EL MEGáFONO
El drama es la exacerbación extrema de la mirada
Por Daniela Gutiérrez
El control de la infancia no es algo nuevo, lo que sí resulta novedoso ahora es cómo se naturalizó toda una batería cada vez más microscópica, imperceptible y sofisticada de dispositivos vinculados a las nuevas tecnologías. Si el panóptico suponía ya en 1787 que controlar a los sujetos no dependía del tratamiento coercitivo directo sino de la disposición de los sujetos, podríamos pensar que las nuevas tecnologías han dado un paso más: ahora podemos hacerlo a control remoto.
La mirada lo domina todo, y probablemente hoy hasta la paternidad necesite de cierta visibilidad. Aunque ya no se necesita estar ahí, ahora la tecnología dirige con exactitud la racionalidad, entonces como nunca antes el conocimiento sensible puede precipitar a los abismos del error. Ahora hay que querer y que necesitar VER.
Camaritas, baby calls, celulares, detectives nos acercan virtualmente a lo que pasa: en vivo y en directo. Sin embargo, lo que realmente se compra cuando se dispone de esta tecnología es una ilusión de verdad “ver para creer”. No basta la palabra, o su silencio para dar cuenta de lo que pasa en relación con la subjetividad infantil –¡no más analistas!–, ahora se terminaron metáforas y desplazamientos, condensaciones, sueños o pesadillas. La vida psíquica, lo que un niño siente o vive en el lugar donde está es lo que está a la vista.
La lógica policíaca, la evidencia, ha suplantado a la comunicación interpersonal. La intimidad, sin embargo, sigue estando allí, a pesar de la invasión de la privacidad, del avasallamiento que supone no sacarle los ojos de encima siempre hay algo inescrutable, invisible y que resiste y re-siente. Los procesos de subjetivación son mucho más complejos y se necesita algo más que una camarita placebo de los mayores, para dar cuenta de ellos.
El drama visual de la época es quizá la exacerbación extrema de la mirada. Mucha tecnología capaz de conjurar cualquier azar, de contener cualquier miedo o fantasma.
Si todos y en especial los más vulnerables hemos perdido el status de ciudadanos para ser “potenciales víctimas”, si las nuevas tecnologías no estuvieran allí como placebo o conjuro de ese miedo construido. Si no fuese cierto lo que vemos, ¿qué nos queda?. Apenas una ilusión, un fantasma, una película que cubre nuestra piel de sensaciones pretendidamente verídicas, una noción vaga de nuestra pertenencia al mundo, unas pocas cosas más, apenas nada: casa, amigos, familia, afectos, y esa sensación de hartazgo infinito que nubla la vista cuando surge la preguntas tan repetidas y tan incontestadas. Sonría lo estamos filmando.
* Investigadora del área de Educación
y Cultura de Flacso