CINE 1
Condensando los estereotipos más viejos que pesan sobre las mujeres, Furiosa, la heroína de Mad Max, pelea como una fiera sin romance ni coquetería. Como hay que pelear por una y por todas.
› Por Marina Yuszczuk
Le falta un brazo, pero viéndola en acción más bien parece que a todos los demás nos sobra uno: desde manejar un camión perseguido por pandillas salvajes en ropa de cuero hasta colgarse de ese mismo vehículo en movimiento para arreglar un motor, no hay nada que Furiosa (Charlize Theron) no pueda hacer con su muñón. O a veces, con la prótesis de hierro que lleva colgada de una cadena. La protagonista femenina de Mad Max: Fury Road, interpretada por la mujer que engordó para Monster (2003) y se bañó en oro líquido para una publicidad de Dior, no estaba prevista en una saga masculina, fierrera y brutal, en la que el recuerdo lejano de una esposa muerta agitaba la rabia del loco Max (Mel Gibson) en el desierto australiano sin otra presencia femenina a la vista. Porque el mundo distópico de Mad Max era uno en que lo femenino parecía haber quedado irremediablemente atrás junto con la civilización, y tanto macho dando vueltas sin destino era parte de la pesadilla lúcida y solar de la película.
Furiosa era la única que podía ingresar a ese universo demasiado consolidado y ponerse al frente de un camión codo a codo con Max (ahora Tom Hardy) en la insana persecución de dos horas que conforma la cuarta Mad Max, porque se apoya fuerte en el hierro que siempre fue la materia prima de la serie de George Miller –lo asimila como parte de su propio cuerpo–, tiene algo de máquina, algo de varón con el aire militar del pantalón de fajina, las botas y el pelo afeitado casi al ras, el pecho ceñido con tres cinturones de cuero y la mirada celeste que puede condensar lo poco que resta de humanidad en ese territorio acabado, esa nada sobre la que transcurre la película, en una sola pupila. “Sos como un huracán/ hay calma en tu ojo”, le podría cantar Neil Young, pero el mundo se olvidó de esa fascinación y nadie canta nada.
Durante tres películas, del ’79 al ’85, Miller relató las andanzas de un héroe de pasado trágico en un mundo arruinado donde la lucha por el combustible pedía matar o morir, todo con tal de hacer lo único que quedaba por hacer, que era moverse. El paisaje australiano y su realidad están ausentes en la nueva Mad Max, filmada en Namibia como podía haber sido filmada en cualquier desierto donde el polvo y la arena infinitos hubieran borrado todo recuerdo del presente. Justamente por eso esta nueva película se metaforiza más fácilmente para contar, en medio de una lucha que ahora es por el agua, el intento por desviar el destino de todos de Furiosa, subordinada del villano Inmortan Joe que pega un volantazo y se escapa en su camión junto con las esposas del viejo cadavérico que quiere monopolizar la supervivencia. Tanto las mujeres –las embarazables y las que amamantan, a las que se ordeña regularmente– como las plantas y el agua pertenecen al tirano, aunque algunas hayan escrito “No somos cosas” en las paredes de sus celdas. Mad Max: Fury Road es la primera de la saga que planta una mínima esperanza en el horizonte de tantas fugas y persecuciones, y ese potencial viene de la mano de las mujeres. Mejor dicho: de las mujeres que se rebelan, de las guerreras. Las otras pueden aceptar su destino de recipientes de gestación o de vacas en un tambo; Furiosa y sus compañeras van a luchar hasta el final en una película-ciclón que tiene escenas de lucha protagonizadas por abuelas. Tampoco hay romance para esta luchadora, o lo poco que hay descansa en su capacidad para ser la mitad de esa máquina turbulenta y solidaria que forma con el héroe, dos cuerpos trajinando juntos sin decirse palabras. En lugar del beso final, él le clava un cuchillo en el pulmón para devolverle el aire que le falta. Su único secreto de belleza es mancharse la frente con la grasa oscura del camión que maneja cuando quiere guerra, y su nombre condensa esa actitud que no se permite a las mujeres pero que en la lucha es energía imprescindible.
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