RESCATES
Carlota
Descuartizada circa 1845
› Por Marisa Avigliano
La descuartizaron dos veces, cuando la arrancaron de Angola para usarla de esclava en Cuba y cuando finalmente rompieron su cuerpo en pedazos. En Triunvirato, uno de los ingenios azucareros de la provincia de Matanzas donde los azotes marcaban las vetas para la amputación futura y los cepos buscaban ser sus raíces nuevas, Carlota, la lucumí tropical, fue vasalla y cautiva, un cuerpo negro ultrajado a diario sobre el oro blanco. Pero la apropiación de identidad y tiempo no impidieron que la mujer sin datos personales ni fechas saliera del hacinamiento para recuperar la libertad robada y dejara que el aliento tibio de Africa la convirtiera en la líder rebelde de su región. No fue la única, muchas mujeres en la historia cubana de mediados de siglo XIX cubrieron con su cuerpo el agujero que la esclavitud perforaba. Fermina, Juliana, Caridad, Dolores, Lucía y Filomena no son nombres en un listado, son luz en la lucha antiesclavista. A Fermina, la mujer del ingenio Acana capaz de degollar al explotador –la crónica cuenta que degolló a uno y que lo hizo de un solo impulso–, la fusilaron en marzo de 1844 después de que sus hermanos la liberaran de los grillos con que la encerraron (los dos pies en el mismo cepo) mientras aguantaba sola los golpes y la furia para que los otros pudieran escapar y llegar a la Ciénaga de Zapata. Fueron los tambores de ébano los que marcaron la hora señalada para que Carlota y sus compañeros a fuerza de puño y sangre desarmaran a los cancerberos; por un momento la revolución parecía ser imparable, pero fue sólo un momento. Los esclavistas no tardaron en pedir ayuda a la comisión militar y al gobernador de la Cuba colonial que a su vez le pidió ayuda al país del norte. La rebelión de los negros era ahora una cuestión internacional. Demasiado pronto La Vandalia, una corbeta de la marina de guerra de los Estados Unidos, llegó al puerto de La Habana. Ahora el capitán O’Donnell sabía que podía contar con ellos “para terminar de una vez con la rebelión de los afrocubanos”. No tardaron en darle muerte a la lucha libertaria con una secuela de torturas y ejecuciones, desigualdad de armas, desigualdad de cuerpos. Pero el destino de Carlota no iba a ser la horca ni el pelotón de fusilamiento que los lacayos cómplices ejercían en devota costumbre, para terminar con ella –no lo lograron a pesar de la mutilación– ataron sus brazos y sus piernas a cuatro caballos y los hicieron galopar puntuales hacia los cuatro puntos cardinales. Los miembros despedazados de la angoleña fueron el fuselaje ideal para propagar el aviso miserable. Pero a pesar de los intentos conspirativos y los años de silencio, la mujer descuartizada se convirtió en fuego inextinguible, leyenda e inspiración. Operación Carlota (“como si los huesos y la sangre de Carlota y sus compañeros se juntasen nuevamente para liberar a su Africa robada”) se llamó la misión militar cubana que en 1975 viajó a Angola para defenderla de invasiones extranjeras entre las que estaba la Sudáfrica del apartheid. Parece que Carlota le da miedo a quien corresponde, mucho más miedo que la idea de un posible infierno que se arrastra desde la epopeya sumeria de Gilgamés, parece que Carlota es símbolo de terror para los que no se aterrorizan cuando someten a otros a vejaciones. Bienvenida Carlota, y no te calmes, que la que da miedo es otra Carlota, la Carlota de Hush... Hush, Sweet Charlotte, la siempre temible Bette Davis.
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