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› Por Marta Dillon
El espejo del baño es el lugar de la morisqueta. Ahí es donde me tiro besos, me imito cuando fumo elevando la mirada por encima de los dedos que van a la boca, mostrando un perfil que no elegí pero me creo que algo dice. El suspenso de la pitada, las uñas pintadas sobre el filtro, el ceño que se frunce a veces y las arrugas que marcan la boca. Acá, en mi baño, frente al espejo, fumar está permitido como está permitido cualquier otro acto hedonista. Bailar, por ejemplo, como lo hago en las fiestas o más exagerada todavía, tensando el cuerpo y desquiciándolo como se hace cuando nadie mira.
Cuando escribo, no puedo evitarlo, también es como si me mirara en el espejo. Cada vez en el espejo de las circunstancias que fueron modelando mi vida: como en un juego de encastre, la voluntad y su falta, los hechos de todos los días. Puede ser soberbio este punto de referencia tan ovillado en mi ombligo. Pero a la vez, es la manera que encontré para reconocerme en otros y en otras, para encontrar en historias ajenas el punto de contacto que las domestica y las traduce, no a la razón, a mi capacidad de sentir. Si no me hubiera mirado en los ojos de otras mujeres no sabría qué significa para mí esta marca de identidad tan poderosa que es ser mujer y vivir como mujer. Si no escribiera a diario sobre la experiencia de otras mujeres tal vez no se hubiera lustrado el espejo en el que aprendo cada día a mirarme.
En definitiva, si no hubiera nacido y crecido como mujer, lo sé ahora, no hubiera sido madre a los 19, no hubiera cargado a mi hija sus primeros años en una mochila que llevaba sobre la panza como se usaba entonces, antes todavía de que se afianzara el término madres canguro para definir a esas niñas que crecen con su prole.
Quedar embarazada no fue solamente una posibilidad/capacidad biológica. Fue, sobre todo, un modo de valorarme que no tenía demasiados parámetros más que gustar a otros, ser la frutilla de la torta, el bocado que se deja comer porque en el mordisco descubre que su jugo es dulce.
¿Estaré simplificando? Puede ser. Pero tampoco voy a menospreciar la experiencia de una niña que no sabía de gozar pero sí de hacer gozar y que había aprendido que lo único propio nacía de su cuerpo.
A lo largo de mi vida he estado al servicio de muchos deseos ajenos –y también de los míos y hasta de mis compulsiones, pero ésa es otra cuenta–. Así nos enseñan, no jodamos.
Aunque ahora las cosas cambiaron, es cierto. Ahora las mujeres nos apropiamos de nuestro deseo. Ahora nos enseñan trucos para cogerse al que nos venga en gana, sea el jefe, el compañero o el amigo del hijo. Siempre él. Ahora salimos indemnes después de exhibir como un arte lo bien que usamos la boca.
Hay que mimetizarse, esa es la lógica del poder. Predadoras pero bellas. Mucho pilates, poca comida. Competir como varones y que no se note que tenés la regla, que la sangre no es roja sino azul como la de la nobleza y con el producto adecuado ni siquiera huele. ¿Qué duele?, pastillas rápidas para evitarlo, pastillas que te entienden sólo a vos porque hay dolores que solo vos entendés. Y ojito con el malhumor, no vaya a ser que te digan que estás conchuda o llorosa como una mariquita.
En tren de cumplir deseos, más de una vez me puse en peligro, y esa vez sí, el peligro se hizo sangre y también dejó su cicatriz en el cuerpo.
No soy una víctima, esa en todo caso puede ser una circunstancia pasajera, jamás un lugar estanco. Aun cuando quiera ponerles voz a mis dolores y haya aprendido que en estas experiencias, mirándome el ombligo, un modo particular de ver el mundo, de querer corregir el mapa y acomodar una brújula que de una vez se corresponda con mi rumbo.
Poner en juego las propias dificultades, las intimidades, las marcas del cuerpo; esa es una capacidad de mujeres.
Ya se sabe que no hay una sola manera de ser mujer –ni de ser hombre–. Pero acá en el espejo veo a ésta, la que soy. Y me miro tanto que hasta pierdo la noción de lo que veo, hasta que la pupila es un fondo oscuro donde reconozco otros espejos, otros ojos, ampliando el círculo en donde todo gira, incluso esta marca de identidad tan poderosa que es mujer. Ahora y en el tiempo que viene.
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