Vie 13.07.2007
las12

VIDA DE PERRAS

Perla abrio la peluqueria

› Por Soledad Vallejos

Tal vez se la hayan topado en el zapping. Don Luis frena la camioneta y baja. Dentro queda una señora (su mujer, su hermana, una amiga, no se sabe y de todas maneras no importa) que, a la distancia, sigue sus pasos con una sonrisa de lo más amigable. Cuestión que Don Luis sigue hasta donde conversan otras dos señoras, una que no nos importa demasiado, y otra a la que él se dirige específicamente: Perla. Al principio no se sabe muy bien de qué va la mano, porque el tono es simpático pero no y Don Luis ya ha llegado a una etapa de su vida en que los rasgos enmascaran toda intención. Entonces saluda a Perla y le dice que supo que ella había conseguido el préstamo para abrir la peluquería en el mismo banco que él había hecho lo propio pero para su campo. Ajá, dice Perla, tan desconcertada como la televidente distraída. Y sigue Don Luis: que si en el banco de marras le habían hecho algún problema. ¿Con qué? Con eso de que aunque ella sea Perla su documento de identidad muestre nombre de varón. A Perla la voz se le vuelve un poco más grave, un poco más seria, dice que no, ningún problema, el crédito estuvo a su disposición de todas maneras: ahí tiene la prueba, la peluquería. Ajá, dice Don Luis, entonces le pido perdón. Como prenda de disculpa, le regala una bailarina de cerámica: la hizo él mismo, con sus manitas ajadas. Perla se conmueve, sonríe. En algún momento, Don Luis sube a su camioneta, parte. Sobre una imagen del pueblo suspendido en el aire, perdido en la pampa, el tiempo, en una tanda de una noche cualquiera se sobreimprime el texto: “Tu vida cambia cuando hay un banco que se anima a cambiar”.

La publicidad pertenece a la nueva campaña del Banco Provincia, es responsabilidad de Carlos Agulla y Ramiro Bacetti, aquellos publicitarios que sellaron a fuego la década pasada con piezas memorables de llamas que llamaban, candidatos a presidentes que aburrían y más celebrities del mundo de la venta creativa. Lo hicieron desde su nueva productora, El Cielo, y para lograr esa calidad tan fílmica, esa quietud tan cinematográfica, recurrieron al director (de cine, claro) Esteban Sapir. Desconozco el nombre de quien perso-nificó a Perla, pero me van a disculpar si les digo que, en cambio, sí puedo ofrecerles retazos de una conversación con una amiga (con permiso de ella, faltaba más) a la que llamé apenas terminé de ver la pu-blicidad. La charla viene a cuento porque Lohana Berkins, que de ella hablamos, además de presidenta de Alitt (Asociación por la Lucha de la Identidad Travesti Transexual), es una persona de carne y hueso que se puede prender de la tele y del teléfono tanto como una, en especial cuando median casos especiales. Vale decir que ella ya había visto la pieza más de una vez, así que me llevaba la delantera en cuanto a cosas pensadas al respecto. Le había gustado. Y todavía más: la había desglosado desdoblando su personalidad y todo.

Dijo: “Me parece muy linda y la puedo ver desde dos lados”. ¿Dos lados? “El primero, desde mi lugar como mortal travesti, como una travesti del montón. A mí, como travesti, me conmovió, me parece que fue muy respetuosa, sobre todo en lo que respecta al tema de la identidad, ¿no?, en cuanto a la construcción de la identidad. La compañera no es para nada estereotipada, y los contrastes que hay con el señor, que es un señor grande, y la señora que lo espera en la camioneta, marcan una diferencia pero vivida con respeto. A mí, esa construcción me parece que hace pensar que los cambios no son cuestiones generacionales, que en realidad uno puede cambiar a cualquier edad. Quiero decir, desmitifica eso de que la cuestión cultural siempre es un cambio a largo plazo.” En realidad, el primero en verla había sido su hermano, que enseguida le avisó para que estuviera atenta, “porque todos en mi familia tienen muy metido el ente travisteril, viste, por la convivencia, ellos conocen y participan en la lucha cotidiana”. Desde esa perspectiva, entonces, desde su lugar privado como persona que una noche cualquiera ve tele con sus sobrinas, le pareció lo más bien.

¿Y el otro lado? “Como activista y coordinadora de una organización social me sigue conmoviendo... ¡no me voy a poner bipolar! Me emociona verla, pero enseguida pienso si no quedará meramente en una postura comercial, si no será solamente un esnobismo. Quiero creer que realmente, a la hora en que las compañeras vamos a pedir un crédito, nos lo concedan”.

