Si cambiamos lo de "animales" por un más democrático "cuerpos" y agregamos una leve llovizna de rayos catódicos, podemos comprobar cuán maravillosos y útiles están resultando los avances de la ciencia en los últimos años. Prendiendo la tele a la noche, por ejemplo, no quedan dudas de que el tiempo pasará para todo el mundo menos para las divas más divas de la pantalla vernácula, que año tras año nos obsequian sus regresos fastuosos para mostrarnos a nosotras –humildes teleespectadoras que nos negamos a afrontar la difícil batalla de negarle entidad al paso del tiempo y a la lenta llegada de la muerte– cómo uno de los más ansiados sueños modernos se ha hecho realidad en su cuerpito gentil: ni una arruga por aquí, ni medio ceño fruncido por allá, mucho menos patas de gallo por acullá. Lo que se dice un auténtico prodigio científico. A esta altura, no nos queda más alternativa que reconocer –con la barbilla en alto (para que no se nos arrugue el cuello)– que la gestualidad no será lo último que se pierde con la cosmética high-tech, pero en todo caso, ¿a quién le importa ir perdiendo el aspecto humano si el resultado final es estar divina?