INUTILíSIMO
Los errores gramaticales que circulan libremente en la conversación son muchos, pero hay algunos que son socialmente terribles”, proclama con mucho tino Jacobita Echaniz en el Libro de Etiqueta (Editorial Bell, Buenos Aires, 1951). Por supuesto que los errores de vocabulario también pueden sonar fatales y desacreditar a quien los profiere, especialmente cuando la persona trata de parecer refinada y cae en el inconcebible mal gusto de decir, por ejemplo, “mi señorita hija” o “mi señora madre”. “Expresiones que –asegura la señora pedagoga Echaniz– jamás han de oírse en boca de gente culta.” Pero, sin duda alguna, lo peor de lo peor es incurrir en “vulgares errores gramaticales que hay que combatir muy seriamente porque se consideran imperdonables en sociedad”.
Dichos tales como “¿Lo qué?” o “¿Usted se cree que..?” pueden provocar un desmayo si son escuchados por damas aristocráticas. Asimismo, hay otras muletillas que, sin ser tan bochornosas, son inelegantes y es preferible mil veces evitarlas, a saber: “¡Seguro!”, en respuesta a una pregunta, mientras que “mi mamá, mi papá”, “sólo es permisible dicho por chiquitos”, porque los jóvenes y adultos deben decir “papá y mamá”, a secas, o en todo caso, “mi madre y mi padre”.
Hay toda una temática relativa a la salud que se considera grosero hablar en sociedad, en especial detalles que tienen que ver con enfermedades (no pronunciar nunca, por favor, la palabra “dolencia”). Ninguna persona realmente fina usará en público vocablos como “callos”, “juanetes”, “intestino”, “granos”, etcétera. El Libro de Etiqueta nos informa asimismo que la gente bien nunca emplea las siguientes expresiones: “¡Salga de ahí!”, para significar incredulidad, “¡Qué ricura!”, al referirse a un plato exquisito, “¡Qué porquería!”, frente a algo que nos provoca rechazo.
Otra excelente norma para no pecar en la conversación es evitar las frases que empiezan con el pronombre yo, sostiene el manual citado. Verbigracia: “Yo no me iba a dejar pasar por cualquiera”, “Yo le dije, si usted se cree que...”. Aunque en contadas ocasiones el yo puede resultar necesario, la cantidad de frases que se inician con este pronombre denota el nivel social de quien las formula, “más bajo cuanto más se escucha en las conversaciones”.
Sólo nos queda, para completar la provechosa lección del día, decir dos palabritas acerca de la entonación que, para dar impresión de finura, debe evitar “la fútil acentuación de ciertas palabras”. La principal característica de la persona guaranga, dice doña Jacobita, “es que no puede decir nada si no grita, y además acompaña el alto volumen con muchas variaciones en el ascenso y descenso de la voz”. Un consejo de oro, entonces: “Hay que ejercitarse hablando sin inflexión alguna y con el timbre de voz lo más bajo posible”.
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