Y ahí quería llegar: al punto en que el mundo de la publicidad y el mundo real se encuentran más allá de lo declamativo, o todo lo bonito y sesudo que sea posible decir sobre representaciones y construcciones varias. Porque a mí, desde un lugar no travesti también me emociona, vamos, también me dejó de una pieza encontrarme con ese señor tan monono y tierno y esa travesti tan sorprendida y reconfortada por el gesto del perdón y el reconocimiento (¡tan difícil de hacer que hasta cuesta narrarlo en la publicidad!), pero una cosa es mi burbuja y otra las ajenas. Por eso de que la pulsión chusma es lo último que se pierde, después de hablar con Lohana me metí de lleno en foros de distintos sitios de Internet ocupados casi exclusivamente de cuestiones de publicidad: ¿qué dirían los públicos, los creativos, los otros etcs. al respecto? Adivinen. Callados no se quedaron. Sorprendidos, indignados, enfurecidos, felices, tampoco. Lisa y llanamente decían que no les iba ni les venía: a la gran mayoría de las personas que intercambiaban opiniones en esos foros no se les había movido un pelo con la publicidad. Acabáramos, se nos acabó la capacidad de asombro y no nos habíamos dado cuenta.

En una de las pruebas con el mundo real, la publicidad se topó con un frente impermeabilizado, inmune, firme. ¿Cómo es esto posible? Desconozco, pero juro que leí lo que leí, y por eso me pregunto si a veces no daremos demasiada importancia a ciertas cosas que en realidad atraviesan el mundo, el aire, sin más (de todas maneras siempre me respondo que no: no hay sobreestimación posible ante esas cosas); otras veces me pregunto si será que la burbuja ajena es tan hermética como la propia; otras ni llego a preguntarme: la sorpresa me deja helada. Cuestión que hay gente a la que ni le va ni le viene. ¿Cerrazón? ¿Terquedad? Tal vez sea simple y sólida resistencia. En todo caso, que el discurso y la retórica pu-blicitarios se hagan eco de ciertas demandas de minorías para vender (es una lógica inevitable, indignarse sería principista) desde una corrección política tan llevada al extremo que llega a resultar incorrecta resulta admirable. Distinto hubiera sido si se tratara de gays o lesbianas, de mujeres, de personas con capacidades especiales. Aquí, tomar una de las minorías más resistidas, cuya presencia en la calle, cuya visibilidad, bah, hasta ayer nomás era esgrimida como argumento moral con carga negativa (y no descartemos que vuelva a pasar) por señoras y señores bienpensantes, elegir de entre las minorías justamente a la tra-vesti es un modo de desafío. Y desvincularla de la situación de calle, de la prostitución, de la exclusión y los márgenes, da una vuelta de tuerca. Quiero decir: la osadía está no tanto en presentar a una travesti (que en nada se parece a la exuberancia de supermujer tan Florencia de la V, otro punto a favor), sino en presentarla como una trabajadora tan ligada al imaginario de la clase media que creía en la movilidad social y los vínculos comunitarios.

Lohana suele decir que, más allá de los episodios puntuales de discriminación indignada al estilo facho-moralista, donde una travesti puede sentir que la vida cotidiana se convierte en una carrera de obstáculos es en pequeñas cosas. La Constitución puede hablar del derecho a la salud y hasta una ley puede garantizarlo, pero ir al hospital es una cosa bien distinta. “Y yo no quiero que sólo me atiendan del dolor de panza, quiero que presten atención a la integralidad de mi ser y mi identidad. No quiero que salga una enfermera como la de Gasalla y me grite ‘¡Carlitos Fernández!’ ante 400 personas.” La Constitución también puede amparar el derecho a la educación, pero al menos en Buenos Aires hizo falta una resolución y un control efectivo de su aplicación para que en los establecimientos educativos no pasara lo del ejemplo del hospital.

Así y todo, a veces estas cosas pasan. En algunos espacios nunca dejaron de pasar. Ahora, después de la publicidad, el desafío lo tira Lohana: en Alitt están organizando a las compañeras para que ellas vean como posible la gestión de emprendimientos propios, para que comprendan que el amparo legal de que la ONG cuenta con personería jurídica (algo que llevó mucho tiempo lograr, por otra parte) puede traducirse, con algo más de esfuerzo, en un cambio palpable y sustancial de la vida cotidiana. La cosa es que van a ir a pedir préstamos al banco de la publicidad de marras. La veta Migré de Lohana hace voz de telenovela y dice: “No queremos hipotecar nuestros sueños... ¡queremos ser chicas Banco Provincia!”. La veta activista la llama al orden y corrige: “Algunas mentes afiebradas tal vez salgan a decir que estas acciones generan privilegios sobre una comunidad, pero se trata de discriminación positiva. Porque de este tipo de construcción simbólica se trata la ciudadanía... y del acceso efectivo a las posibilidades de la inclusión también”.

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