EL MEGáFONO
› Por Karina Felitti *
Se repite mucho que en las escuelas católicas no se aplica la ley de educación sexual integral (ESI), que faltan capacitaciones, que no hay interés docente, pero el panorama es mucho más complejo. Para empezar, hay escuelas católicas que trabajan en sintonía con lo que promueve la ley, mientras que hay escuelas públicas, laicas, que no lo hacen. La laicidad del Estado se ha tomado como una consigna aglutinadora para exigir derechos sexuales y reproductivos pero al pasar el concepto a la política las situaciones se complican. Si en nombre del Estado laico se pintan consignas contra el Papa en una catedral o se proclama que la única iglesia que ilumina es la que se incendia, se confunde laicidad con anticlericalismo. Incluso saliéndose del discurso de las iglesias, hay movimientos que, anclados en la new age, la medicina natural o la crítica al capitalismo, rechazan las píldoras anticonceptivas y promueven la abstinencia sexual periódica como método de control de la natalidad. Religiones, religiosidades y creencias están allí y con ellas tenemos que dialogar.
Por otra parte, hay todo un arco de saberes y experiencias que cada docente trae en relación al género y la sexualidad. Muchos se interesan, se capacitan, leen, pero encuentran barreras profundas en su historia personal. Si bien la reflexión sobre estos aspectos biográficos es incentivada y requerida en todos los materiales de educación sexual y forma parte nodal de las capacitaciones, la urgencia por concientizar apura un proceso que lleva tiempo. Recuerdo cuando dos maestras que asistían a un curso de historia de las mujeres que dictaba me contaron orgullosas que ya no cocinaban todas las noches para sus maridos y que ahora entendían lo que era el empoderamiento. Y también recuerdo las caras angustiadas de los pocos varones que iban a los cursos cuando aclaraban que ellos no eran patriarcales.
Otro desafío es el trabajo con las familias. En clase hablan de vulvas y penes mientras que en casa se siguen nombrando chuchis y pitulines. Se desarman estereotipos de género en el aula y luego se arman los cumples con los nenes jugando al fútbol, con las nenas segregadas porque se entiende que ellas no juegan y los nenes que no quieren jugar obligados a hacerlo. Para las nenas la oferta en boga es una tarde de spa, cubiertas de crema facial, en bata y pantuflas rosas, inmóviles para que no se les caigan las rodajas de pepinos de los ojos. El mercado de juegos, juguetes, fiestas; el de la higiene femenina, regalando a las niñas toallitas para que se sientan “libres y seguras”, ahí están, construyendo identidades y promocionando modelos de ser y estar sexuales.
Así hay historias personales, creencias, religiones, mercado, industria cultural, que construyen relatos y proponen desafíos que la política pública afortunadamente atiende pero que, según vemos, requiere de tiempo.
* Historiadora e investigadora del Conicet en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (Iiege).
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