INUTILíSIMO
Es de lamentar que los buenos modales hayan caído en creciente desuso con la precipitación y la impaciencia de la vida moderna, donde se busca siempre el camino más corto y engañosamente efectivo. Por fortuna, el opúsculo La educación de la cortesía, de Henri Pradel (Ediciones Paulinas, 1959) nos adoctrina con mucho tino sobre la importancia de esta virtud: “Nuestra vertiginosa vida moderna sería un infierno si no pusiéramos algo que suavice las relaciones humanas. Quienes se vanaglorian de ser modernos, despreciando la cortesía, abandonan el vehículo más útil en la travesía de la existencia, y el más favorable para obtener el éxito y el triunfo en la lucha por la vida. Despreciar las buenas maneras no es ser moderno sino, por el contrario, salvaje y primitivo”.
Henri Pradel cita, para respaldar su tesis, al duque Levis-Mirepoix y su Physiologie de la politesse, a Emerson y sus alabanzas de la amabilidad, a La Bruyère, que explicaba cómo defenderse de la vida sin urbanidad. Y también —¿por qué no, considerando la casa editora del manual de marras?—al mismísimo Mussolini, hombre tan ocupado que, sin embargo, era muy capaz de comenzar una carta privada de este modo: “Excúseme el que me haya demorado hasta hoy, miércoles, para responder su carta del lunes” (sic). Otro ejemplo conmovedor que menciona el autor de La educación..., es el de María Antonieta cuando subía al cadalso y tropezó con el pie del verdugo: la fina dama tuvo la sangre fría de disculparse: “Le pido perdón, señor, no lo hice adrede”. Frases como éstas, advierte perspicaz Pradel, no se improvisan en semejantes momentos sino que “atestiguan una larga costumbre de cultura y delicadeza”.
La buena educación no cuesta nada y con ella se compra todo, sostiene el manual. En verdad, las ventajas se multiplican si se procede con “sencillez distinguida, por la simple razón de que agradamos a los demás y a la vez nos quedamos contentos con nosotros mismos”. La descortesía, por el contrario, es una disminución del ser, mientras que las buenas maneras hacen buenas personas. La ecuación es obvia: “Una sonrisa y una atención delicada ampliarán nuestra capacidad para el bien, nuestra irradiación, nuestro apostolado”. Virtud contagiosa, la cortesía propia incita la cortesía del prójimo.
Por cierto, estamos hablando de una virtud cristiana, puesto que la Iglesia siempre ha propiciado el respeto hacia los demás y el olvido de uno mismo para complacer al otro. En palabras de San Francisco de Sales, “la cortesía es el barniz de la caridad”. Y dentro de la práctica de las buenas maneras, la puntualidad, como se sabe, “es la cortesía de los reyes”. Sin embargo, plañe Pradel, “cuántos jóvenes hoy en día ignoran los horarios, demorándose a la hora de la comida en la mesa familiar o en la misa dominical”. He ahí por qué no se producen progresos espirituales, morales y sociales en la gente impuntual. Razones más que suficientes para que “la educación de padres y maestros trabaje para incrustar (sic) estos reflejos nerviosos en los niños”.
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