MONDO FISHON › MONDO FISHON
Detrás de esos destellos inalcanzables, de esos cuerpos vaporosamente firmes, de esas sonrisas y miradas que, ay, no son de este mundo, detrás de esas chicas a quienes el destino y la sabiduría de la naturaleza bendijeron con la dicha ultraterrena de ser modelos, sépanlo, sepámoslo, hay seres humanos. Y es que, gracias a nuestra lectura de cabecera en los ratos libres (Para ti, por supuesto), nos venimos a enterar de que el mundo de la belleza y el glamour está poblado de historias de pobreza, angustia, lucha, superación personal, dramones de esos que una solamente se imagina (y hasta ahí) en las viejas novelas de Grecia Colmenares. He allí, créannos, chicas con sensatez y pasado. No es sólo que en su infancia y adolescencia las pobres chicas hayan tenido que cargar con motes poco creativos sobre su altura y esbeltez (jirafa, palo, inspectora de cielorrasos, et al), tampoco que semejante charme irreal les haya dificultado las relaciones con los chicos. No, no. Hay cosas piores. Carolina Gimbutas, por ejemplo, con sus 26 añitos aprendió a jugar con gatos hidráulicos y rulemanes que encontraba tirados en el taller mecánico de su papá Wilson antes que con (como correspondía) muñecas. No era que viviera la pobreza como carencia o barrera en su vida, pero ese pasado humilde le sirvió para dimensionar el mundo del modelaje desde otra perspectiva: “Trabajo con gente que tiene mucho y que es muy diferente a mí en todo sentido”, explica ella, que sigue “viviendo en un barrio humilde, en una casa llena de luz, rodeada de una familia con sus problemas”, pero a la que, Pancho Dotto mediante, ahora puede ayudar: su papá “no podía creer que con un comercial yo ganara lo mismo que él ganaba trabajando como un burro durante un mes”. Y no, claro. Emocionante es también la historia de Natalia Cekauskas (de los monoblocks de Villa Lugano a la magnificencia del debut como cara de Hugo Boss), de Katya Fuks (“crecí entre gallinas, pollos doble pechuga, el ruido del tractor y las carneadas de invierno”), pero si hay una que nos supera, embarga y derrite como un copo de nieve en diciembre es la de la espléndida Luciana Marinissen (chica favorita de Marc Jacobs, Gianfranco Ferré, Giorgio Armani y Alexander McQueen). Ella es de Bahía Blanca, hija de colectivero (ahora, camionero) y empleada doméstica; supo lo que era comer fideos a falta de otra posibilidad, el “vacío” que se siente dejar el colegio y la solidaridad con sus hermanos. Ser modelo, reconoce, cambió su vida: “A mí me pasó lo de Maradona. Fui tocada con una varita mágica... ¿Y qué estaría haciendo si no fuera modelo? Seguro que estaría limpiando casas, como hizo mi mamá. O, como dice mi novio Darío, embarazada y llena de hijos”. Voilà.
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