Vie 06.02.2004
las12

YO, PECADORA

La envidia

Sostiene una antigua leyenda urbana que hay que cuidarse mucho de los toboganes en las plazas porque nunca falta algún degenerado que coloque estratégicamente una gillette a fin de que las criaturas al deslizarse se pelen como naranjas una franja de piel. De sólo imaginarlo nos da repelús, y –la Diosa nos libre y guarde– no es que frente a esta foto de la insoportablemente bella Ava Gardner (1922-1990) se nos vaya a pasar por la cabeza la idea de que si se hubiese hecho un tajito en sus esculturales muslos, habría sido un poquitín menos perfecta... No, pobre, que bastante tuvo con tener que lidiar con esa cara, esos ojos, esas cejas, esa boca, ese piel, ese cuerpo que llevaron a que se la definiera como “el animal más hermoso del mundo”, y no se la tuviera en cuenta como actriz prácticamente hasta que llegó Joseph Mankiewicz con La condesa descalza (film cíclicamente pasado por el cable), cuando el esplendor físico empezaba a decaer, con las marcas del alcohol, el tabaco y las desdichas que le procuraron sus incontables amores. En especial la pasión tumultuosa –esa que no deja vivir juntos ni separados– con Frank Sinatra, un amor loquísimo del que siempre guardó nostalgias –como Madonna de Sean Penn–, aun en la etapa española, cuando zigzagueaba entre un torero y otro (Mario Cabré, Antonio Ordóñez, Dominguín...). ¿Será una maldición ser tan pero tan bella, del pelo de la nuca al dedo gordo del pie? Porque Ava fue divina desde chica: lo prueban las fotos caseras de infancia y adolescencia. Cuando Hollywood le echó mano, no tuvo que retocarla como a otras, ni ponerle luces especiales porque ella siempre salía impecable. Pero, lo mismo que el dinero en cantidades, parece que la belleza absoluta no trae felicidad, lo que no significa que las menos bellas la tengan más fácil. De modo que podríamos concluir que si la dicha total es siempre inalcanzable, más vale que lo sea con suficiente hermosura. Aunque no tanta como la de la rutilante Ava, que somos envidiosas pero no tanto. Apenas para un pecadito venial...

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