Vie 10.11.2006
las12

MONDO FISHON

Lujos modernos

› Por Victoria Lescano

Los diseños de Trosman invitan a investigar en siluetas, cortes, superposiciones y volúmenes. “En lugar de recurrir a la historia de la moda prefiero mirar al futuro, considero mis diseños como algo que pudo haber salido de un molde de la revista Burda, pero también como a restos de un cangrejo que fue abierto y colgado patas para arriba”, suele decir la diseñadora que ironiza sobre la metodología de la costura tradicional y el lujo accesorio fusionando fragmentos de plásticos para juguetes con telas. Durante el invierno 2006, en su taller con adrenalina fabril situado frente a la cancha de Atlanta, la diseñadora exhibía en su pizarra de trabajo, a modo de disparadores de la colección verano 2006-07 algunas fotografías de trajes de astronauta y también complejas fachadas arquitectónicas. El martes 31 de octubre los trazos de ese storyboard con influencias espaciales bajaron a la Tierra, más precisamente a las mullidas pasarelas del hotel Alvear. La invitación al show –celebrado poco antes de la hora del té– fue impresa en color crudo y adornada con una borla de pasamanería de cortinas, que ya anticipaba que los asientos serían numerados y codiciados. Un salón de estilo francés fue especialmente “intervenido” en sus gestos barrocos: cortinados de terciopelo y lámparas con caireles fueron recubiertos con telas y paredes blancas. El resultado rozó el clima de un sutil panic room atiborrado de fashionistas. Realizados en azul, nieve gris y negro, los atuendos de Trosman para el verano 2006-07 adoptaron e innovaron en formas envolventes, ostentaron decenas de frunces y tablitas en frentes de tops, costuras de las piernas, centros de saquitos de mangas cortas y largas, bolsillos de pantalones pescador, sueters y cinturas de musculosas devenidas vestidos. Pese al calor que emanaban los spots con miles de watts que guiaban la caminatas de modelos lookeadas con pelo largo y lacio y maquillajes sin estridencias, el clima de la presentación fue gélido, casi tan aséptico como las salas de estar que podrían habitar esos astronautas cuyos bocetos colgaban del corcho de trabajo. Los zapatos de taco vertiginoso, deliberadamente toscos y dignos de meretrices –nomenclados en el catálogo como Jessie– y el último grito de la moda en collares (cordones de tela con terminaciones de plástico simulando boleadoras orgánicas) incorporado a las prendas fueron los accesorios elegidos. No es habitual que Trosman (quien ambiciona mostrar en las pasarelas de París, “aunque me lleve muchos años conseguirlo”, y que, para ello, además de mostrar en un showroom llamado MC2 hizo una presentación formal de sus ropas y sus diseños ante la Cámara de la moda francesa) presente sus temporadas en la semana de la moda local. El desfile fue una coartada para festejar las buenas nuevas de su firma: de la aparición en publicaciones de moda internacional –los libros Fashion Now y Samples–, el lanzamiento de una colección masculina ideada en equipo con su pareja, el modelo Pablo Sandrigo, y la flamante apertura de un local con display de buzos acuáticos en la vidriera y cuidado interiorismo en madera en Paseo Alcorta. Pese a que algunos amigos vaticinaban que la diseñadora, embarazada de nueve meses, podría parir a modo de happening al cierre de las pasadas, no fue así. Una niña, en cambio, emergió en un modelito de top con silueta envolvente, tablas y cintas bautizado Rosa, su futuro nombre.

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