Vie 26.08.2005
las12

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Espanto en el Rosedal

(O de cómo algunos fantasmas logran esquivar la corrección política)

› Por Marta Dillon

Y finalmente, el horror volvió a tomar las calles de Palermo. O mejor, los bosques de Palermo, y más precisamente el Rosedal, ese lugar antaño romántico y acogedor para protovideoclips de Sandro, convertido ahora en zona roja de alto nivel. Porque, vamos, reducido el espacio para la oferta de sexo, se reducen también las chances de encontrar diversidad en esa misma oferta. Dicen por ahí que ya se puede hablar de grupos desplazados desde la ciudad y hacia sus márgenes al sur porque la prostitución se ha convertido en un negocio de pocos y pocas. ¿Y qué? ¿Alguien creía que convirtiendo el Rosedal en un corralito para el sexo pago se terminaría la pulseada sobre la propiedad del espacio público? Pues no, amigos y amigas, y para revitalizar la polémica, nada mejor que un fantasma grande y que pise fuerte, sobre todo a nuestros preciados y amados niños (nótese con cuánta eficacia se ha usado a la niñez para obturar la discusión sobre el estado de la salud pública, los sueldos de los profesionales y no profesionales de la ídem y la huelga como herramienta en general en el caso del Garrahan).

El fantasma, entonces, esta vez, es el sida. Nuestro viejo y olvidado síndrome que suele retornar (oh, casualidad) a las páginas de los diarios o bien por su variable económica –producción de medicamentos– o bien por algún caso de infección extraño y atemorizante –marido condenado por infectar a su esposa ignorante–. He aquí el caso: ¡En el Rosedal abundan los preservativos usados! Y éste no es motivo de orgullo, por lo conscientes que son clientes y ofertantes –pongámosle por un rato que hay una relación contractual en este caso, aunque quien esto suscribe es reacia a creer que la prostitución sea producto del libre albedrío de quien ofrece–, ni de crítica, por la supuesta falta de tachos adecuados o de barrenderos y barrenderas sincronizados con el cambio de actividades del predio, entre el día y la noche. ¡No! ¡Es motivo de espanto! De alerta rojo, de desesperación e incertidumbre para tantas madres argentinas que pasean a sus niños y niñas por los arbolados parques. ¿No es horroroso, terrible y espantoso que un pequeño toque esa porquería? ¿Cómo es que esto mismo no había sucedido antes en la calle Godoy Cruz? ¿Será porque en esa calle los niños ni las niñas juegan en la vereda? ¿O será que entonces bastaba con el espanto que producía tener que explicar a los párvulos que era una travesti?

Y el espanto –los adjetivos, en este caso, deberían servir para entender el tono que se le dio a la noticia en las radios– se transformó en tragedia esta misma semana cuando una mujer contó que a su niño de cinco lo habían sometido a tratamiento antirretroviral preventivo después de que fuera encontrado por la propia madre manipulando un preservativo. Vaya noticia para la radio, imaginen un instante cuántas voces alarmadas subrayaron el testimonio de la madre sin preguntar ni una vez, por ejemplo, cuál es el riesgo real de infección por esa vía cuando todos y todas deberíamos saber que el virus del vih es inestable, que se destruye en contacto con agentes externos –llámese agua, aire, temperatura–, que aun cuando el preservativo tuviera semen infectado el niño debería haber frotado el semen contra alguna herida abierta o contra las mucosas de los ojos. O no, sólo espanto. Espanto por la mugre y el peligro que exhudan el sexo a cielo abierto, aun cuando lo hayamos corrido detrás de los árboles. Extraño, la noticia se dio esta semana aunque el hecho sucedió en febrero. ¿Será que el niño finalmente no tuvo consecuencias por su imprudencia? ¿Será que la madre se repuso del miedo que le despertaba su propio hijo y ahora puede hablar? ¿O será que se han acumulado demasiadas imágenes de homosexuales y lesbianas bien domesticados y domesticadas por la organización burguesa que tanto mal nos ha hecho y sin embargo seguimos eligiendo? Porque no olvidemos, ahora se quieren casar y tener hijos, pero de ellos es el reino de la promiscuidad y la perversión y aun cuando los adultos puedan negarse a su influencia, ¿cómo lo harán nuestros pobres niños?

Oh, casualidad, la legisladora que denunció el temita de los preservativos es Fernanda Ferrero, implicada en la apropiación de bienes de personas secuestradas, asesinadas y desaparecidas por la última dictadura bajo la órbita de la ESMA. Una joyita la muchacha. Y sin embargo nadie cuestionó el asunto, nadie llamó a un médico responsable para que tranquilizara a la población. A nadie le importa, bah, porque el sida es peligroso igual que la gente que vive con el síndrome o con el virus. ¿Y para qué vamos a discutir eso si el fantasma funciona a la perfección? ¿Cuál sería el rédito de quitarle al sida su –escaso por estos días, digámoslo– poder disciplinador? De ninguna manera, la corrección política puede obligarnos a convivir con la diversidad y a hablar de nuevas familias –con el gesto fruncido–, pero bueno, al menos las familias se quedan en sus casas y crían niños. El sida, como precio a pagar por el desvío, sigue gozando de buena salud.

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