MONDO FISHON
Ya nadie en su sano juicio sería capaz de sostener que en este mundo haya cuerpo digno si no ha sido operado, retocado, refrescado, acomodado, bah, a esa máquina de seducir per-fec-ta que se supone que una debería tener por territorio propio, en lugar de este manojo de arrugas, kilos desubicados y pelos impeinables que somos. Ya lo decía Simone: mujer no se nace, se hace, y sí, está bien, ella lo decía en otro sentido, pero a nosotras nos conviene releerla así, qué tanto. A fin de cuentas, hay que entrar en la modernidad. Pues bien. Acordado que hemos en lo fundamental, pasamos a referirles que el mundo científico al servicio de la belleza (nuestra belleza, nuestra necesidad, nuestra felicidad, bah) acaba de mejorarse a sí mismo: ya no hace falta someterse al bisturí para estar espléndida. Alcanza, apenas, con una firme voluntad y algunos pesos, de acuerdo con la magnitud del cambio que desea una introducir en su vida (no es lo mismo hacerse unos módicos rellenos absorbibles con colágeno humano o bovino que atreverse a una rinoescultura), pero siempre teniendo plena conciencia de los peligros que nos pueden rodear: el botox puede hacer perder el sostén del cuello si es mal aplicado; los rellenos permanentes se llevan mal con las siliconas (o una cosa o la otra, nunca ceder a la gula); el transcelular (abrasión con cristales, exfoliación con succión e ionización...) requiere la prolijidad de someterse a él cada mes; las cintas con vitaminas y minerales reducen contorno corporal siempre y cuando no se aumente de peso (un poco de espíritu de sacrificio, che); y el modelado corporal puede dejar algunos moretones durante una semana. Pero salvo esos detalles, todo espléndido, eh.
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