Vie 31.03.2006
las12

URBANIDADES

Ropa sucia afuera

Ahora mismo, mientras la pantalla empieza a cubrirse de letras, me pregunto si tiene sentido seguir metiendo el dedo en la llaga del final del acto del 24 de marzo. La verdad es que el dilema es viejo y tiene ecos de aquel viejo axioma sobre que los trapos sucios se lavan en casa. Así fue como casi nada se difundió sobre la división de Madres de Plaza de Mayo en Asociación y Línea Fundadora (algo que aún hoy, preguntado a boca de jarro sobre las razones, muy pocos o pocas podrían contestar), o se inventó una división en H.I.J.O.S. (alentada por Hebe de Bonafini) que sólo consistió en la partida de la organización de cinco personas. Y mucho menos se sabe sobre las dificultades que ya son clásicas en el espacio en donde se reúnen innumerables organizaciones para convocar al acto del 24 de marzo que, bueno es recordar , no siempre –o prácticamente nunca– fue tan numeroso como el último. Ni siquiera cuando se cumplieron 20 años.

Lo cierto es que en ese modo de callar las diferencias hacia adentro de lo que se suele llamar “campo popular” (o “izquierda”, en el peor de los casos “progresismo”) también se pierde la oportunidad de abrir el debate a quienes no tienen credencial de pertenencia pero hacen la diferencia para que un acto sea masivo o sectario. Algo similar a lo que ocurre dentro de una pareja. Resulta tranquilizador para el resto que la pareja se “pelee” en privado en lugar de hacerlo en un cumpleaños, por ejemplo, pero lo cierto es que los límites del hogar suelen apañar y encubrir al mismo tiempo, no proteger.

En el caso del último 24 de marzo, podemos pensar que si las Madres no hubieran dicho al final del acto del viernes pasado que no estaban de acuerdo con el documento, la inmensa mayoría de la gente presente en la Plaza de Mayo ni siquiera se hubiera enterado de las diferencias, mucho menos de lo que decía el documento de seis páginas (y aun ahora ¿cuántos lo saben?) y probablemente los medios en general tampoco se hubieran tomado el trabajo de analizarlo más allá de la simplificación sobre si era opositor al gobierno u oficialista. Pero las Madres hablaron. Las Madres rompieron un pacto, como se dijo en esta semana, pero un pacto no siempre es el acuerdo de dos o más voluntades; como en los matrimonios –seguimos con la metáfora privada–, a veces el pacto es de encubrimiento y deja desprotegida a la parte más débil. El pacto al que hago referencia es éste de no hablar de las diferencias. ¿Ellas sabían lo que decía el documento? Seguramente, por algo no lo firmaron. Hay que tener temple de acero para firmar un documento que pone en el mismo plano la tragedia de Cromañón, el atentado a la AMIA o el famoso uso de fósforo blanco en Falujá. Y más allá de que sean causas justas, ¿era el 24 la oportunidad de enumerarlas cual rosario? ¿No sería más potente manifestarse cada vez con la misma potencia que ese día? ¿O será que había que “aprovechar” la oportunidad única de tanta gente reunida y llevar agua cada uno para su molino? Porque si bien había en el documento enumerados muchos de los hechos que exigen repudio, no estaban todos. Si es necesario un ejemplo, me pregunto por qué en un acto donde los Derechos Humanos son centrales, no se habló de la situación de las cárceles, del aborto o de las artimañas para no ratificar el protocolo de la Cedaw que protege a las mujeres contra la discriminación.

No es la primera vez que “las viejas” y algunos otros organismos no firman el documento que se supone de consenso, aunque cualquiera que haya estado en alguna de esas reuniones en las que se prepara el famoso documento sabe que de las 300 organizaciones que se enumeran buena parte son sellos, es decir personas de un partido político determinado que de a tres o cuatro forman, por ejemplo, un organismo de derechos humanos o un centro cultural, pero conservan el mismo discurso que el partido de origen, casi siempre (estoy siendo amable) vertical y subordinado. Y así, en lugar de un voto tienen dos o tres o cuatro. Este es un mecanismo conocido dentro de los límites donde se supone que se lavan “los trapos sucios”, los límites de “casa”, lugar siniestro si los hay. Y de esto saben las mujeres.

Generar consenso, casi siempre –o directamente siempre– exige poder retroceder un paso si es necesario para esperar a quienes vienen llegando. ¿Las muchas más de 150 mil personas en la plaza entendían de qué hablaba el documento famoso o era un intento de iluminarlas de repente, un arrebato de una vanguardia que no se siente responsable por quienes están ahí, sencillamente porque en ningún otro momento convoca tanta gente? A veces es preferible dar pasos cortos, pero darlos juntos, ir creando sentido en el camino, porque eso es lo importante, caminar, sostenidamente, en conjunto, reconociendo el valor de cada paso aunque por momentos duelan las piernas de tanto ralentarse para esperar a quienes necesitan ser esperados. Pero de esta responsabilidad no saben quienes se sienten esclarecidos.

Y por supuesto que el salvavidas de plomo que tira el Gobierno a través de sus voceros, acusando a quienes se apropian del dolor de “los familiares”. Gracias, no lo necesitamos. Necesitamos seguir navegando, encontrándonos, escuchándonos, abriendo huecos donde todo parece cerrado porque solamente así, cuando cada uno y cada una tiene conciencia de los pasos que da junto con otros y otras se construye otro sentido.

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