Vie 23.01.2015
las12

MONDO FISHION

La magia de Tilda Swinton

› Por Victoria Lescano

Desde Florencia, Italia

La invitación a Cloakroom-Vestiaire Obligatoire, la performance y nueva entrega de la saga sobre la vestimenta ideada por Olivier Saillard, el director del Museo Galliera de París en 2013, advertía que se trataba de situaciones de un guardarropas. Quienes el 15 de enero asistimos al Teatro de la Pergolla, de Florencia, Italia, al ingresar al Saloncino de ese teatro construido en 1656 y para cobijar ópera, lejos de toda grandilocuencia nos encontramos con una puesta en escena austera integrada por un caballete de madera, una silla, cuatro racks de aluminio con perchas negras, pequeñas cajas blancas, ramos de flores y frutos ocultos en papel de seda. Y acodada entre los percheros, con el uniforme compuesto de un vestido negro, una bata negra símil cache coeur, zapatos de taco alto de indudable procedencia italiana y su pelo rubio corto y cortado según las técnicas del bies que le permitían deslizarlo durante la performance con la gracia de un traje de alta costura, Tilda Swinton susurraba algo al oído de su director y coprotagonista, Olivier Saillard –de camisa blanca y corbata–. Así como esta dupla creativa ya indagó en el acervo y en ropas guardadas durante varios años en el tesoro del Museo Galliera (The impossible wardrobe) homenajeando los costureros, ahora volvió a poner foco en el interés por los personajes anónimos y silenciosos de la moda. ¿Acaso alguien recuerda el rostro de la encargada de un guardarropas? ¿No es habitual perder el número que nos entregan al dejar allí un abrigo? Todo lo contrario sucedió en la obra representada en el contexto de las actividades culturales paralelas de Pitti Imaggine y como correlato de la feria de moda masculina Pitti Uomo, cuya edición número 87 transcurrió entre el 12 y 16 de junio en Florencia. La fortaleza corporal y actoral de Swinton (musa de Saillard, pero también de Viktor and Rolf, remitirse a la colección 2003 de los diseñadores holandeses que clonaron su estilo en la pasarela), quedó de manifiesto en su interacción con las ropas democráticas de los asistentes, lejos de la vacuidad de una pasarela. Mediante pequeños gestos reflejó el amor o la apatía por ciertas prendas, las historias implícitas en los abrigos. Lejos de relacionarse con actitud cansina, de quienes suelen desarrollar esa labor como supervivencia (si bien simuló dormirse sobre el tablón y dentro de algún abrigo), durante más de una hora, Swinton recibió prendas de quienes iniciamos una procesión espontánea por su simulacro de guardarropa. Procedió a entregar un número y luego de ensayar algún gag, o según lo que dictase esa prenda, procedería a colgarla, conformando una instalación de moda temporaria, que finalizaría al concluir la performance. De una democrática camisa de jean a una chaqueta de cuero y otra de plumas livianas tan en boga fueron disparadores de sus diálogos silenciosos con la vestimenta. A la camisa la doblaría con precisión de una primorosa costurera, mientras que a las chaquetas de cuero que desfilaron ante su mostrador las arrojaría al aire, les caminaría encima en clave bondage y hasta le añadiría un ramo de flores azulinas en señal de ofrenda. Una coleccionista y prima donna de la moda italiana llamada Cecilia Lavarini Matteuci, que iba ataviada con un turbante de seda, quebró el protocolo que indicaba pararse junto al asistente del director, para, en cambio despojarse de su abrigo de visón maximalista cual si fuese una capa de torero y lo desplegó ante la mesa dejando estupefacta con su histrionismo a la mismísima Swinton. O bien al recibir un blazer de pura lana rosada, Swinton frotaría su piel nívea sobre la superficie y hasta se desplazaría debajo de la mesa de trabajo en actitud y comportamiento felino ante las lanas. En contadas ocasiones saltó sobre la mesa con sus tacos aguja pero sin nunca hacer un gesto desmedido. La relación con los sentidos, sí, el sabor que se desprende de lamer una tela, los gestos de hablar con un foulard e intercambiar un diálogo secreto con las texturas; en algunas pausas suena una versión de “I put a spell on you” en versión de jazz, y casi al final una bossa nova, impera el silencio, el sonido de los pasos de los asistentes y el ruido de las ropas en sus manos. Al jugar con un par de guantes es ineludible rememorar la escena de Only lovers left alive, el film de Jim Jarmusch donde encarnó a una vampira cuyo manual de estilo admite el uso de guantes.

Hacia el final del fashion show, Swinton procedió a rescatar un rouge rojo de la cajita para pintar sus labios y estampar un beso sobre un papel que luego sería depositado en el bolsillo de una chaqueta, como también perfumaría con un atomizador un trozo de tela que depositaría en otro outfit y a modo de souvenir. Finalmente, desplegaría ante la audiencia una serie de pancartas sobre papel de seda que advertían: “Usar una media con agujeros al menos un día al año trae suerte”, “Al ponerse una prenda, empezar por la derecha”.

Concluido el espectáculo, recurro a mi cartera para dar tanto con un grabador como con el ticket del guardarropa –número 1129– y así extraer mi abrigo de piel negro –falsa y con lazos de charol–. Unos minutos más tarde, sentado en una de las gradas y con tono amable sentencia Saillard sobre su método de moda y poesía y la trilogía con Swinton. “Hace tres años tuve la idea de presentar el archivo del Museo Galliera en los brazos de Tilda, pensé en los trajes como si fueran bellas durmientes. Se sabe lo difícil que es mostrar las ropas de un archivo, de ahí que al pensar la serie pensé en Tilda porque puede encarnar tanto a una mujer como a un hombre y simular distintas épocas. No la conocía pero tenemos un amigo en común y él nos contactó. Fue muy simple, en una segunda charla ya teníamos ideas parecidas sobre la vestimenta y la historia, y empezamos a escribir las historias. Necesitamos escribir un guión previo a cada performance para luego dar libertad a que sucedan momentos mágicos.”

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