencia tribal, que sigue funcionando en gran medida con el criterio de clanes. En un momento sufrió situaciones muy violentas de parte de sus colegas gazatíes y también como trabajadora independiente hubo una época en la que sólo la contrataban los medios extranjeros. Mohammed se convirtió en una gran activista, denunciando el acoso sexual y laboral en Gaza. Es difícil hablar de este tipo de cosas desde un lugar como el nuestro, donde a pesar de la declamación de igualdad de oportunidades (aún incompleta) existe una misoginia y sexismo en nuestra sociedad aún muy naturalizada en la vida cotidiana, laboral, como también en los medios y la publicidad. Desde luego no es posible comparar en términos de mal menor, pero no hago este tipo de señalamientos desde un lugar de superioridad cultural.
–Una realidad en todo el territorio palestino es que la resistencia a la ocupación ha dejado la reivindicación de los derechos de las mujeres en un segundo plano. Si bien, por ejemplo, la gobernación de Ramalá está a cargo de una mujer y hay mujeres empresarias, la representación en el Parlamento sigue siendo minoritaria. Al mismo tiempo, en las ciudades más conservadoras de Cisjordania, como Hebrón, ha habido movimientos de mujeres que se han presentado a elecciones municipales sin apoyo de Hamas ni de Al Fatah, de manera independiente.
–En Israel sólo el 17 por ciento de las mujeres árabes trabaja, frente al 52 por ciento de las israelíes, según datos de Mossawa, una ONG de defensa de los derechos civiles de los árabes reconocida por la Comisión Europea. En Hebrón, la cantidad de mujeres que trabaja es menor, baja hasta el 10 por ciento. Existen, sí, proyectos como Sindyanna of Galilee, una cooperativa de comercio fundada a mitad de los años noventa que busca darles un espacio a las mujeres, ante la gran cantidad de familias árabes que siguen marcadas por la autoridad del hombre.
–Las mujeres palestinas ocupan muchos lugares de poder dentro del congreso palestino en Cisjordania, que es donde gobierna la Autoridad Nacional Palestina. Ellas están muy en desacuerdo con Hamas y su islamismo radical, que los llevó a separar las escuelas de mujeres y varones y no permitir a las mujeres estudiar.
–Hubo un retroceso. La facción de Arafat (que antes era la OLP y que al dejar las armas y convertirse en partido político se pasó a llamar Al Fatah) es totalmente laica y las musulmanas tienen los mismos derechos que cualquier hombre. En cambio, Hamas restringe el derecho a la educación de las mujeres, cada vez va más hacia ese lado y tiene raíces en común con otros países islámicos.
–La fuerza retórica del discurso del Estado de Israel –que tiene una parte de verdad, pero que también se usa para incentivar las acciones bélicas que vimos en el 2013 en Gaza– es que son el único Estado democrático en Medio Oriente y que en Israel las mujeres y las minorías tienen los mismos derechos y que hay libertad de expresión. No quieren reabrir las negociaciones de paz por la presencia de Hamas, que está declarado como grupo terrorista, aunque la Unión Europea lo empezó a reconocer como un grupo legítimo, pero también es complicado reconocer a Hamas. De hecho, hace cinco años que no se llama a elecciones en Palestina y una de las teorías sobre las causas es porque Hamas podría ganar el poder. Yo trato de trasmitir la incomodidad binaria en el libro e indagar en los matices sin asociar al palestino como terrorista ni en comentarios antisemitas.
–Sí, también está el mito del árabe machista y que tiene destinadas a las mujeres a enseñarles religión a sus hijos y estar en su casa. En Cisjordania ves mujeres que son comerciantes, docentes, guías de museos. Tienen un rol político muy fuerte. En Gaza es totalmente distinto. Pero sirve para desarticular lo que dice la propaganda del ejército israelí de que en Palestina las mujeres no tienen los mismos derechos, mientras que hay muchas gobernadoras, ministras y legisladoras.
–Hablé con muchas chicas que no sienten diferencias con los hombres. Hacen el servicio militar y pueden elegir un sector más administrativo o estar en el campo de batalla. Pero me pareció muy machista la mirada de los extranjeros que observaban a las jóvenes como objetos sexuales exóticos.
–Un compañero escribió un correo en donde dijo que la gente se conmueve con Palestina como se conmovería con un equipo muy menor que está jugando con el mejor del mundo. Es un argumento que usan para deslegitimar la causa palestina. Hay cosas del Estado de Israel preocupantes y que van más allá de la empatía que provoca Palestina por ser el más débil. Pero la sociedad israelí también es más diversa de lo que pensaba. Mucha gente está en contra, por ejemplo, de que los religiosos reciban subsidios para estudiar la Torá y sus mujeres sean las que trabajen. Hay marchas de laicos contra religiosos porque cuestionan que haya que mantenerlos.
–En estos últimos días fue impactante ver, por un lado, a (Benjamín) Netanyahu (primer ministro de Israel) marchando en París junto al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, (Mahmud) Habbas. Unos momentos antes, Netanyahu había dicho: “Estos terroristas matan a periodistas en París (...), lanzan cohetes contra civiles desde Gaza”, en referencia a Hamas. Y Hamas sacó un comunicado repudiando el atentado y los dichos del presidente israelí. Dijo que “condena las agresiones contra la revista Charlie Hebdo e insiste en que la diferencia de opiniones y de pensamiento no justifica el asesinato”. Y también “Hamas condena los intentos desesperados del primer ministro israelí Netanyahu de establecer un vínculo por un lado entre nuestro movimiento y la resistencia de nuestro pueblo y, por otro, el terrorismo en el mundo (...). Estos miserables intentos están condenados al fracaso”.
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