INUTILíSIMO
Pomadas, cremas, afeites, polvos, aparatos complicados que ofrecen un mundo de promesas en cuyas redes caen aquellas que creen que tan artificiosos medios van a borrar las marcas de los años que pasaron y así, en su alucinación, contribuyen a enriquecer a viles charlatanes”: de esta guisa se despachaba en septiembre de 1936 la revista argentina Viva Cien Años, editada por la Asociación de Orientación y Educación Sanitaria. La edificante nota “Los mercaderes de la belleza” está firmada por el doctor Mario Alzúa, un profesional que no se queda corto a la hora de llamar nuestra atención y ponernos a la defensiva respecto del arsenal de potingues y aparataje usado por los susodichos charlatanes, “que hacen presa de su piel, sus manos, sus cabellos ¿y cuál es el resultado? Nulo, al menos para la confiada paciente, porque para el estafador, el negocio no puede ser más pingüe”.
Desde luego, la nota de Viva Cien Años reconoce que hay gente seria y especializada en cosmetología, pero asegura que es una minoría, “ya que la gran mayoría son ineficaces y lo que es peor, perjudiciales, netamente charlatanescos”, según el resultado de la investigación de la Asociación Médica Americana, que agrupa a 90 mil médicos de los Estados Unidos. En otras palabras, “cualquiera puede embotellar grasa y venderla”. Y si usted tiene la piel reseca y descamada, “es probable que esa materia oleosa suavice sus grietas, pero nada más: conseguiría lo mismo con dos gotas de buen aceite de oliva”.
Son varios los métodos respecto de los cuales el doctor Alzúa nos previene: la electricidad, que con tanta frecuencia como irresponsabilidad usan los supuestos profesores de belleza y que entraña gran peligro para las incautas; los masajes violentos hechos por manos inexpertas, que torturan a la paciente y por lo general la perjudican, además de obligarla a comprar algunas cremas; máscaras que pretenden alisar cutis y hacer desaparecer la papada y solo provocan irritaciones; la “gimnasia electropasiva, tan en boga en la actualidad y usada por quienes aspiran a dar tersura a su piel, y que sólo debería ser aplicada por un profesional capacitado”.
Según el articulista, “está comprobado que cuanto más caro se paga un cosmético, tanto mayor es la aceptación de que goza, sobre todo entre las gentes de dinero”. Por otra parte, para impresionar, son muchos los charlatanes “que alardean de poseer falsos títulos universitarios”. Tanto es así que no faltan aquellos que se hacen pasar por dermatólogos, “un título que solo se aplica a médicos recibidos en la facultad”. Al parecer, el doctor Alzúa podría citar “hasta el infinito” casos en los que fue peor el remedio (cremas, aparatos, masajes) que la enfermedad (las arrugas, la flacidez): “Habría que obligar a los que elaboran tales venenos a usarlos... Luego ¡ni ellos mismos se reconocerían!”.
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