INTOXICADA
El escándalo mediático que estalló tras la exhibición de un supuesto estudio genético que no vincularía biológicamente al empresario teatral Ariel Diwan con el hijo que tuvo con la bailarina Gisela Bernal abre el debate sobre lxs niñxs como objetos de consumo televisivo, las condenas mediáticas de las mujeres y los lazos de sangre como única opción de parentalidad posible, desde un discurso heterosexual y monogámico.
› Por Roxana Sandá
Una operación a corazón abierto, una picadora de carne en vivo y en directo para excitar los mediodías argentinos de quienes esperan, famélicos, que la pantalla empiece a chorrear desgracias ajenas. “Todo el mundo me decía que no es hijo mío. El sábado me dieron los resultados del ADN y me dio 0 por ciento de probabilidades. Gisela no sabía (que me lo había hecho), porque nunca me dejó sacar al nene de la casa. Pasaron dos años y tres meses de que no me dejaba sacar el bebé. ‘Parece que no soy el padre’, le decía yo. La primera vez que lo pude sacar, le hice el ADN.” Con la efervescencia apasionada de un ácido de laboratorio en combustión, el empresario teatral Ariel Diwan reveló esto el lunes en el programa Intrusos, que conduce Jorge Rial acompañado por un panel de periodistas muy colocados para horrorizarse ante el culebrón, una noticia que sin embargo atornilló la cuestión del origen biológico como condición excluyente de cualquier vínculo filial. Que Diwan, un violento verbal pocas veces visto en la pantalla chica, haya decidido montar un circo mediático alrededor del supuesto engaño de su ex mujer, la bailarina Gisela Bernal, acerca de la paternidad del niño nacido en 2013, traspasó las fronteras del chimento para hundirse en un abismo donde lo que se dice, se reprocha y se condena en una cuasi cadena nacional son violaciones múltiples de los derechos del pequeño. Pero la irrupción de esa denuncia pública también destrozó la imagen de Bernal hasta reducirla a lo que es hoy, una mujer escondida en su casa con custodia policial las 24 horas “porque él me amenazó de muerte” y la asistencia de una psicóloga que le recomienda silencio y cero TV para dejar de escuchar que es una adúltera, mentirosa compulsiva, perversa, oscura, celosa, obsesiva; la peor de todas.
“Y puede ir presa por su mentira”, amenazó Fernando Burlando, el abogado de Diwan. “Vamos a exigirle a la Justicia que ordene una prueba de ADN. Gisela podría recibir entre dos y seis años de prisión. Hay que pensar en el derecho a la identidad que tiene el menor. Esto es una tragedia, es la peor traición que pueden recibir un hombre y un niño”, sentenció este especialista en carpetazos judiciales que va por la impugnación de la paternidad y la rectificación del acta de nacimiento. Porque el empresario, si bien adora a la criatura, dice que no va a darle el apellido a “algo” que no es suyo. Si hasta pensó en el suicidio.
La violencia mediática todavía no está tipificada en relación a la niñez, pero el caso Diwan-Bernal infringe demasiados artículos de la ley 26.522 de comunicación audiovisual. Alicia Ramos, directora de Investigación y Producción de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca), advirtió que el periodismo debería cuidar que esos derechos no se vulneren, “lo que en este caso no pasó porque en programas como Intrusos se infringieron varios de los artículos de la ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes. Se vulneró el artículo 11, sobre el derecho a la identidad, que establece que el niño goza del derecho a tener un nombre, una nacionalidad y saber quién es su padre y su madre”. También se incumplieron los artículos 10, “de derecho a la vida privada e intimidad familiar”, al detallar las circunstancias que rodearon la práctica del ADN, y el 9, que protege la dignidad y la integridad personal del niño, “porque el caso mediático lo somete a actos intimidatorios”.
Tuvieron que pasar tres días desde que estalló el escándalo para que algún panelista dijera, cual estornudo en el desierto, “bueno, no será el padre biológico pero es el padre del corazón. No le quitemos importancia a ese vínculo, porque si no qué hacemos con las adopciones u otro tipo de filiaciones”. Claro, qué se hace con un sistema televisivo hegemónico que ayudó, y cómo, a convertir la maternidad de Bernal en una fuente de “imperdonables” conflictos subjetivos hasta llegar a desnaturalizar el vínculo con su hijo, que además siempre fue mediado por el discurso que construyó Diwan. Y qué se hace con la paternidad de aquél, convertida en un show donde los vínculos filiales sólo parecen determinantes si están enlazados por la sangre, y hasta con cierto pánico orientado al sentido de esa incógnita. Porque el chico fue compelido a un estudio de ADN –“nada invasivo, se hace con un hisopo”, justificó el empresario–, para cristalizar el hecho biológico como único futuro posible de esa familia, excluyendo otros mundos afectivos o de gestación centrales en los procesos de fortalecimiento subjetivo. Y aun cuando la legislación argentina protege la voluntad procreacional, sin obligación de perseverar en el vínculo biológico. La sangre habla, es cierto, pero siempre se inscribe en una trama histórica y familiar que poco tiene que ver con discursos mediáticos habilitados desde una prerrogativa heterosexual y monogámica. Desplazar esos clavos hegemónicos significa nada más y nada menos que ampliar las relaciones, transformar el concepto de familias y desafiar el vínculo naturalizado entre consanguinidad y parentesco.
Para una televisión darwiniana, no hay posibilidades de conciliar intereses parentales si sólo se exalta lo identitario biologicista: los genes de las criaturas ya no tienen chances, parecen decir quienes comunican, descartando cualquier ciclo transformador que se corrija sin estudios de ADN ni alteración de identidades. Diwan apenas es el títere que volvió a habilitar el mensaje. “Yo sentía claramente que no era mi hijo, pero le daba el amor de padre. Realmente fue una tortura; estoy muy triste pero muy liberado. Necesitaba contarlo. Me encantaría seguir viendo al nene, pero va a ser bastante difícil.”
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