En el verano porteño, las comparsas pueden traducirse en el desfile de miles de personas de trajes coloridos y percusiones varias al viento que, enarbolando el dignísimo reclamo del regreso de ciertos feriados carnavalescos, cortan calles, callecitas y avenidas del microcentro. Tal vez se trate de los efectos de los elevados niveles de humedad, pero
lo notable del caso es que: a) consiguen el auxilio de la policía para que ningún conductor/a desprevenido/a se los lleve por delante; b) consiguen que la gente que camina por ahí, de repente, se olvide de que el día anterior estaba diciendo cuánto les molestaba que los piqueteros hicieran algo parecido, se ponga a aplaudir porque qué lindo es recuperar tradiciones nacionales y populares; d) no levantan ni media queja por el entorpecimiento del tránsito, y todavía menos por el cercenamiento del derecho constitucional a tener libres los oídos de reclamos ruidosos. Raro. ¿Será cuestión de que los reclamos sociales apelen a la imaginería de la alegría popular para que nadie se queje por su propensión a mostrarse sin disfraces?