Viernes, 10 de julio de 2015 | Hoy
EL MEGáFONO
Por Enrique Stola *
El profundo desconocimiento que tienen las y los funcionarios judiciales sobre los terribles efectos de la violencia de género en el psiquismo de las mujeres los lleva a acusarlas cuando ellas no denuncian la violencia contra sus hijos e hijas. Hace pocos días una mujer, en sede judicial y con protección, huyó aterrada cuando entró a declarar su violento marido. Deseamos que esta imagen le sirva al Poder Judicial para entender que la violencia contra las mujeres paraliza a las víctimas, no pueden evaluar adecuadamente los riesgos ni tomar las mejores decisiones; padecen –como mínimo– estrés postraumático crónico. Hay que romper con la idiota e ignorante creencia de que una madre debe reaccionar aunque sea instintivamente. La evolución cerebral y la cultura humana han eliminado el instinto si es que alguna vez existió.
A la vez, los fuertes prejuicios machistas que sostienen gran parte de los y las funcionarias judiciales hacen que cuando las madres denuncian el ataque del que son objeto –ellas y sus hijos e hijas– las acusen de mentirosas o, cuando esta acusación no es explícita, las sometan a mil vejaciones y violencias-institucionales que llevan a muchísimas mujeres a arrepentirse por haber recurrido ingenuamente a la llamada Justicia.
Las mujeres son objeto de una gran trampa patriarcal: son, en general, las víctimas, son las que sufren los golpes y descalificaciones, son las que menos ganan, son las que mueren, son a las que les matan los hijos y, fundamentalmente, son las sospechosas de querer dañar a los hombres.
Ya apenas setenta y dos horas pasada la marcha por “Ni una menos”, el 3 de junio pasado, muchos periodistas, columnistas y conductores dejaron el discurso políticamente correcto para expresar sus alarmas, sus temores de que a las mujeres se “les vaya la mano” y exijan cosas “que limiten la vida normal”. La respuesta patriarcal comenzó a esbozarse y será más fuerte, pues fue insoportable para los machistas de derecha-centroprogres-izquierda el que las mujeres ocuparan el masculino espacio público. “¿Y a nosotros quién nos defiende?”, gemían algunos violentos varones temerosos de perder sus privilegios. Ha crecido el miedo y es notable que jueces y juezas humanamente sensibles hayan abierto sus mentes a que la violencia contra las mujeres es un problema social y no un limitado conflicto vincular. Por otro lado, es inevitable que los jueces y juezas machistas traten de reafirmar su posición, ya que se sostienen en sus creencias religiosas y en el modelo de familia androcéntrica que Occidente nos impuso desde 1492.
* Médico psiquiatra feminista.
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