PERFILES > PAMELA DAVID
› Por Flor Monfort
El de Pamela es el relato de la chica humilde que viene del interior con un montón de concursos de belleza ganados, y le gusta Buenos Aires, las luces y hacer dinero mientras estudia, tal vez mandarle algo a su familia a Santiago del Estero, y en algún momento tener que elegir entre comer o pagar el alquiler, pero con ese final feliz de las tan pocas que logran trascendencia mediática: la fama y plata ya no faltan pero los problemas son otros. Por ejemplo, cómo constituirse como “dama”, ese calificativo tan caro a los debates televisivos donde en rigor lo que se quiere decir es que una mujer no es gato (ni groncha). Esta preocupación atraviesa a Pamela David desde que está en pareja con el empresario Daniel Vila, porque por un lado debe ponerse el traje de señora conductora (cargo que ocupa, según ella misma dice, “porque es la esposa del dueño”) y por otro quiere mantener ese acento de provincia para que sus compañerxs de equipo no la traten como una marciana a la que sólo deben complacer y agradar y el público la deje entrar a su hogar sin suspicacias. Lo logró en alguna medida, y el éxito de su actitud tuvo mucho que ver en que además de conducir el engendro de las mañanas de América que trata todos los temas con el mismo peso pluma, Desayuno americano, esté al frente del debate de Gran Hermano, del que ya perdimos la cuenta de por qué edición va a la cabeza de los estereotipos (nada mas jugoso para la televisión que elegir al personaje en función del traje que se le quiere poner: puto, trola, travesti o chica violada). En ese juego de espejos es que Gran Hermano discutió, con Pamela a la cabeza, la incomodidad que le genera (¿a la casa? ¿al afuera?) la presencia de Valeria Licciardi, la participante trans que pide no ser catalogada y que es imponente y hermosa (lo cual inquieta mucho más a la audiencia y a buena parte de estxs debatidores que se preguntan, indignadxs, qué le gusta, qué tiene entre las piernas).
Pamela se esfuerza en remarcar que no incide en las decisiones de su marido sexagenario, que no es la dueña del canal, como le dicen maliciosamente, sino una mera empleada, pero bien que saca a relucir su cetro cuando le corta los pelos a Sofía Gala y sus argumentos a favor de la ley de identidad de género. Porque si hay algo que no hay que cortar es la onda con Victoria Vanucci, la principal defensora de no se sabe bien qué derecho de opinar que la identidad de género podrá ser una ley pero nunca un sentimiento (ni de ella ni de tantxs como ella, según dice). Y Pamela, que quiere preservar su amistad con la otra “mujer del establishment mediático” Vanucci de Garfunkel, ridículamente sentada en una especie de trono de terciopelo, la defiende con torpeza pero nobleza y, aun no pudiendo evitar su huida, se planta con la bandera de la dueña que bien sabe cómo ocupar su lugar.
Salida de un reality como GH, El bar, Pame está “agradecida a Dios por la familia que formé y por elegirnos para siempre”, como dice en su twitter y arrepentida de nada, pero si pudiera borrar ese pasado de contoneos y cotorreos con otras mediáticas a las que destrozó (Vanucci incluida) lo haría sin dudar. Pero no se puede borrar el pasado en la era de Internet Pame, por eso te recordamos que antes de lady eras una más de las chicas que hoy calzás con contornos tan definidos como estigmatizantes, vos que te quejabas tanto de que no valoraran tu inteligencia, tu talento, tu enorme gracia.
Gracias que vino un hombre de verdad, con todas las letras, no el bobo ese basquetbolista que tenías de primer marido, a valorarte y ponerte en el lugar en que todos y todas estábamos esperando que te pusieran: el de una más sostenida por el poder de un varón. Ojalá te dure, porque la caída puede ser muy dolorosa.
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