Vie 01.03.2002
las12

ENTREVISTA

Toro al sur

Cuando entró al servicio penitenciario lo hizo como
quien entra a trabajar en un banco para costear sus
estudios (entonces cursaba abogacía). Para cuando se jubile planea vender paquetes turísticos pero mientras tanto Amalia Toro es la primera mujer argentina que dirige una cárcel de máxima seguridad para hombres: la Prisión Regional del Sur, ubicada en Neuquén.

Por Sonia Santoro

Hablar con Amalia Toro no es fácil. “¿Me llamás en media hora? Hace 15 minutos que tengo a un interno esperando” o “hablemos en dos horas, tengo una reunión con la Pastoral Penitenciaria”, contestará una y otra vez ante la insistencia. No es que tenga mala predisposición, al contrario, es tal vez su habilidad política o diplomática la que la ha llevado donde está. ¿Qué es lo más importante que ha conseguido? Ser la primera mujer argentina que dirige una cárcel de máxima seguridad para hombres: en enero, asumió la Dirección de la Prisión Regional del Sur, ubicada en la ciudad de Neuquén. Desde allí mantuvo este diálogo con Las/12.
–¿Por qué cree que está hoy en ese lugar?
–Se dieron muchas circunstancias. El hecho de que yo haya enviudado y siga trabajando. Mis compañeras de promoción se retiraron, porque ya que cuando sus hijos eran chiquitos no pudieron estar mucho con ellos, cada una decidió por lo menos cuando eran adolescentes, empezaban la facultad o el secundario, acompañarlos. Aparte de todo, a mí este trabajo me apasiona. He demostrado que soy trabajadora, conozco lo que tengo que hacer y creo que soy respetada por mis iguales en el medio.
Toro tiene 51 años y 28 en el Servicio Penitenciario Federal. Fue directora de la Unidad 13 de Santa Rosa, La Pampa, y la Unidad 3 de Ezeiza, dos cárceles de mujeres. Además de desempeñarse en distintos cargos en las cárceles de Devoto y Caseros. Madre de tres hijos y abuela de tres nietos, esta mujer, que hizo cosas tan disímiles como querer ser maestra, estudiar abogacía y trabajar en un atelier de diseño de telas, entró al Servicio Penitenciario “como podría haber entrado en un banco, para poder pagarme los estudios de abogacía” y lleva más de la mitad de su vida adentro. Su primer paso lo dio a los 21 años, en la Dirección Nacional de Administración –ubicada en Paso 550– haciendo “rendición de cuentas”.
–¿Cuál fue la primera impresión que le produjo trabajar ahí?
–Yo venía de un ámbito totalmente civil y había muchas normas que me costaron internalizar. Por ejemplo, que tenías que venir con uniforme, el tratar de usted a tus superiores como una modalidad de rutina...
–¿Alguna vez tuvo un momento de rebeldía hacia la institución?
–No. Pero en algún momento sí me pregunté si esto sería realmente para mí. Yo cuestionaba algunas normas de disciplina porque venía de un ámbito que no tenía ningún tipo de normas. Donde yo trabajaba estaba el dueño del taller, que para nosotros era el maestro, y él cebaba mate y venía a mirar a cada tablero nuestro qué es lo que estábamos haciendo, te daba una indicación, no tenías horario, te llevabas el trabajo a tu casa y cuando lo terminabas lo traías... Entonces, fue un cambio bastante importante.
Tal vez el único atisbo de cuestionamiento se mantiene hoy en su vestir. Los directores son los únicos que, reglamentariamente, pueden evitar el uso de uniforme y ella aprovecha esta deferencia. Pero es también por una cuestión de salud: el uniforme típico de fajina, de color gris, lleva pesados y cerrados borceguíes que para las várices femeninas son lo peor, dice. La Unidad 9 está a seis cuadras del centro de la ciudad de Neuquén y aloja a unos 220 internos en celdas individuales. Fue fundada en 1904 y es una de las tres cárceles de máxima seguridad de la Argentina donde los presos tienen un perfil criminológico “difícil”, por el monto de la condena y el tipo de delito cometido: homicidios, homicidios en ocasión de robo, delitos violentos. En 1916, fue tristemente conocida por la fuga de decenas de presos, la mayoría de los cuales fueron masacrados en la Patagonia. Y, desde entonces, ha sido escenario de numerosos motines.
–¿Cómo fue la primera vez que estuvo frente a un preso?
–Fue una mujer, en la cárcel de mujeres que funcionaba en ese momento en San Telmo. Fue tener miedo... quizá como le puede pasar a cualquier civil que entra por primera vez a la cárcel. Vas con intranquilidad más que con temor. Estábamos haciendo prácticas y teníamos que entrevistar a las internas o participábamos de una entrevista que hacía algún jefe como para ir perdiendo ese temor y que nos diéramos cuenta de que todos somos personas como cualquier otra. Alguno habrá cometido un error, todos los cometemos en mayor o menor medida.
–En 1989 estuvo en un motín en la cárcel de Ezeiza que duró un día y medio, ¿en situaciones críticas se complica recordar eso?
–No, yo pienso que cuando lo tenés bien internalizado y sabés bien lo que tenés que hacer, no. Hay cosas que nunca nunca nunca nos podemos dar el lujo de olvidar y menos dejar de lado. Somos todas personas con roles distintos pero como seres humanos. Ese día para mí fue terrible. Lo que temía era que la situación se descontrole y no tuviera un final feliz.
