INUTILíSIMO
Pues sí, hijas, ésta es la simpática orden que nos da Helen Gurley Brown en su libro El sexo en la oficina, un best-seller de los años ‘60 en el cual, según reza la solapa, “su joven autora nos explica cómo el viaje de negocios de una muchacha que trabaja es susceptible de convertirse en la más sexy de todas sus aventuras oficinescas si aprende a encandilar a un hombre. Porque así es, chicas, en la oficina podéis encontrar marido, que es lo que os preocupa a todas” (como habrán notado, se trata de una traducción hispánica, editada por Grijalbo). Pero pasemos raudamente al tema de los afeites, que es el que nos convoca desde el título.
“Muchos expertos aconsejan a las chicas que trabajan que se maquillen al mínimo”, escribe nuestra buena amiga Helen. “La oficina, dicen, no es un lugar adecuado para deslumbrar ni aturdir y las chicas trabajadoras sólo deben oler a jabón, olvidándose de Nuit de Longchamps, Joy o cualquiera de esas tonterías aromáticas.” De más está decir que la exitosa ensayista está en completo desacuerdo con esa opinión: “¡Naturalmente que no debéis maquillaros al mínimo para ir a la oficina!”, se apasiona. “¡Por Dios, chicas, que en las oficinas es donde están los hombres!”, es decir, el objeto de la cacería (una vez alcanzada la presa, podéis demaquillaros un poquitín). Gurley Brown conoce muy bien todas las trampas que hay que tender a los representantes del sexo masculino. Por ejemplo, ella tiene claro que ellos gustan de las jóvenes que tienen un aspecto natural, “pero, desde luego, esto no quiere decir necesariamente que ese look tenga que ser natural de verdad. Porque equivaldría a una cejas unidas sobre la nariz, una cabeza desgreñada y otras lindezas”.
Helen prefiere sincerarse con nosotras (no con los varones, claro está) y nos aclara: “Estos consejos sobre la conveniencias de no pintarse suelen ir acompañados de esas tonterías sobre el alma hermosa que brilla en todo su esplendor en un rostro limpio”. “Cuando aparezco en la televisión con mis sostenes rellenos, mi dentadura arreglada, mi nariz rectificada por la cirugía estética, pancake, pestañas postizas y peluca, acaso no sea muy natural, ¡pero estoy arrebatadora!”, dice muy segura esta pionera, que todavía no conoce ni el colágeno ni el bótox ni las lipos. Y prosigue: “Si deseáis sentiros como princesas y hacer que os ocurran cosas en la oficina, os aconsejo que os pongáis mucho maquillaje, pero de una manera natural. Así, los hombres repararán en vuestra presencia, trabarán conversación con vosotras e incluso creerán que sentís interés por ellos y os lo corresponderán. No quedaréis arrinconadas ni pasaréis desapercibidas como les suele ocurrir a las chicas sin maquillar”.
¿A que nunca nadie les habló con tanta franqueza y espíritu práctico como Helen Gurley Brown? Para completar esta sucinta aproximación a la manera adecuada de pintarse para ir a la oficina, HGB nos indica: una base de fondo, dos clases de carmín, lápiz labial, sombra para los ojos, eye liner, lápiz para las cejas, rimmel, polvos. Todos ingredientes que hay que distribuir en vuestros rostros ¡con naturalidad! Para lo cual se impone madrugar a fin de tener tiempo suficiente para realizar una verdadera obra de arte en vuestro rostro. Y, hala, a conseguir marido.
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