RESCATES
Elise Hall 1853-1924
› Por Marisa Avigliano
Cuando Lisa Simpson recuerda a sus “heroínas feministas”, Simone de Beauvoir, su abuela Mona, Margaret Mead, Isabel I, Lauren Bacall, el fantasma de una francesa que vivió su vida en Norteamérica mira la escena desde lejos y lamenta no ser parte de aquel círculo de humo que vuela sobre la cabeza despuntada de Lisa. La francesa aislada es Elise Hall (Elizabeth Boyer Coolidge, París, 1853), una mujer rica que a los cuarenta años aprendió a tocar el saxo porque su médico (o su marido que era médico, el orden de los factores...) le recetó para mitigar los dolores de oído y el avance de una sordera fatal tocar un instrumento de viento. Elise –como Lisa– eligió el saxo. A comienzos del siglo XX pocos músicos lo tocaban y pocos eran los compositores que pensaban notas para él. Pero Elise era una mujer rica de Boston, muy rica, y estaba acostumbrada a pagar por sus deseos. Esta vez el deseo de Elise temblaba entre sus labios. En febrero de 1900 la mecenas del saxo, la señora saxofón, fomentó y organizó el estreno de la Boston Orchestral Club dirigida por su maestro Georges Longy, pero como el repertorio para el instrumento de la boquilla era escuálido resolvió salir a comprar uno nuevo. El primer encargo fue para Charles Martin Loeffler, luego se sumaron Florent Schmitt, Vincent d’Indy y Paul Gilson y recién después fue el turno de Debussy. En el verano de 1901, Claude Achille estaba sin dinero, sumergido en su Pelléas et Mélisande, cuando por medio de su editor aceptó un anticipo para componer una obra para saxo financiada por una millonaria de Boston. El compositor francés casi desconocía el instrumento y enterró el encargo de inmediato. Un año después Elise llegó a París para desenterrarlo. Debussy llevaba tiempo sin poder escribir y había olvidado el pedido absurdo de la burguesa bostoniana. Finalmente compuso la rapsodia para saxofón y orquesta (la “Rapsodia árabe”, la “Rapsodia morisca”, una de sus composiciones más aventurera y exótica según algunos críticos) y se la envió. Algunos cronistas afirman que sólo le envió un borrador para saxofón y piano sin orquestación. La otra versión asegura que nunca se la dio a Elise ni se la mostró a nadie, y que sólo vio la luz cuando Debussy murió y su mujer le entregó el manuscrito a Jean Roger Ducasse, un reconocido orquestador. Con algunas modificaciones La Rapsodia fue estrenada en París en 1919, antes de que Elise recibiera la partitura original. La mayoría de los biógrafos del compositor francés repiten que la tarea costeada por una “ridícula señora de vestido rosa que tocaba un instrumento de dudosa apariencia” había sido una tarea desagradable para el músico. Las cartas de Debussy, según su estado anímico, lo afirman pero también lo niegan. Vale como ejemplo la carta que le escribió a Lilly, su primera mujer, en mayo de 1903: “Parece que Longy y la dama del saxofón están en París (...), intentaré terminar lo más rápido posible su maldita pieza. Ultimamente las ideas musicales ponen especial cuidado en huir de mí, como si fueran mariposas burlonas (...). El hecho es que me gustaría conseguir algo muy bueno, para poder recompensarles por su paciencia, aunque esto sólo empeora la situación”. Los sentimientos del compositor irritado se funden en el relato de los biógrafos que omiten la batalla que por aquellos años libraban las mujeres músicas. Otros desempolvan un “La señora Hall triunfa en París”, título con el que un The New York Times de principios de siglo XX acompañaba el éxito de la dama americana, esta vez de elegante vestido verde marino. En las dos o tres fotos que la virtualidad le cede, la mujer del saxofón, benefactora del invento de Adolphe Sax, toca amateur en la asfixia de un deseo que volvería a comprar sólo para que ahora Lisa piense en ella.
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