El poder sienta bien, dicen algunos y algunas, sobre todo quienes han gozado de sus favores. Pero claro, no todo es dulce cuando los ojos que miran se multiplican. Y no es lo mismo cambiar de look para sorprender a los amigos que a la población completa de un país. Doña Marta Sahagún no se privó de las posibilidades que trae ser la esposa del presidente de México. Excusas no le faltaban, ella tenía que representar al país, fue por eso y sólo por eso que visitó las casas matrices de Valentino y Chanel para hacerse de tantas perchas como las que tuvo que entregar no bien la acusaron de haber aumentado el “gasto de representación” en un 400 por ciento desde 2001, cuando la ex portavoz de Fox se convirtió en su consorte. Es que los gastos de la primera dama se anotaban en el presupuesto –vaya transparencia– y se notaban en el aspecto de la señora que dejó de ser una anticuada señora madura para convertirse en una moderna y bien maquillada mujer de este milenio. Molesta y consternada, doña Marta acaba de vaciar su guardarropas para entregar nada menos que 30 mil dólares en prendas a la caridad –específicamente a la Asociación Mexicana de Lucha contra el Cáncer– para ser subastadas. “Este gasto se ha hecho con estricto apego a la ley, pero con nada me quedo”, dijo en el acto de la donación mientras corría un lagrimón por su mejilla.

El hecho es que tan desprendido gesto amenaza con hacer escuela. ¿Qué será entonces de la vida de nuestra propia primera dama, perdón, primera ciudadana, si se viera obligada a entregar lo que ha acumulado en tanto viaje internacional? ¿Estarán detallados en el presupuesto de la Nación sus trajecitos blancos que tan bien han blanqueado de connotaciones peronistas a la candidata blanca del Frente para la Victoria? Vaya a saber, en esta tierra donde todo se consigue por canje a lo mejor en lugar de encontrarnos con el monto de lo gastado en galerías internacionales probablemente el presupuesto del Senado venga en el futuro auspiciado por Armani. Que no se sabe si de eso se trata la nueva política, pero por lo menos queda fino, che.