VISTO Y LEíDO
La primera novela de la poeta rosarina Irma Elena Marc sorprende por su manera de elaborar el contexto y las secuelas del genocidio argentino con un lenguaje indómito y zumbón.
› Por Daniel Gigena
Tal vez una de las sorpresas literarias del año, la primera novela de Irma Elena Marc (Rosario, 1951), Algunas alteraciones en la naturaleza de las cosas, narra con un lenguaje perturbado e irónico los efectos aún poco atendidos de los años de plomo. Cora, una ex militante maoísta, madre de una hija, sobrevivió al secuestro y a la tortura durante el genocidio argentino. Por supuesto no salió indemne: para escapar de la cárcel de la dictadura debió casarse con Charlie, “el que decía que era su mejor amiga”, dejar atrás a los compañeros de lucha y exiliarse en España por años. Ahora en su casa, donde lo único con vida son unas pocas plantas, recibe la visita de aparecidxs, familiares y amigxs muertxs que en cierto modo casi la obligan a iniciar viajes al pasado. “Te vengo a invitar a un paseo, un paseo muy especial, te voy a llevar al pasado, si decís que sí, vamos a visitar a las personas que vos quieras, en el tiempo que vos quieras. ¿Te animás?”, le dice Marcelina,”la vieja de mierda más divina” que Cora conoció en su vida. Aun con fastidio, dialoga con el fantasma fumador: “...hablé con voz de lejanía, una voz de distancias enormes, con el cansancio acumulado como polvo, sintiendo una vez más el goce de la melancolía, harta del goce de la melancolía, de la costumbre de vivir mal”.
Establecido de una vez en las primeras páginas el pacto de lectura –leemos una novela política protagonizada por fantasmas que se aparecen en la noche o en el fondo de una taza de té–, Algunas alteraciones... sigue los pasos de Cora hacia el pasado (se podría decir entre el pasado por la manera de avanzar a oscuras que la escritura de Marc imita con cuidado) y en los encuentros que mantiene con el Sopita, un amigo de su etapa revolucionaria, o con su hija Ana, que le reprocha que le haya puesto el mismo nombre que el de su tía, asesinada por los milicos. “Yo también sentía rabia, qué joder. Pendeja de mierda. Siempre lo mismo. En la vida de mi hija, desde que se anunció, parecía que iban juntos el amor y el espanto”, piensa Cora, afectada para siempre por la irrupción de los genocidas que, en aras del orden, alteraron de manera atroz la naturaleza de vidas y cosas.
“Algunos familiares y amigos fueron presos políticos o exiliados –dice la autora–. La persona más cercana de mi entorno que estuvo presa nunca pudo relatar lo que le sucedió, de modo que siempre sentí que faltaba ‘la palabra’, que la palabra también fue una víctima, otra desaparecida, algo sustraído que había que restituir, darle entidad, que yo tenía que hacer hablar lo silenciado. Sé que esa negación es una de las secuelas de los tormentos vividos; algunos pudieron hablar, dar testimonio para que se supiera la verdad; otros prefirieron vivir como si nunca hubiera sucedido. Las víctimas no fueron solamente los desaparecidos-detenidos, toda vez que el dolor y la tortura psicológica la padecimos todos los familiares y los ex militantes.” Sin embargo, la novela recupera esas circunstancias dramáticas desde una perspectiva anómala, muchas veces cómica o agresiva, incluso ridícula, como cuando Cora, por insistencia del Sopita, acude a una iglesia evangélica donde la farsa de la posesión divina (o demoníaca) le recuerda escenas de tortura padecidas durante el cautiverio: “Vimos también que varios le tiraban agua, supongo que bendita, y que la pobre aullaba y se sacudía como si le pasaran corriente eléctrica. Sin que me diera cuenta, empecé a gemir, me tapé la boca para tragar la angustia, pensando: Dios mío, el pelotudo del Sopita me manda a este lugar en la reputísima conchadelalora para presenciar un puto simulacro de tortura, a mí, justo a mí, que fui torturada hace treinta y cinco años, a partir de los cuales no tuve un puto segundo de mi puta vida en que lo pudiera olvidar”. Gran novela sobre la pesadilla de la historia encarnada en un personaje femenino de voz irrepetible.
Algunas alteraciones en la naturaleza de las cosas
Irma Elena Marc
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