–¿Le habían enseñado cómo actuar en esos casos?
–Sí, constantemente te están preparando. En ese momento las herramientas de la mediación no eran muy conocidas, lo que usábamos era lo que se llama el “diálogo de convencimiento”, que es la misma técnica con otros tipos de prácticas.
–¿Las mujeres tienen alguna habilidad especial para esto?
–Quizás el género nos da una habilidad especial para el diálogo y para llegar a un acuerdo cuando las cosas son difíciles. Porque lo practicamos continuamente al ser mamás, donde una tiene que convencer a los hijos de hacer determinadas cosas que son las que a ellos les conviene.
–Entonces, ¿los presos son como sus hijos?
–Yo no diría tanto como mis hijos pero sí que continuamente uno está para que ellos aprendan otra forma de vida.
–¿Y se logra?
–En muchos casos se logra. Acá tenemos gente que ha estado en los motines de Sierra Chica, de Salta, el de Catamarca... y han pasado muchos años detenidos y ahora ellos mismos llegan a reflexionar que ya no quieren más estar presos y que tienen que cambiar sus vidas.
–Imagino que para una mujer entrar en una cárcel de hombres es como entrar en un vestuario. ¿Qué cosas cree que a ellos les llamó la atención?
–Que yo recorriera toda la unidad. Porque ellos pensaban que por ser mujer no iba a entrar ni a los pabellones ni a las celdas. Eso depende de la inquietud que tenga cada uno. A mí me gusta caminar el penal y ver por mí misma determinadas cosas –si está limpio, si no, si está ordenado, si hay luz o no–, antes que me lo cuenten.
–¿Y cómo le va con los hombres?
–Creo que nos entendemos.
–¿Nota alguna diferencia con las mujeres?
–La demanda es distinta. La mujer es mucho más demandante, es más quejosa, más exigente. La mujer reclama, reprocha. Con los hombres, en general, no se hace tan pesado.
–¿Qué suelen reclamar?
–Tener un trabajo permanente, asegurarse su matrícula para poder estudiar... porque eso los beneficia a ellos en cuanto a la calificación de la conducta y el concepto para que, al momento de que puedan acceder a una libertad condicional, sea positiva.
–¿Cómo se hace para dirigir una institución que para los que deben obedecer está desacreditada?
–No, no es tan así. El mayor problema para ellos es la salida a la calle. Hay internos que te dicen “yo no sé si voy a poder no delinquir”.
–Cuando está frente a un preso, ¿tiene en mente qué tipo de delito cometió, hace algún tipo de distinción?
–No, si el interno no nos cuenta el delito no... O sea, se analiza el delito cuando deba analizarse en el Consejo Correccional, si no, no.
–¿Recuerda a algún interno en especial?
–Sí, Rosita, una mujer que estuvo en la Unidad 3 por un homicidio y vos la veías y pensabas que era una mujer incapaz de cometer un homicidio, porque tenía valores de verdad. Entonces, ahí te explicás que en determinados momentos hay cosas incontrolables y no pensás lo que hacés, aunque toda la vida estuviste en contra “de”... Rosita ahora está en libertad y es una mujer excepcional. Es de esas personas que jamás va a volver a cometer un delito, seguro eh, ningún tipo de delito.
–¿Está de acuerdo con los que dicen “aumentar las penas para reducir el delito”?
–Yo, personalmente, estoy en contra de pensar en la pena de muerte y en las penas sumamente largas. Porque a mí me parece que siempre tiene que haber un tiempo de evaluación para poder decir “esta persona cambió”. Si no cambió porque a lo mejor hay una patología de base en cuanto a la formación, ponelo en la institución adecuada que lo trate. Porque, evidentemente, a algunas personalidades perversas no creo que la cárcel les vaya a servir del todo. Les va a servir en una parte, pero en la otra parte... que se muera en la cárcel no creo que sea la finalidad que la sociedad espera de la cárcel.
–¿Cuál es la finalidad?
–Que el que fue delincuente por no respetar las normas que la sociedad exige, tenga un castigo para que pueda aprender e internalizar normas de convivencia y pueda volver a la sociedad. Se supone que la cárcel los debe rehabilitar. Y si no los rehabilita y son reincidentes, bueno, veamos cuáles son las fallas.
Preguntarse qué hubiera pasado si Toro terminaba su carrera de abogacía o se dedicaba a la docencia, ya no tiene sentido. Ni ella se imagina su vida de otra manera. Lo que es simple de imaginar es que algo estaría haciendo. No es una mujer de quedarse quieta. Ahora, por ejemplo, mientras lee todo lo que llega a sus manos, está por retomar el pincel en una escuela de artes de Neuquén. Y estudia Licenciatura en Turismo para tener otra profesión cuando se retire, dentro de un par de años. “Mi idea es ponerme a trabajar en otra cosa porque ésta es una etapa casi cumplida”, dice.
Así que dentro de unos años Toro habrá erradicado para siempre de su vida los borceguíes y estará vendiendo paquetes turísticos. No sabe si será una actividad más tranquila que la actual, los avatares económicos suelen ser bastante peligrosos. Pero está convencida de que posee lo que más cuenta al momento de emprender cualquier actividad: la pasión. La misma que la llevó hoy al puesto máximo en la historia penitenciaria del país.

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